Para esta edición especial en homenaje al Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en el centenario de su nacimiento, entrevistamos a una persona que lo acompañó de cerca, desde tiempos remotos hasta sus últimos días. Por sus grandes obras y por la doctrina que explicitó Plinio Corrêa de Oliveira, podemos conocer su vida; pero los pequeños hechos cotidianos nos auxilian a entenderlo mejor. Solicitamos al Dr. Luiz Nazareno de Assumpção Filho que nos hable acerca del eminente pensador y líder católico. Fuimos gentilmente atendidos, con la habitual amabilidad que lo caracteriza. El entrevistado nació en la ciudad de São Paulo en 1931; ingresó al “grupo de Plinio” desde muy joven, en 1950; se destacó como uno de los primeros y más ardorosos propagandistas y colaboradores de la revista «Catolicismo», fundada en 1951; abogado graduado en la Universidad de São Paulo, fue en 1960 uno de los signatarios del acta de fundación de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, ejerciendo en las décadas siguientes diversos cargos de dirección en la entidad. Las preguntas versan particularmente sobre aspectos de la relación entre maestro y discípulo, y a respecto de pequeños episodios de la vida cotidiana. Optamos por tales aspectos, pues para profundizar en el conocimiento de una rica personalidad, además de analizar los hechos públicos hay una necesidad de desmenuzar su existencia, estudiar su vida personal, investigar su petite histoire, los pequeños episodios. De ese modo, se pueden sacar grandes lecciones y formarse una idea mucho más completa sobre la personalidad de un gran hombre. * * * Tesoros de la Fe — ¿En qué año y ocasión conoció Ud. al Dr. Plinio? Dr. Luiz — En 1944. El Dr. Plinio fue a la Congregación Mariana del Colegio San Luis, de los padres jesuitas, para hacer una disertación a un grupo de élite denominado Guerreros de Cristo Rey. Por entonces yo tenía apenas trece años de edad. Tesoros de la Fe — ¿Qué despertó más su atención en los primeros contactos con él? Dr. Luiz — La voz brillante, fuerte, varonil y poco común —más tarde vine a saber que ella se denomina voz estentórea— extremamente comunicativa y atrayente. Por otro lado, la exhortación hecha a los jóvenes era fervorosa, calurosa y sin ningún vislumbre de sentimentalismo, al que yo tenía horror. Al mismo tiempo, aliaba un lenguaje elevado, sin temer el empleo de neologismos vivos, de lo que doy un ejemplo: “¡No sean como la mocedad que compone la generación «glostora»!” Esa loción, muy de moda en la época, era un símbolo muy apropiado de un estado de espíritu blandengue, no afecto a la lucha.
Después de la conferencia de 1944, escuché otra, esta vez dirigida al cuerpo colegial. Quedé encantado, y tuve una desavenencia con un compañero mayor que yo, el cual, envidioso, me dijo que el Dr. Plinio “no respetaba los ecos abruptos”. Ahora bien, ese individuo estaba atado a reglas sin matices, mientras yo apreciaba el estilo con que el Dr. Plinio sabía pasar por encima de esas reglas, cuando era el caso, y adoptaba un estilo que nada tenía de un academismo pesado y vanidoso. ¡Al contrario! Tesoros de la Fe — ¿Conocía Ud. a la familia del Dr. Plinio antes de formar parte de su grupo? ¿Qué recuerdos guarda de la familia materna y de la familia paterna de él? Dr. Luiz — Yo conocía de nombre y de vista a una hermana y a una sobrina suya. De la familia materna, tengo recuerdos de un modo de ser ameno y ceremonioso, amable, cortés y agradable. De la familia paterna, la conocí después de mi ingreso en la pre-TFP. El Dr. Juan Pablo Corrêa de Oliveira, su padre, era un personaje muy inteligente, pintoresco a más no poder, según el estilo