En la pequeña localidad costera de Vailankanni, en la India, un extraordinario rayo de esperanza ha irrumpido en medio de los sombríos y trágicos acontecimientos que segaron más de doscientas mil vidas en Asia meridional, cuando dos mil peregrinos y un antiguo santuario dedicado a la Santísima Virgen fueron milagrosamente preservados de la devastación general. Vailankanni se localiza en la costa sureste de la India —un país en el que los católicos constituyen franca minoría—, a orillas del Golfo de Bengala, 350 km. al sur de Madrás, capital del estado de Tamil Nadu. Antes del 26 de diciembre del 2004 contaba con una población de cinco mil habitantes.
La milagrosa historia comienza El santuario, consagrado a Nuestra Señora de la Salud de Vailankanni, tiene una asombrosa y milagrosa historia que data del año 1560, cuando un joven pastor fue en busca de un poco de leche para su amo. A su regreso se sintió muy cansado e hizo un alto para recostarse bajo un frondoso árbol, muy cerca de una poza de agua. Se adormeció profundamente y al despertar contempló a su lado, envuelta en una luz muy brillante, a una celestial Señora con su pequeño Hijo en los brazos. La Virgen le sonrió y le pidió un poco de leche para el Divino Infante. Después que el Niño Jesús bebiera, Nuestra Señora volvió a sonreírle y la visión se desvaneció. Volviendo tarde y con menos cantidad de leche, el chico intentó explicarle a su amo lo sucedido, pero éste no le creyó. No obstante, al destapar el recipiente que contenía la preciada leche, ésta comenzó a rebalsarse milagrosamente. La noticia corrió de boca en boca, y la poza de agua en donde ocurrió la visión se convirtió en un lugar de devoción popular.
Un tullido camina Hacia fines del mismo siglo XVI, muy cerca del primer lugar, Vailankanni recibió otra visita milagrosa de la Madre de Dios. Esta vez se apareció a un muchacho tullido que ayudaba a su madre viuda vendiendo leche cuajada en las calles. Un día, mientras ofrecía su refresco, la Santísima Virgen se le apareció con el Niño Jesús en sus brazos. Ambos estaban envueltos por una luz muy brillante. La Señora le pidió al joven indio una taza de aquella leche. La Reina del Cielo se la dio entonces a su Divino Hijo y le pidió que sanase las piernas del muchacho. Después le encargó a éste visitar a un caballero católico que vivía en el vecino pueblo de Nagappatinam, a 12 km. de distancia, y le pidiera que construya en aquel lugar una capilla en su honra. Cuando el muchacho estaba a punto de advertirle a la Virgen que su enfermedad le impedía viajar, Nuestra Señora le ordenó que se levantara y caminara. Entonces, asombrado, constató que sus tullidas piernas habían recuperado la fuerza y el movimiento. Lleno de gozo, corrió entonces en búsqueda del caballero. Al llegar a Nagappatinam el joven emisario encontró con facilidad al predestinado mecenas. El caballero lo recibió con gusto y accedió de inmediato a los deseos de la Santísima Virgen. La razón: había recibido la noche anterior en un sueño aquel mismo mensaje. Hizo pues construir en el lugar de las apariciones una humilde capilla cubierta de paja. Muchos enfermos que se dirigían ahí para implorar el auxilio de Nuestra Señora en sus aflicciones, recobraban la salud; por lo que fue llamada Arokia Matha (Madre de la Salud).
Preservados del naufragio Nuestra Señora de la Salud realizó en el siglo XVII otro gran milagro. Un grupo de comerciantes portugueses que navegaba desde Macao, en la China, hacia Colombo, en Ceilán (actual Sri Lanka), fueron presa de una feroz tormenta. En su desesperación suplicaron el auxilio de María Santísima, la Estrella del Mar, e hicieron la promesa de construir una iglesia en su honra dondequiera que desembarcasen, si conservaban la vida. Entonces el tempestuoso mar se calmó totalmente. El barco tocó tierra cerca de Vailankanni el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora. Bajaron inmediatamente a la playa y cayeron de rodillas en señal de agradecimiento. Un grupo de pescadores indios, reconociendo que eran católicos los llevaron a la primitiva capilla. De inmediato comenzaron la construcción de un edificio más grande de material noble, y a lo largo de sus vidas hicieron varios otros viajes a Vailankanni, para enriquecer el santuario con los tesoros que adquirieron en China y en otros lugares. En recuerdo de ello, hasta el día de hoy se puede apreciar al viejo y gigantesco mástil del navío portugués, plantado a un costado de la actual Basílica. La ampliación de la Capilla Con el paso del tiempo, el número de los peregrinos que visitaban el lugar creció considerablemente. La fama de Vailankanni se extendió gradualmente. Los maravillosos pero inexplicables acontecimientos que ocurrieron en ella excitaron la reverencia y la admiración. Personas que fueron testigos de los acontecimientos o que oyeron de ellos de fuentes próximas, relataron los hechos a sus familiares y amigos. Así la fama y la gloria de la milagrosa Madre de la Salud de Vailankanni se difundió como una estela de luz y de esperanza por aquella tierra.
