“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3); luego desgraciados los ricos de espíritu, porque de ellos es la desgracia del infierno. Es rico de espíritu aquel que tiene las riquezas en su espíritu o su espíritu en las riquezas; es pobre de espíritu quien no tiene las riquezas en su espíritu ni su espíritu en las riquezas. Hay mucha diferencia entre poseer venenos y ser envenenados. Así, todos los farmacéuticos tienen venenos, para servirse de ellos en diversas ocasiones, pero no, por ello, están envenenados, porque no tienen el veneno en su cuerpo, sino en sus farmacias. De la misma manera, puedes tener riquezas sin ser envenenado por ellas, si las tienes en tu bolsillo o en tu casa, pero no en tu corazón. Ser rico de hecho y, a la vez, pobre de espíritu, es la gran felicidad del cristiano, porque, de esta manera, goza de las ventajas de la riqueza en este mundo y del mérito de la pobreza en el otro. Si te acontece que, al perder alguno de tus bienes, sientes que tu corazón queda muy desolado y afligido, créeme, ello es debido a que le tenías mucha afición, porque no hay señal mayor del afecto a una cosa perdida que la aflicción causada por su pérdida. No desees con un deseo agobiante el bien que no posees, ni permitas que se arraigue muy adentro de tu corazón el que ya tienes. No te aflijas por las pérdidas que puedan sobrevenir, y entonces tendrás motivos para creer que, siendo rico de hecho, no lo eres por afecto, sino que eres pobre de espíritu, y, por lo tanto, bienaventurada, porque “tuyo es el reino de los cielos”. San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, Lumen, Buenos Aires, 2002, p. 180-182.
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