pernambucano, tranquilo y seguro de sí. Era un anciano muy simpático, que me trataba con distinción y con mucha naturalidad, y del cual guardo un grato recuerdo; al igual que de su madre, Doña Lucilia, a quien Dios Nuestro Señor lo uniera en 1906. Tesoros de la Fe — ¿Qué impresión más especialmente guarda Ud. de Doña Lucilia? Dr. Luiz — La de una señora muy y muy afectiva, como jamás he visto. La “fiesta” que le hacía al hijo, cuando él entraba en casa, despertaba en mí la impresión de una relación entre madre e hijo por encima de los padrones que conocía. Me pasó cierta vez, en los ultimísimos años de Doña Lucilia, oír desde una sala contigua la lectura que el Dr. Plinio le hacía de una revista francesa, «Plaisir de France», que yo compraba y se la prestaba a él para entretener a su madre los domingos en la noche. Explico por qué yo oía de lejos: Doña Lucilia estaba con la audición debilitada, y su hijo hablaba alto para que ella oyera. El diálogo del hijo adulto con su madre nonagenaria era conmovedor. Doña Lucilia encarnaba a la dama muy ponderada y celosa de su casa. Sus juicios reflejaban el aprecio por las conductas personales que juzgaba serias y adecuadas. Así es que, cierto día, le dijo al Dr. Plinio: “Hijo mío, qué buen uso hace Luizinho de su herencia, comprando revistas como ésta”. Guardo de ella una impresión de mucha bondad, aliada a una ceremonia en el trato, sin nada de rígido. Por el contrario, muy ameno. Tesoros de la Fe — Disculpe Ud., por hacerle preguntas un tanto personales, pero creemos que a nuestros lectores les agradaría mucho estos aspectos poco conocidos del Dr. Plinio —por así decir, las petites histoires— episodios casi que domésticos, o a veces revestidos de alguna intimidad, que no se encuentran en los libros sobre su vida y obra.
Dr. Luiz — Entonces registro aquí otro episodio doméstico: Doña Lucilia era una ejemplar ama de casa, y se preocupaba de mantener una mesa muy bien servida para su hijo que, a su vez, era “buen tenedor”. Una persona de la familia, comentando con ella el trabajo y tiempo que le tomaba poder satisfacer al Dr. Plinio, recibió una respuesta gentil, pero firme: “Es porque Plinio cumple su deber mejor que los demás”. Muy buen hijo, intentaba, a pesar de sus absorbentes quehaceres diarios —pues acostumbraba trabajar con ahínco en su vida profesional, además de dedicar gran tiempo a la causa católica— distraer a sus padres a la hora de las comidas. Sobre todo a su madre que, en virtud de su espíritu conservador y serio, padecía de aislamiento social. El mundo se modernizaba, pero ella no quería, con justa razón, seguir esa tendencia. El Dr. Plinio, como todos saben, estaba dotado de un extraordinario don de conversación. La suya era de las mejores prosas de São Paulo. Reservaba así para su madre todo el arte de entretenerla, permitiéndose, no raras veces, pequeñas y alegres provocaciones. Como respuesta recibía una simple sonrisa. Tesoros de la Fe — Durante muchos años Ud. acompañaba al Dr. Plinio a comer los domingos por la noche, al restaurante Ca’ d’Oro. ¿Podría Ud. contarnos algo de esas cenas? Dr. Luiz — Sobre eso tendría mucho que decir. Selecciono un hecho significativo. El maître, de origen italiano y muy despierto, le preguntó cierta noche al Dr. Plinio si él conocía la rueda de personas que ocupaban una mesa grande al otro lado del restaurante. — «Sí, sé quienes son, pero los conozco apenas de nombre». El maître añadió: — «Allá, entre ellos, comentan mucho sobre Ud., y lo conocen bien». Después de un intervalo, afirmó: — «Pero también, ¡quién no lo conoce a Ud.!» En efecto, la mesa estaba compuesta por personas de la más alta burguesía de São