Doctor de la Iglesia Obispo-Príncipe del Sacro Imperio, campeón contra el protestantismo, notable director de almas y fundador Plinio María Solimeo LA SANTA IGLESIA CATÓLICA es admirable en sus santos. Cada uno de ellos refleja especialmente alguna de sus innumerables perfecciones. Sin embargo, San Francisco de Sales, cuya fiesta conmemoramos el día 24 de este mes, resplandece con tal grandeza y brillo, que en su caso parece que no tuvo que pagar el precio debido a nuestra decaída naturaleza. En efecto, sobre este santo tan afable pudo afirmar su ilustre y nada sospechoso contemporáneo, el rey Enrique IV de Francia: "Monseñor de Ginebra es verdaderamente el fénix de los prelados. En los otros se encuentra casi siempre un lado flaco: unos en la ciencia, otros en la piedad, otros en el nacimiento. Pero en Monseñor de Ginebra se reúne todo en el más alto grado: nacimiento ilustre, ciencia rara y piedad eminente".1 Otro contemporáneo, nada menos que San Vicente de Paul, exclama asimismo: "¡Cuán bueno y suave debe ser el Señor, puesto que el obispo de Ginebra, su ministro, lo es tanto!".2 En este artículo mostraremos un aspecto menos conocido y menos comentado de este gran santo: su incansable lucha contra el protestantismo. Algunos rasgos biográficos Francisco nació en el castillo de Sales, entonces ducado de Saboya, el 21 de agosto de 1567. Sus padres eran los señores de Boisy. Desde niño, como nos dice su primer biógrafo, traía en su rostro y en todo su ser la nota de bondad y suavidad de carácter que serían las notas características de su vida. Apóstol desde niño, en la escuela de Annecy decía a sus pequeños colegas: "Amigos míos, aprendamos ahora a servir al buen Dios y a bendecirlo, mientras nos da tiempo para ello". Después de haber cursado con amplio éxito retórica y humanidades en el colegio Clermont, en París, Francisco estudió jurisprudencia y teología en la Universidad de Padua. Fue durante sus estudios en París cuando tuvo una fortísima tentación contra la fe, que duró varias semanas. Arrodillándose delante de un altar de la Santísima Virgen, Francisco rezó fervorosamente el "Acordaos", recuperando la paz de alma que conservó hasta el final de sus días. Ordenado sacerdote en 1593, se dedicó a la predicación. Fue entonces cuando pidió a su obispo permiso para ir a evangelizar la región de Chablais, perteneciente a la diócesis de Ginebra, que en aquel tiempo había vuelto a pertenecer al ducado de Saboya y se encontraba devastada por la herejía protestante. Consagrado más tarde obispo de Ginebra, recibió del Papa la misión de reformar varios monasterios. Fundó también con Santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación. En París estuvo en contacto con San Vicente de Paul y Santa Luisa de Marillac, así como con el cardenal de Bérulle (a quien secundó en la instalación del Carmelo en Francia), y con todos los grandes de su país. La devastación de la herejía protestante
Llegado a Chablais apenas con el breviario y algunos libros para entablar polémicas, al ver la desolación a que la herejía había reducido aquella provincia, San Francisco de Sales exclamó: "He aquí como el Señor arrancó el seto de su viña, y derrumbó el muro que la protegía. Héla desierta, desenraizada y pisoteada. Esta tierra, otrora tan bella, fue desolada por sus propios habitantes, porque violaron la ley de Dios, cambiaron sus mandamientos, rompieron sus alianzas. Los caminos de Sion lloran, porque no hay quien venga a sus solemnidades. El enemigo puso la mano sobre todo lo que ella tenía de precioso. La ley y los profetas desaparecieron, las piedras del santuario fueron dispersas. ¡Oh Jerusalén! ¡Oh Chablais! ¡Oh Ginebra! ¡Convertíos al Señor vuestro Dios, y que vuestra contrición se vuelva grande como el mar!". 3 Después de 60 años de dominación de la herejía, en toda la región las iglesias estaban destruidas, las cruces de los caminos derrumbadas, algunas aldeas incendiadas y las almas pervertidas. El santo comenzó entonces a trabajar, pero nadie lo quería oír. Pasó casi un año en medio de los herejes prácticamente sin ningún resultado. Como no podía hacerse oír por los protestantes, comenzó a poner por escrito la defensa de la religión católica y la refutación de la herejía. Distribuía sus escritos por las calles, los colocaba en las paredes o los ponía debajo de las puertas. Poco a poco, viendo la abnegación del misionero enfrentando la lluvia, la nieve y muchos trabajos, algunos comenzaron a ser conquistados por su heroico ejemplo y terminaron por regresar al verdadero redil. A medida que las conversiones se sucedían, los ministros protestantes se alarmaban. Finalmente prohibieron a sus fieles oír al predicador católico. Sin embargo, San Francisco era irresistible. Incluso las dos columnas del protestantismo en Chablais, el barón de Avully y el abogado Poncet, fueron subyugados por su doctrina, piedad y santidad, y abjuraron solemnemente del calvinismo. El celo de San Francisco de Sales