Patrona del pequeñísimo Gran Ducado de Luxemburgo, cuya población ha sido tradicionalmente modelo de fidelidad a María Santísima Valdis Grinsteins Cuando leemos historias de antiguas devociones a la Virgen María, muchas veces nos deparamos con la dificultad de entender la importancia de los acontecimientos que les dieron origen, debido al gran cambio que se verificó en nuestro estilo de vida con relación al de nuestros antepasados. Así, por ejemplo, nos puede parecer exagerado el temor de los antiguos con relación a la sequía. Esto porque olvidamos que en aquellas remotas épocas no había la moderna técnica agrícola, los procesos de conservación y almacenamiento de alimentos y las facilidades de transporte de nuestros días. Un estiaje podía ser sinónimo no sólo de hambre, sino de muerte y de ruina definitiva en una región. Recordemos que antiguamente las personas no emigraban con la facilidad sicológica con que lo hacen hoy. Los viajes eran difíciles, y tener que dejar una familia estable, una tradición y un modo orgánico de vivir, constituía una dilaceración. En nuestros días de globalización creciente y con familias lamentablemente diminutas, se pierden las tradiciones y se vive casi del mismo modo en Lima como en Tokio. Para nosotros es también difícil entender el terror producido por una peste en el pasado. Hoy, que vivimos en el siglo de la medicina —con rayos láser, antibióticos, operaciones espectaculares, reimplantes de órganos, etc.—, una peste que mate a la mitad, a un tercio o incluso a un porcentaje significativo de la población nos parece algo absolutamente impensable. Sin embargo, para nuestros antepasados la palabra peste era sinónimo de tragedia. Eran ciudades enteras que comenzaban a contar sus muertos día tras día. El ambiente de las localidades permanecían lúgubres, la epidemia avanzaba, los alimentos faltaban, las aguas se contaminaban, etc. Apenas para ilustrar ese drama, basta decir que durante la peste negra de 1348 la ciudad de París perdió a la mitad de sus cien mil habitantes. Diariamente morían cerca de 800 personas. Del sufrimiento, nace una bella devoción El simpático Gran Ducado de Luxemburgo es uno de los menores Estados de Europa, enclavado entre Alemania, Francia y Bélgica, una región que fue teatro de numerosos conflictos religiosos entre católicos y protestantes. Fue precisamente para defender la fe y evitar el contagio del protestantismo que los padres jesuitas fundaron un colegio en la ciudad de Luxemburgo, capital del Gran Ducado, en 1581.
Uno de esos padres, Jacques Brocquart, tuvo la feliz idea de crear un oratorio fuera de la ciudad para una imagen de la Santísima Virgen, pues la devoción a María es la mejor defensa católica. Ese oratorio, que al principio era apenas una pequeña capilla, fue edificado a partir de 1625 en un lugar llamado Glacis, y quedaba anexo a la iglesia de San Miguel, sede de la Cofradía del Rosario, bajo la custodia de los padres dominicos. Pero en 1626 se desató en aquel lugar una terrible peste. Las víctimas aumentaban día a día, y entre los enfermos pronto se contó al propio padre Brocquart. Percibiendo que le quedaba poco tiempo de vida, le hizo una promesa a Nuestra Señora: si lo curaba, iría descalzo hasta la capilla y le ofrecería un cirio de dos libras de peso. Hecha la promesa, el sacerdote jesuita quedó inmediata y milagrosamente curado. Se dedicó entonces, con todo entusiasmo, a terminar la capilla —lo que se realizó en agosto de 1627—, y en ella entronizó una imagen de madera de la Santísima Virgen bajo la invocación de Consuelo de los Afligidos. Las personas comenzaron a acudir a esa capilla, a pesar de encontrarse apartada de la ciudad, pidiendo a la Madre de Dios que las protegiese, así como a sus familias. A partir de aquel año la devoción se difundió rápidamente. La peste terminó y la capilla fue solemnemente consagrada en 1628, fijándose en un nicho la inscripción “María, Madre de Jesús, Consuelo de los Afligidos”, que perdura hasta hoy. La fidelidad del pueblo de Luxemburgo es premiada Si tal peste y la protección de Nuestra Señora hubiesen ocurrido en la actualidad, ¿cuál sería la reacción de nuestros contemporáneos? — Probablemente presenciaríamos algo triste y desolador. Las personas recurrirían a la Madre de Dios y agradecerían las gracias concedidas. Pero, pasado el peligro, se olvidarían de la bondad maternal de la Señora de la Consolación que socorrió a los afligidos, hasta que un nuevo peligro les recordara la existencia del santuario. Ésa es una concepción utilitaria que actualmente se tiene de la Santísima Virgen. ¿Acaso Ella es nuestra Madre apenas cuando tenemos problemas? ¿No nos ayuda y protege siempre? Si apelamos a Nuestra Señora sólo cuando enfrentamos problemas y después nos olvidamos de Ella, seremos como el hijo ingrato: agradece a la madre cuando ésta le da comida, y luego desaparece de la casa... hasta que el hambre lo mortifique de nuevo. ¿Cómo calificar a tal hijo? No obstante, ésa no fue la actitud del buen pueblo católico de Luxemburgo. Al contrario, la afluencia de peregrinos no dejó de crecer, incluso pasada la peste. La Virgen María premió esa fidelidad por medio de numerosos milagros.