Paulo. ¿Cómo es que el Dr. Plinio, un hombre que colocó el ideal por encima de los beneficios que podrían resultar de su capacidad profesional, podía llamar tanto la atención? Estoy seguro que sucedía lo siguiente: El Dr. Plinio tenía el don de presencia; donde entraba, marcaba el ambiente. Cierta vez entró en el Ca’ d’Oro con muletas, debido al accidente automovilístico sufrido en 1975, en que los designios de la Santísima Virgen le sacrificaron su modo normal de caminar. Un amigo suyo de infancia —miembro de una de las mejores familias de São Paulo, y muy buen observador— al notar la seguridad y la superioridad con que el Dr. Plinio se movía en aquellas condiciones que de sí son penosas, hizo el siguiente comentario: “Después que Plinio entró, la situación se invirtió: todos los que estaban cenando quedaron de muletas, y él no”. En aquellas cenas presencié, más de una vez, a personas que se acercaban al Dr. Plinio para saludarlo, sobre todo ex alumnos. Una ex alumna de la Universidad Sedes Sapientiae (donde enseñó Historia), junto con su marido y un amigo, se acercó a la mesa donde estaba el Dr. Plinio, y dijo: “Siempre me acuerdo de las maravillosas descripciones que Ud. hacía en las aulas”. Sus ojos estaban humedecidos en lágrimas...
Tesoros de la Fe — El Dr. Plinio fue conocido por ser un excelente gourmet. Ud., que lo acompañó a comer en diversas ocasiones, ¿qué nos podría decir sobre sus platos predilectos? Dr. Luiz — Respondo con gusto, pues el comer bien se dilata cuando alguien que aprecia la culinaria está en compañía de otro que la aprecia. En el caso del Dr. Plinio, más que un apreciador, él era casi un filósofo de la gastronomía. Me explico. Dotado de un alto sentido para las consideraciones metafísicas y para la simbología, raciocinaba sobre lo que comía, aunque estuviera hablando de otro asunto. Sus platos preferidos siempre fueron las pastas y los panes. En el Ca’ d’Oro pedía generalmente macarrones gratinados, elaborado con harina venida de países donde el trigo era de mejor calidad. Tesoros de la Fe — ¿Y a respecto de los dulces? Dr. Luiz — Para conocer lo que el Dr. Plinio juzgaba de los dulces, es necesario recordar la preferencia que él tenía por los panes. El pan de calidad, para él, como que sustituía a los dulces, sobre todo cuando era acompañado de una mantequilla muy buena. Sin embargo, un buen helado o un dulce afrancesado eran de su agrado. Tesoros de la Fe — ¿Y en cuanto a las bebidas? Dr. Luiz — El Dr. Plinio no era especialmente propenso a las bebidas alcohólicas. Les daba valor, y consideraba con admiración a los que sabían apreciar ciertas bebidas. Sé que en la transición de la infancia para la juventud, en ciertos momentos de reposo y lectura, gustaba de tomar un vino dulce muy conocido, el Moscatel de Setúbal, mezclándolo con agua en proporciones que variaban según los días. Los vinos corrientes de mesa, tintos o blancos, no era de su hábito tomarlos. Como se sabe, uno de los elementos del vino es la acidez, y él tenía mucha aversión a esa característica. En Italia, él gustaba de tomar horchata, bebida compuesta de un jarabe de almendras y agua gaseosa. Todos sabemos que la limonada es muy apreciada, pero no lo era para el Dr. Plinio. Con su modo de ser categórico, rechazaba el limón. Tesoros de la Fe — ¿Sobre qué asuntos giraban las conversaciones en esos restaurantes? Dr. Luiz — En los últimos años de las cenas en el Ca’ d’Oro, yo acostumbraba llevar trechos extraídos de las memorias del duque de Saint-Simon y leerlos. Los comentarios que él hacía, yo los registraba en una pequeña grabadora. Eran verdaderas lecciones de historia viva, pues siempre eran muy densos y serios.