no se restringía al Chablais. Acompañado del barón de Avully y de otros convertidos, fue a Ginebra a fin de debatir con La Faye, uno de los más famosos ministros calvinistas de la época. No pudiendo éste refutar los argumentos del santo, se restringió a colmarlo de injurias y ultrajes. El debate tuvo gran repercusión y llegó lejos. San Francisco comenzó entonces a ser visto como el atleta invencible de la verdad. Sin embargo, era necesario consolidar las conquistas que había hecho en Chablais. El duque de Saboya le solicitó a San Francisco que indicara los medios para desenvolver los frutos de su misión. El apóstol, pretendiendo un fin duradero, pidió entonces al duque más misioneros apostólicos para asistir a los católicos, restaurar las iglesias arruinadas y abrir las que estaban cerradas. Solicitó asimismo que estimule a todos los habitantes de la provincia a asistir a las prédicas católicas y que estableciera en la región una compañía de infantería o de caballería para ocupar a la juventud ociosa. Finalmente pidió al duque, que fundara en Thonon, capital del Chablais, un colegio jesuita y que alejara a los herejes de los cargos públicos. ¡No podía ser más radical! El santo tuvo la alegría de recibir la abjuración del primer magistrado municipal de Thonon y de concluir la conversión de su guarnición militar. Los éxitos de Francisco de Sales repercutieron en Roma. Clemente VIII le confió entonces la misión de medirse cuerpo a cuerpo, en la propia ciudad de Calvino, con Teodoro Beza su sucesor, porta estandarte y el más fuerte apoyo de la herejía. Así, en 1597, con peligro de su vida, el santo entró en Ginebra para entrevistarse con Beza. El hereje se mostró cortés, reconoció la verdad, pero no tuvo fuerzas para convertirse, retenido por el respeto humano. Murió poco después, aparentemente en la práctica de la religión "reformada". Por sus trabajos, su virtud y su ciencia, San Francisco de Sales se convirtió en el terror de los herejes, de tal forma que los ministros protestantes terminaron por rechazar cualquier disputa con él. Coronó su misión en Thonon predicando las Cuarenta Horas, con la presencia de los más altos personajes de la ciudad. En aquella que había sido hasta hace poco la capital del calvinismo en la provincia, se vio en dos oportunidades, por sus calles renovadas, al Santísimo Sacramento llevado en solemne procesión. En esa ocasión, centenares de personas, incluso algunos ministros, abjuraron del calvinismo. Inocencia de la paloma con la astucia de la serpiente Todo esto Francisco de Sales lo llevó a cabo con una osadía inaudita, contrariando su natural dulce y pacífico. Aunque él mismo reconoce en una carta a Santa Juana de Chantal: "No soy muy prudente. Es una virtud que no amo en exceso. Gusto de ella, porque es forzoso poseerla. […] Ciertamente las pequeñas y blancas palomitas son más agradables que las serpientes, y si fuese necesario juntar las cualidades de una con las de la otra, no daría la simplicidad de la paloma a la serpiente, sino la prudencia de la serpiente a la paloma".4
A pesar de las apariencias, su dulzura proverbial no fue adquirida sin esfuerzo. Confiesa él: "'Cuando era joven, me entregaba al ejercicio de la dulzura'. Así consiguió aquella bondad, aquella compasión, aquella graciosa benevolencia en la cual se mezclaban la caridad cristiana y la gentileza del mundo. […] La gracia y la naturaleza se adaptan, se compenetran en él para formar aquel corazón tierno y compasivo".5 Por eso, así lo describe Santa Juana de Chantal, que lo conoció tan bien: "Oía a todo el mundo apaciblemente y todo el tiempo que cada uno quisiese. Sus maneras y su conversación eran extremadamente serias y majestuosas. Pero siempre era el más humilde, el más dulce, el más natural que se pueda querer. Hablaba en voz baja, gravemente, reposada, dulce y sabiamente. No hablaba demás ni de menos, sino lo necesario. En los negocios serios, solía derramar palabras de gran afabilidad cordial".6
La perfección al alcance de todos Por falta de espacio dejamos a un lado varias obras del Santo Doctor, principalmente su exponencial Tratado del Amor de Dios, para decir una palabra sobre aquella que, en cierto sentido, fue su obra maestra, Introducción a la vida devota (o "Filotea"), escrita para demostrar que la vida de perfección está al alcance de todos, incluso de los que viven en el mundo. Por eso decía el santo: "¿No es una herejía querer desterrar la vida devota de la compañía de los soldados, de la oficina de los artesanos, del palacio de los príncipes y del hogar de los casados?" Quería "destruir la estúpida figura de una virtud triste, quejosa, amenazadora, destructora, confinada en un peñasco, rodeada de espinas, espantajo de las personas". Al contrario: "Quiero una piedad dulce, suave, agradable, apacible. En una palabra, una piedad franca y que se haga amar por Dios primeramente y después por los hombres".7 Notas.
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