¿Podría Ud. decir algunas palabras sobre la Medalla Milagrosa? He oído hablar de ella, de las gracias y favores que muchas personas reciben cuando la usan. Por eso, quisiera conocer su historia, las condiciones para recibirla y usarla como se debe, a fin de obtener sus beneficios.
Con el mayor agrado dirijo a mis queridos lectores de Tesoros de la Fe algunas palabras sobre la Medalla Milagrosa. Su historia comienza al inicio del siglo antepasado, en 1806, cuando la Providencia hizo nacer en Borgoña (Francia) a una niña destinada a representar un gran papel en su tiempo y en los siglos venideros: Catalina Labouré. A los nueve años Catalina pierde a su madre. Llorando mucho, sube ella entonces en un mueble, donde había una imagen de Nuestra Señora y declara abrazando a la imagen: “Desde hoy, Vos seréis mi madre”. Y María Santísima, correspondiendo a tanto afecto por Ella misma inspirado, se volvió de modo especial madre de Catalina. A los 23 años, victoriosa ante todos los intentos paternos de apartarla de los caminos que Dios le había trazado, Catalina obtuvo autorización para entrar como postulante en la casa de las Hijas de la Caridad de Chatillon-sur-Seine. Tres meses después, el día 21 de abril de 1830, traspuso por primera vez los umbrales del noviciado de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac, en París. Primera aparición de Nuestra Señora En julio del mismo año, Catalina ve por primera vez a la Reina del Cielo y de la Tierra. Transcribo en seguida sus propias palabras, extraídas de su manuscrito:
“A las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: —¡Catalina, Catalina! Me desperté y miré hacia el pasadizo que era el lugar de donde venía la voz. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de unos cuatro o cinco años, el cual me dijo: —Levántate pronto y ven a la capilla; la Virgen te espera. [...] Así se pasó el momento más dulce de mi vida. Me sería imposible decir lo que sentí. Ella me dijo: [...] —Hija mía, Dios quiere encargarte una misión. Tendrás que sufrir, pero te sobrepondrás pensando que lo haces por la gloria de Dios. [...] Te contradirán, pero tendrás la gracia; no temas. [...] Serás inspirada en tus oraciones”. Segunda aparición de Nuestra Señora: la Medalla Milagrosa Habían transcurrido cuatro meses desde la primera aparición de Nuestra Señora, que había dejado en Santa Catalina profundas añoranzas y un inmenso deseo de volver a ver a la Madre de Dios. He aquí cómo, en sus manuscritos, la propia novicia de las Hijas de la Caridad narra la segunda aparición: “El día 27 de noviembre de 1830... vi a la Santísima Virgen. Era de estatura mediana, estaba de pie, vestida con un traje de seda blanco aurora, hecho a la manera que se llama à la Vierge, holgado, con mangas lisas y un velo blanco que le cubría la cabeza y descendía de cada lado hasta abajo. Bajo el velo, vi sus cabellos lisos partidos al medio y por encima un bordado de más o menos tres centímetros de ancho, sin flecos, esto es, apoyado ligeramente sobre los cabellos. El rostro bastante descubierto, los pies apoyados sobre media esfera, y teniendo en las manos una esfera de oro, que representaba al mundo. Tenía las manos puestas a la altura de la cintura, de una manera muy natural, y los ojos elevados hacia el Cielo... Aquí su rostro era magníficamente bello. Yo no sabría describirlo... Y poco después, de repente, percibí en esos dedos anillos revestidos con piedras, unas más bellas que las otras, unas mayores y otras menores, que lanzaban rayos cada cual más bello que los otros. Partían de las piedras mayores los más bellos rayos, siempre ensanchándose hacia los extremos, cubriendo toda la parte de abajo. Yo no veía más sus pies... En ese momento en que estaba contemplándola, la Santísima Virgen bajó los ojos, mirándome fijamente. Una voz se hizo oír, diciéndome estas palabras: — «La esfera que ves representa al mundo entero, particularmente a Francia... y a cada persona en particular...» Aquí yo no sé expresar lo que sentí y lo que vi: la belleza y el resplandor, los rayos tan bellos... — «Es el símbolo de las gracias que derramo sobre las personas que me las piden... » Me hizo comprender lo agradable que era rezar a la Santísima Virgen y cuán generosa es Ella con las personas que le rezan. Cuántas gracias concede a las personas que se las piden y la alegría que siente concediéndolas... En ese momento se formó un marco alrededor de la Santísima