Tesoros de la Fe — De las innumerables conversaciones particulares que Ud. tuvo en la residencia de él, ¿qué nos podría contar en pocas palabras? Dr. Luiz — Esas conversaciones versaban muy frecuentemente sobre el São Paulo antiguo, criterios de sociedad, de educación, de finura, y cómo esas cualidades afloraban y afloraban en personas que él conoció personalmente, o de vista o de nombre. El elemento de comparación era siempre Europa, especialmente Francia. El Dr. Plinio se complacía en resaltar las superioridades de los países que cargaban más tradiciones que nosotros. No quería con eso disminuirnos, sino elevarnos. Además, dicho sea de paso, él afirmó que en todo su trato tenía la preocupación de elevar a su interlocutor. Tesoros de la Fe — En el período en que Ud. dirigió la Casa de Estudios de Nuestra Señora de Jasna Gora, situada en las afueras de São Paulo, al no poder estar personalmente con él debido a la distancia, conversaban por teléfono. ¿Cuánto duraban y cómo eran esos despachos telefónicos? Dr. Luiz — Realmente no sé cómo agradecer a la Santísima Virgen el favor que para mí constituía la llamada diaria del Dr. Plinio. En principio, el teléfono sonaba a las 10:30 de la mañana, y podía durar hasta media hora. Todo dependía de sus horarios, de sus programas y de sus ocupaciones. En tales conversaciones, él trataba un poco de todo. Desde saludos y preguntas sobre la salud hasta de novedades, faits-divers, pequeños hechos, muchos consejos espirituales y un paternal “cobro” de responsabilidades. Cierto día, estando en su casa de la calle Alagoas, percibí que sobre su mesa de noche, entre otros papeles, había uno en que anotaba lo que tenía que tratar conmigo. Sin tener propiamente una agenda, era muy metódico, y tenía en la memoria o en papeles sueltos aquello que temía olvidar. Él anotaba, y después “cobraba”. Tesoros de la Fe — ¿Cómo Ud. caracterizaría el modo en que el Dr. Plinio daba orientaciones espirituales, consejos, etc., y el modo de orientar en cuestiones prácticas? Dr. Luiz — En cuanto a las orientaciones espirituales, él las resolvía como nadie. En efecto, poseía en grado eminente el discernimiento de los espíritus y el sentido moral. Con esos dos recursos, aunque siendo laico, él era un director de almas incomparable. En cuanto a las orientaciones de orden práctica, acostumbraba decir que para resolver bien los problemas era necesario tener bien claros los principios. Ahora bien, los principios de vida, los principios de acción y los principios que rigen el orden de las cosas, él los tenía precisos, claros, y hasta incluso cristalinos, puede decirse. Tesoros de la Fe — ¿Cómo era la vida de acción del Dr. Plinio? Dr. Luiz — Él estaba dotado de una capacidad de trabajo que yo diría no sólo fuera de lo común, sino casi inimaginable. Con completo dominio de sus emociones, y habituado a reflexionar y a pensar desde su infancia, en la medida que la causa católica le fue pidiendo más trabajo, no ahorró nada de sí mismo. Debo resaltar que, sin la virtud del completo dominio de sí, no habría sido posible actuar y trabajar como él.