Los numerosos fieles que llegaban a Vailankanni desde lejos a pie, regresaban a sus hogares, cantando de puerta en puerta las glorias y los favores de Nuestra Señora, así como los trovadores en la Edad Media hicieron célebres muchos santuarios en Europa. Con el transcurso del tiempo, los peregrinos comenzaron a llegar en trenes y buques a vapor, por lo que fue necesario ir ampliando continuamente la capilla y sus instalaciones. Conocido por los milagros que la Virgen allí continuamente dispensa, el santuario ha sido calificado como «el Lourdes del Oriente», y en él se acoge hoy a más de un millón y medio de peregrinos al año, especialmente en los días de su fiesta. En 1962 el Papa Juan XXIII, al agregar el santuario a la Basílica de Santa María Mayor en Roma, lo elevó a la categoría de Basílica Menor. Más recientemente, el 11 de febrero del 2002, para destacar su importancia sobre cualquier otro santuario de la India, la Iglesia organizó en Vailankanni la X Jornada Mundial del Enfermo. Un rayo de esperanza en medio del caos ¹ Así llegamos al 26 de diciembre del 2004, cuando un terrorífico tsunami sembró la destrucción a lo largo de extensas zonas costeras del Asia meridional. La pequeña ciudad de Vailankanni no se salvó de la catástrofe. Pero en el momento en que el oleaje se abatía sobre la costa, una Misa tenía lugar en el santuario con la asistencia de unos dos mil peregrinos. Y, aunque el tsunami arrasó la localidad por completo, matando a cientos de personas, las aguas mortales no entraron en la iglesia, y todos los presentes se salvaron. Según la BBC, el santuario fue el único edificio que escapó a la devastación.2 Pero quizás el hecho más significativo y extraordinario es que otras construcciones más alejadas de la orilla y al mismo nivel del mar que el santuario, fueron destruidas, mientras que la basílica fue preservada y los fieles que se encontraban en su interior ni siquiera fueron salpicados por las gigantescas y trastornadas olas. Los encargados del santuario no dudaron en calificar el acontecimiento como milagroso. Esta opinión es compartida por Sebastián Kannappilly, un comerciante del vecino estado de Kerala que asistía junto con su familia a la Misa, quien subrayó: “Fue un milagro que el agua no entrara en la iglesia”. Su chofer, que lo aguardaba fuera del templo, pereció.3
Una lección que aprender En medio de toda la devastación causada por esta calamidad, muchos se han preguntado cómo Dios puede permitir que suceda tal cosa. Desde cierta perspectiva, los acontecimientos de Vailankanni pueden ayudar a responder esta pregunta, sobre todo porque refuerzan dos verdades muy importantes. Primero, demuestran que Dios lo controla todo. Para Dios, es tan fácil salvar una iglesia repleta de peregrinos como salvar una nación entera, o hasta muchas naciones. Su plan divino otorga a cada cual lo que su Misericordia y su Justicia piden. En verdad, cada acontecimiento que ocurre se ajusta al plan de Dios, el cual considera toda la historia en la perspectiva de la eternidad. La vida humana no es más que la puerta de entrada a esa eternidad. Los hombres, dotados de una voluntad libre, podrán aceptar o rechazar que la gracia y la bondad divinas influencien este plan, pero Dios siempre mantendrá el control de las cosas. Como no somos capaces de ver las infinitas complejidades de este plan desde su perspectiva, tropezamos a menudo con lo que nos parece incomprensible. En segundo lugar, prueba que Dios es misericordioso. Quiere que los hombres entiendan esa Misericordia y así a veces Él la demuestra de una manera espectacular, como lo hizo en Vailankanni. Si, en nuestra limitada óptica, somos incapaces de comprender su misericordia en un hecho en el que perecieron tantas personas, debemos primero bajar nuestras cabezas con humildad y después levantarlas con confianza y creer en adoración a su Sabiduría infinita, la cual eclipsa nuestra comprensión. A quienes sufren la devastación calamitosa causada por el tsunami, les ofrecemos nuestras esperanzadas oraciones a Nuestra Señora de la Salud. A Dios le ofrecemos nuestra humilde y confidente adoración.
Y para nosotros peruanos ¡Cuánta gracia, cuánta bendición descubrimos pues en el relato de las apariciones de Nuestra Señora de Vailankanni! Cuánta similitud podemos encontrar con hechos ocurridos en el naciente Perú, en aquella misma época, con tantas advocaciones de la Santísima Virgen con que la Providencia ha querido agraciar a nuestro país. La analogía es tanto más viva si recordamos el año de 1746, cuando un violento tsunami azotó al Callao y cobró más de cinco mil víctimas en su mortal carrera, sucumbiendo el fenómeno plácidamente a los pies de Nuestra Señora del Carmen de la Legua, en lo que ahora es la Av. Faucett, a corta distancia de Lima. Y cuando hechos como éste los relacionamos con el Mensaje de Fátima, nos preguntamos qué pueden haber sido las ofensas a Dios practicadas en el siglo XVIII si las comparamos con los pecados colectivos de este comienzo del siglo XXI. Pensemos apenas en el llamado “turismo sexual” que se practica precisamente en la región devastada por el tsunami, en la marcha galopante hacia el nudismo, en la inmoralidad desenfrenada que pretende ahogar a la más tierna juventud, los vicios y malas costumbres que corroen a nuestra civilizada sociedad: ¿no deben estos tsunamis morales sacudir mucho más nuestra febril indiferencia con relación a los pecados que a diario y en cantidades abrumadoras ofenden gravemente a Dios? Volvamos nuestras miradas a Nuestra Señora, a nuestra Madre de la Salud, y pidámosle también a Ella el perdón de nuestros pecados, la salud para nuestras almas, las fuerzas para una conversión verdadera y definitiva, como lo pidiera en Fátima.
Notas.- 1. http://www.db.avvenire.it/avvenire/edizione_2005_01_02/dossier.html
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Nuestra Señora de la Salud de Vailankanni |
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