Nos enseñan a orar, a hacer penitencia y a comulgar adecuadamente
Antes de las apariciones de la Santísima Virgen y como preparación para ellas, los pastorcitos de Fátima —Lucía de Jesús dos Santos, y sus primos, hoy beatos, Francisco y Jacinta Marto— tuvieron tres visiones de un ángel a lo largo de 1916. Envuelto en una luz “más blanca que la nieve”, éste se les presentó bajo la apariencia de un joven de unos 14 ó 15 años, transparente y de una gran belleza. En la primera aparición, les dijo que era el Ángel de la Paz y les enseñó esta oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”; y les dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. La segunda vez, les pidió que rezaran mucho y los exhortó a hacer penitencia: “De todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra Patria. Yo soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con resignación el sufrimiento que Nuestro Señor os envíe”. Y en la tercera, los preparó para recibir la Sagrada Eucaristía y se las impartió. Veamos cómo la Hermana Lucía narra esta última aparición del Ángel: «En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...” No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una Hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración:
—“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la Hostia, y me dio la Hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: — “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad...” Y desapareció. Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al ángel en todo; es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte».1
“Es la descripción de algo sublime —comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira— que es la preparación, hecha por un ángel, de tres almas incumbidas de una misión profética para el mundo contemporáneo. Él las preparó de esta forma, diciendo tales cosas, apareciendo de esa manera. Y él mismo, por misión divina, les dio a aquellas almas inocentes la Primera Comunión. “Está indicado así cual es el camino por el que las almas deben prepararse para la vida eucarística. Deben prepararse para la vida eucarística todos los días, en la idea del sufrimiento, en la idea de la lucha. Y no sólo en la idea, sino que en la lucha efectivamente realizada, la que yo llamaría un ‘cuerpo a cuerpo’ invencible contra la crisis moral contemporánea. “Si en todos los lugares del mundo donde se ama a Dios, se luchara también contra esa crisis, el perfume de este sacrificio ofrecido tendría ante Dios un ‘buen olor’ tal, que haría con que la restauración del orden cristiano venciera”.2 Notas.- 1. Antonio A. Borelli Machado, Las Apariciones y el Mensaje de Fátima, Ed. Tradición Familia Propiedad, Lima, 1992, pp. 37-38.
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Las Apariciones del Ángel de Fátima |
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