Ambientes Costumbres Civilizaciones Esplendor de la concepción jerárquica y cristiana de la vida - I

Plinio Corrêa de Oliveira

La onda satánica del igualitarismo, que desde la revolución protestante del siglo XVI hasta la revolución comunista de nuestros días viene atacando, calumniando, socavando y haciendo marchitar todo cuanto es o simboliza jerarquía, nos presenta toda desigualdad como una injusticia. Es propio de la naturaleza humana —dicen los igualitarios— que la gente se sienta disminuida y avergonzada al curvarse ante un superior. Si lo hace es porque ciertos preconceptos, o el imperio de las circunstancias económicas, le obligan a ello. Pero esta violencia contra el orden natural de las cosas no queda impune. El superior deforma su alma por la prepotencia y por la vanidad que lo llevan a exigir que alguien se curve ante él. Con su gesto servil, el inferior pierde algo de la elevación de la personalidad propia de un hombre libre e independiente. En otras palabras, siempre que una persona se curva ante otra, hay un vencedor y un vencido, un déspota y un esclavo.

La doctrina católica nos dice exactamente lo contrario. Dios creó el universo según un orden jerárquico. Y dispuso que la jerarquía fuese la esencia de todo orden verdaderamente humano y católico.

En contacto con el superior, el inferior puede y debe tributarle el mayor respeto, sin el menor recelo de rebajarse o degradarse. El superior, a su vez, no debe ser vanidoso ni prepotente. Su superioridad no proviene de la fuerza, sino de un orden de cosas muy santo y deseado por el Creador.

En la Iglesia Católica las costumbres expresan con admirable fidelidad esta doctrina. En ningún ambiente los ritos y las fórmulas de cortesía consagran tan acentuadamente el principio de jerarquía. Y tampoco en ningún otro se ve tan claramente cuánta nobleza puede haber en la obediencia, cuánta elevación de alma y cuánta bondad puede haber en el ejercicio de la autoridad y de la preeminencia.

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En una cartuja española un monje besa de rodillas el escapulario de su superior. Es la expresión de la más absoluta sumisión.

Sin embargo, obsérvese atentamente la escena y se verá cuanta varonilidad, cuanta fuerza de personalidad, cuanta sinceridad de convicción, cuanta elevación de motivos pone en su gesto el humilde monje arrodillado. Lo cual contiene algo de santo y caballeresco, de grandioso y sencillo, que al mismo tiempo hace pensar en la Legende Dorée, en la Chanson de Roland y en los Fioretti de san Francisco de Asís.

De rodillas, este humilde y desconocido religioso es más grande que el hombre moderno, molécula insulsa, impersonal, anónima e inexpresiva de la gran masa amorfa en que se ha transformado la sociedad contemporánea.

La abolición de la tiara pontificia Dádiva de bondad
Dádiva de bondad
La abolición de la tiara pontificia



Tesoros de la Fe N°280 abril 2025


Notre-Dame de París
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