Ángel en la niñez, santo en la juventud Émulo de San Luis Gonzaga, novicio jesuita de una pureza angélica, que obtenía la fuerza para preservarla de su devoción a la Virgen de las Vírgenes, de cuya Concepción Inmaculada hizo el voto de defender Plinio María Solimeo La vida de San Juan Berchmans fue de tanta regularidad en el cumplimiento de los deberes y tan constante en el progreso de la virtud, que daba la impresión de no estar sojuzgado por el pecado original. Sus biógrafos son unánimes en afirmar que él “supo convertir lo común en extraordinario y lo vulgar en heroico, a partir de un constante esfuerzo interior”,1 con la intención de hacer siempre lo que fuese para la mayor gloria de Dios. “Lleno de gracia y de una belleza angélica” San Juan Berchmans nació en Diest, en el ducado de Brabante, Bélgica, el 13 de marzo de 1599. Sus padres fueron Juan Carlos Berchmans, curtidor y zapatero, e Isabel Van den Hove, quienes se empeñaron en educar a sus cinco hijos en las virtudes cristianas, particularmente a Juan —el primogénito— que daba muestras de las mejores cualidades. De Juan Berchmans dicen los biógrafos: “Lleno de gracia y de una belleza angélica [...] la gravedad de su postura y su modestia inspiraban desde ya el respeto. Al verlo, no se podía dejar de pensar en el divino Niño de Nazaret, que su madre le enseñaba a conocer e imitar”.2 “Era naturalmente amable, gentil y afectuoso con sus padres, favorito entre sus compañeros de juegos, valiente y abierto, atrayente en su modo de ser, y con una disposición luminosa y alegre”.3 A los siete años de edad, Juan inició sus estudios primarios. Pero antes de dirigirse a la escuela, iba muy temprano a la iglesia local, donde acolitaba tres misas “para que el buen Dios me conceda la gracia de aprender y de retener mejor mis lecciones”.4 Cuando tenía nueve años, una larga y dolorosa enfermedad postró a su madre en cama. Todos los días, al regresar de la escuela, iba a hacerle compañía, para consolarla y animarla a pensar en la recompensa que en el cielo le esperaba, por la aceptación resignada de sus sufrimientos. A la edad de dieciséis años, a causa de la extrema pobreza de sus padres, fue retirado de la escuela, para aprender algún oficio y ayudar a la familia. Juan se postró entonces a los pies de su padre y le suplicó que no le impidiera seguir la carrera sacerdotal, pues él se contentaría apenas con pan y agua. Conmovido, el padre lo destinó como criado de un virtuoso canónigo de Malinas, que por coincidencia buscaba a un clérigo pobre dispuesto a servirle, pudiendo seguir frecuentando el seminario como alumno externo. Bebió la devoción mariana junto con la leche materna En 1615 los jesuitas fundaron un colegio en Malinas, en el que Juan fue admitido. Era aún la época dorada de la Compañía de Jesús. Pronto los profesores se dieron cuenta del tesoro que habían recibido. Sin embargo, ellos tenían dificultades para describir a Juan, “esa mezcla incomparable de inocencia, recogimiento, ardor en el estudio y amabilidad llena de encanto que conquistó, desde los primeros días, el corazón y el respeto de todos sus nuevos condiscípulos”.5 Al tomar conocimiento de la vida santa del entonces beato Luis Gonzaga, Juan se propuso tenerlo como modelo. Anhelaba también seguir los pasos del P. Pedro Canisio (beatificado en 1864 y canonizado en 1925), que había arrancado a gran parte de Alemania del protestantismo con sus prédicas y trabajos apostólicos. Se puede decir que Juan Berchmans bebió la devoción a la Santísima Virgen en la leche materna. Desde la edad de siete años, rezaba diariamente el rosario e iba en peregrinación a un santuario mariano a una legua de distancia. Al crecer, “no ahorraba esfuerzos con el fin de que todas sus palabras y todos sus actos fuesen verdaderamente dignos, por su perfección, de ser agradables a la Reina de los Ángeles”.6 En el colegio de los jesuitas ingresó en la Congregación Mariana y, para servir mejor a la Santísima Virgen, al comienzo de cada mes buscaba a su director espiritual pidiéndole que le señale la virtud que debía practicar y el defecto que debía combatir especialmente en honra de Ella. Fue entonces que pasó a rezar también diariamente el Oficio Parvo. Estudiante de filosofía en el Colegio Romano La lectura de los hechos de San Francisco Javier en el Extremo Oriente, la vida de San Edmundo Campion en medio a las torturas y el patíbulo, en Inglaterra, y los actos heroicos de San José de Anchieta en el Brasil, inflamaban su celo apostólico. Él se proponía imitar sus hechos, principalmente, prestando asistencia a los soldados católicos en los campos de batalla y en los hospitales, así como intentando convertir a los herejes. El día 24 de setiembre de 1616, fiesta de Nuestra Señora de la Merced, Juan Berchmans ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en Malinas. Dos años más tarde, hizo los votos religiosos y partió a la Ciudad Eterna a fin de seguir estudios de filosofía en el Colegio Romano. Uno de sus profesores declaró que “era tan grande su ardor y su aplicación, que creo que era imposible suplantarlo en ese punto. Y yo mismo no conocí alguien que pudiese, a mi juicio, compararse a él. [...] ‘¿El saber de un religioso de la Compañía no debía ser —me decía él— lo suficientemente vasto para ayudar a medio mundo?’ Pero, al mismo tiempo, admiraba en él una candidez y una docilidad incomparables al prestar las cuentas más fieles de todo cuanto hacía o se proponía hacer en ese género, presto a dejar, a la primera señal, todo lo que no hubiese sido aprobado por aquellos que para él ocupaban el lugar de Dios”.7 A esto añadía: “A la religión viniste, no para estar ocioso, sino para trabajar. Los herejes ponen tanto cuidado para impugnar a Cristo; ¿y tú para defenderlo, cómo podrás tener remisión? Los seglares estudian con tanto trabajo y atención por premios inútiles y vanos de la honra humana, ¿y tú has de ser menos deseoso de la gloria divina, que ellos de su alabanza propia?”.8 A causa de su delicada salud, le fue dado el oficio de limpiar las lámparas destinadas al servicio de la comunidad en el Colegio Romano. A ello se entregaba con fervor, pues había sido la misma ocupación conferida a San Luis Gonzaga. Sin embargo, durante las vacaciones, su ocupación preferida consistía en ir a algún hospital para atender a los enfermos con las más repugnantes afecciones. En su pureza, obediencia y admirable caridad, Juan Berchmans se asemejaba a muchos religiosos, pero los excedía en su inmenso amor hacia las reglas de su Orden. En efecto, el Papa Julio III y algunos de sus sucesores afirmaron que “las Constituciones de la Compañía de Jesús llevan a aquellos que las observan con exactitud al más alto grado de santidad”. De ahí el empeño de Juan Berchmans, que afirmaba: “Si no llego a ser santo cuando soy joven, nunca lo seré”.9 Voto de defender la Inmaculada Concepción La Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima era una verdad conocida y propagada, pero aún no había sido definida como dogma. Y Juan Berchmans, que cada día crecía en devoción a la Santísima Madre de Dios, “se obligó, ante el Santísimo Sacramento, a defender su Purísima Concepción mediante cédula firmada por él, que decía así: ‘Yo, Juan Berchmans, indigno hijo de la Compañía de Jesús, prometo a vos, Señora, y a vuestro amantísimo Hijo presente en el Santísimo Sacramento, que confesaré siempre y defenderé vuestra Inmaculada Concepción, a no ser que la Iglesia defina lo contrario’”.10 Transcurrieron más de 200 años para que aquella verdad, tan fundamental y consoladora, fuese declarada dogma de fe. Contrariando las más vivas esperanzas de sus maestros por su futuro, Juan Berchmans contrajo una grave enfermedad pulmonar que abreviaría sus días. Uno de los médicos más hábiles de Roma, llamado para examinarlo, afirmó: “¡Esta enfermedad es toda divina! Nuestros remedios nada pueden contra ella”. Cuando le fue comunicado al paciente su gravísimo estado, le dijo al hermano que le daba la noticia: “¡Ah, mi querido hermano! Regocijaos entonces conmigo, pues esta es la mejor noticia y la más dulce consolación que os era posible darme”.11 Postrado en el suelo y revestido del hábito San Juan Berchmans pidió para recibir el viático postrado en el suelo y revestido del hábito jesuita. Hizo entonces su profesión de fe, diciendo que moría como verdadero hijo de la Compañía de Jesús y de la bienaventurada Virgen María.
A los que le visitaban en su cuarto para encomendarse a sus oraciones, “a todos, sin excepción, el bienaventurado, siempre sonriendo, insistentemente les recomendaba tres cosas: una ternura filial hacia la Santísima Virgen María, un gran amor a la oración y la más inalterable fidelidad a todas las reglas de la Compañía. Después juntaba, en pocas palabras, algunos consejos particulares, según el estado de alma de cada uno, dejando trasparecer, según el testimonio expreso de muchos, que leía claramente el fondo de sus almas”.12 En sus últimos momentos el demonio lo tentó más rudamente. Juan Berchmans repitió entonces cerca de cuarenta veces el grito: “Retírate Satanás, yo no te temo”. Y pidió entonces “sus armas”: el crucifijo, el rosario y las reglas de la Compañía: “Con ellas muero sin pena”. Así, el día 13 de agosto de 1621, a los 22 años de edad, este valiente soldado de Jesucristo y de su Santa Madre entregó su alma al Creador. Tan pronto como su cuerpo fue llevado a la iglesia, la devoción popular empezó a honrarlo como santo. Bélgica rivalizaba con Roma para honrar su memoria, y Alemania lo invocaba con más entusiasmo que Italia. Sin embargo, su proceso de canonización fue lamentablemente suspendido, debido a la supresión de la Compañía de Jesús. Su beatificación recién tuvo lugar el 15 de mayo de 1865, por el beato Pío IX. Veintitrés años después, el 15 de enero de 1888, León XIII lo canonizó. Patrono secundario de la juventud junto con San Luis Gonzaga, su festividad es celebrada el día 26 de noviembre ♦ Notas.- 1. P. José Leite S.J., Santos de cada día, Editorial A. O., Braga, 1987, t. III, p. 355. 2. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, París, 1882, t. IX, p. 513. 3. H. Demain, St. John Berchmans, The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition. 4. Bollandistes, p. 513. 5. Id. p. 514. 6. Id. p. 515. 7. Id. p. 520. 8. P. Juan Croiset S.J., Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid, 1901, t. III, p. 476. 9. H. Demain, The Catholic Encyclopedia. 10. Croiset, p. 475. 11. Bollandistes, p. 528. 12. Id. ib.
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