Así, entre 1639 y 1648 —una década después de la consagración de la capilla— se operaron curaciones sorprendentes. La más célebre fue la de Jeanne Godius, hija de un importante funcionario de la época, procurador general del Rey de España, Felipe IV, que luego de permanecer en cama durante diez años, se levantó milagrosamente curada. En esa ocasión, la imagen fue trasladada a la iglesia de los jesuitas, donde recibió durante ocho días la veneración de los fieles. Las autoridades eclesiásticas estudiaron tales milagros y, después de una meticulosa investigación, concluyeron por la veracidad de ellos. El flujo de peregrinos aumentó aún más. En 1666, durante una guerra con Francia, las tropas del Rey Luis XIV amenazaron conquistar la ciudad. Las autoridades del pequeño Luxemburgo recurrieron a Nuestra Señora Consuelo de los Afligidos, como en otras ocasiones de peligro, y de inmediato fueron atendidas. Debido a este hecho, la imagen fue declarada patrona de la ciudad y las fiestas en su honra duraron ocho días, dando origen a la octava, que se repite anualmente. Una vez más los habitantes permanecieron fieles a la Santísima Virgen y no la olvidaron. En 1678 fue declarada patrona de todo el Gran Ducado de Luxemburgo, siendo introducidas réplicas de la imagen en casi todas las iglesias del país. El actual santuario de Nuestra Señora Consolatrix Afflictorum es la catedral
Pasaron los años. Las guerras y sus secuelas azotaron también al Gran Ducado, pero no consiguieron extinguir la devoción popular a la Virgen Consuelo de los Afligidos, cuyo santuario es hoy el más venerado del país. Basta pensar que, en un Estado con una población de aproximadamente 420 mil habitantes, él recibe más de cien mil peregrinos al año. La capillita original fue destruida por la furia anticatólica durante la Revolución Francesa. Fue entonces construida una nueva, en otro lugar, dentro de la ciudad. Tal capilla es apenas un recuerdo, porque la imagen fue llevada posteriormente a la iglesia de los jesuitas, actual Santuario de Nuestra Señora Consolatrix Afflictorum. Hoy, ese templo es la catedral de Luxemburgo. Prácticamente todas las conmemoraciones del país se realizan en el Santuario. Una de las más importantes fue la celebración del retorno de trece mil prisioneros después de la Segunda Guerra Mundial. El pueblo se mantuvo fiel a esa devoción mariana, y Ella lo protege hasta hoy. Sea tal devoción un ejemplo para nosotros. Invoquemos a la Santísima Virgen en todo momento, confiémosle todas nuestras dificultades y recemos siempre, especialmente en estos días de confusión y de pecado. Nuestra Señora nunca nos abandonará. No seamos hijos ingratos, sino que imitemos la fidelidad de los devotos luxemburgueses, particularmente en los momentos de desgracia. Fuentes.- 1. Domenico Marcucci, Santuari Mariani d’Europa, Ed. San Pablo, Turín, 1993.
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Consolatrix Afflictorum |
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