Virgen, un tanto ovalado, donde había en lo alto estas palabras: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos», escritas con letras de oro. .... Entonces, se oyó una voz que me dijo: — «Haz, haz acuñar una medalla según este modelo. Todas las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para las personas que la usen con confianza...» En ese instante, el cuadro me pareció darse vuelta, y ahí vi el reverso de la medalla. Preocupada por saber qué era necesario poner del lado reverso de la medalla, después de muchas oraciones, un día, en la meditación, me pareció oír una voz que me decía: «La M y los dos corazones dicen lo suficiente». Tercera aparición de Nuestra Señora Pocos días después, en diciembre de 1830, la Santísima Virgen visita a Catalina por tercera y última vez. La Virgen María se presenta con el mismo vestido color de aurora y con el mismo velo, sujetando nuevamente un globo de oro sobrepuesto por una pequeña cruz. De los mismos anillos adornados con piedras preciosas irradiaba, con intensidades diversas, la misma luz:
“Es imposible de expresar lo que sentí y todo cuanto comprendí en el momento en que la Santísima Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor. Mientras me ocupaba en contemplar a la Santísima Virgen, una voz se hizo oír en el fondo de mi corazón: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen consigue para las personas que las piden». Esas líneas deben ser colocadas como leyenda debajo de la Santísima Virgen. Yo estaba llena de buenos sentimientos, cuando todo desapareció como algo que se borra; y me quedé repleta de alegría y consolación”. Así concluye el ciclo de las apariciones de la Santísima Virgen a Santa Catalina, que recibe, no obstante, un consolador mensaje: «Hija mía, de ahora en adelante no me verás más, pero oirás mi voz durante tus oraciones». Pero el padre Aladel, confesor de Santa Catalina, a quien ella le cuenta todo, se muestra frío e incrédulo, considerándola soñadora, visionaria, alucinada. Por fin, después de consultar al arzobispo de París, que le anima a llevar adelante la empresa, el padre Aladel encarga las primeras 20.000 medallas, en 1832. Los primeros prodigios Las medallas milagrosas iniciaron su esplendoroso cortejo de milagros durante la epidemia de cólera que azotó a Francia en aquel mismo año. Siguen un ejemplo de milagro en el orden de la naturaleza y otro en la orden de la gracia, o espiritual, ambos bastante significativos: * En la diócesis de Meaux, una señora contagiada por el cólera, ya desahuciada, y en vísperas de dar a luz, recibe una medalla milagrosa: nace una bella y saludable niña, y su madre se ve totalmente curada. * Próximo a fallecer, un militar de Alençon respondía con blasfemias e insultos a todos los incitamientos a la conversión que le dirigían el capellán y las religiosas: “Vuestro Dios no quiere a los franceses: decís que Él es bueno y que me ama, pero si así fuese ¿cómo me hace sufrir de este modo? No necesito de vuestros consejos, ni de vuestros sermones”. A medida que se aproximaba a la muerte, se multiplicaban las imprecaciones. Cuando nadie más esperaba su conversión, seis días después de que una monja le prendiera al lecho, sin que él lo percibiera, una medalla milagrosa, el militar declara: “No quiero morir en el estado en que me encuentro; pidan al padre que haga el favor de oírme en confesión”. En medio de terribles tormentos, muere con serenidad y dice: “Lo que me causa pesar es haber amado tan tarde, y no amar mucho más”. Estos hechos nos enseñan que la medalla debe ser usada no solamente para pedir beneficios de orden material, sino principalmente para pedir gracias de conversión, de santificación propia o de otras personas, cambios de comportamiento, abandono de vicios y de situaciones pecaminosas, etc., en fin todo aquello que parece difícil, y hasta casi imposible, pero que puede ser alcanzado recurriendo al poder de la Virgen, a través del uso devoto, humilde y lleno de confianza de su milagrosa medalla. La oración que ciertamente Ella recibe con mayor agrado, hecha por aquellos que traen consigo esta medalla de tantas gracias, es la jaculatoria grabada en ella, y que Nuestra Señora misma se dignó enseñarnos, para que la recemos muchas veces al día: “¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!”
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La Medalla Milagrosa |
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