Tesoros de la Fe — ¿Y sobre la vida de piedad? Dr. Luiz — La impresión que daba era de que él tenía la mente siempre vuelta hacia Dios y para los aspectos más elevados del orden creado. Era muy fervoroso en todas sus devociones, en la piedad eucarística, en la devoción a la Santísima Virgen y en la contemplación de la Iglesia Católica, a la que tenía como maestra, madre y señora. Tesoros de la Fe — ¿Cómo Ud. describiría la vida de pensamiento? Dr. Luiz — El Dr. Plinio era capaz de pensar ininterrumpidamente sobre asuntos serios. A un antiguo compañero suyo, ya fallecido, él le confesó (alrededor de sus 40 años) que no se acordaba de la fecha en que tuvo su último pensamiento vano. O sea, su mente estaba siempre vuelta hacia consideraciones elevadas, serias, propias de su vida intelectual y espiritual y a su celo en la actuación contra-revolucionaria. Tesoros de la Fe — ¿Podría definir el modo de ser del Dr. Plinio? Dr. Luiz — Doy un aspecto que expresa bien su modo de ser. Era muy ceremonioso. En cierta ocasión, un interlocutor le dijo: “Dr. Plinio, no sea tan ceremonioso conmigo, puede ser más natural”. Dr. Plinio replicó: “Es que yo soy naturalmente ceremonioso...” Tesoros de la Fe — ¿El Dr. Plinio gustaba más de la vida de campo o de la vida urbana? Dr. Luiz — Innegablemente, y él mismo lo reconocía, era un hombre de ciudad. No tenía hacia el campo ninguna antipatía, y le hubiera gustado vivir en una ciudad pacata, tal vez como la que describió en uno de sus artículos para la «Folha de S. Paulo», titulado Turismo del sosiego. Tesoros de la Fe — ¿Qué tipo de lectura él apreciaba más? Dr. Luiz — Es una pregunta fácil de responder: memorias. Sobre todo memorias de personajes que tuvieron relación con ambientes nobles o ellos mismos pertenecían a la nobleza. Entre las memorias, quizá ninguna le despertó tanto gusto e interés cuanto las del duque de Saint-Simon. En efecto, es una obra de las más importantes de la literatura francesa; y el estilo del autor estaba muy de acuerdo con la índole del Dr. Plinio. Como él nunca releía un libro que no fuera de estudio, lamentaba ya haber leído a Saint-Simon... Esa obra es muy extensa: la edición en que él la leyó tiene aproximadamente siete mil páginas en papel biblia.
Tesoros de la Fe — Ud. viajó con el Dr. Plinio a Europa. ¿Cuál fue el objetivo del viaje? Dr. Luiz — Estuve tres veces en compañía del Dr. Plinio en Europa. El viaje que más me acuerdo fue el de 1950. Aún no conocía la atracción que su conversación despertaba. Cuando íbamos, él y otros amigos, en un carro de mi propiedad que yo conducía, causaba preocupación entre los pasajeros lo que éstos temían que era una incompatibilidad entre la velocidad que yo imprimía al vehículo y la atención que yo prestaba a los comentarios que él iba haciendo. Después supe que llegaron a pedirle que moderase la vivacidad de sus palabras, en vista del riesgo que temían. En cuanto al objetivo, el Dr. Plinio viajaba para establecer contactos con eclesiásticos o laicos que tuviesen relación con su pensamiento. Tesoros de la Fe — Por las conferencias, artículos y libros escritos por el Dr. Plinio, podemos notar que él tenía un sentido de observación extraordinario y un como que discernimiento de las situaciones creadas en la opinión pública, de los cuadros políticos que se constituían en cada país, etc. ¿Qué puede decirnos al respecto? Dr. Luiz — Digo que era tan vasto el conocimiento que él tenía de los pueblos y de la opinión pública, que sería muy difícil de expresarlo en pocas palabras. Despertaba mucho la atención el hecho de que él describía a pueblos de países que no había visitado, y de los cuales tenía apenas conocimiento por alguna lectura, o por contacto con personas descendientes de tales pueblos. Cierta vez, con tres nisei, él hizo una profunda disertación sobre los diferentes tipos de espíritu que veía en el mundo nipón. Ahora bien, no sería fácil, apenas a través de contactos con hijos de inmigrantes japoneses, penetrar tan a fondo en la psicología de ese pueblo. Tesoros de la Fe — En una palabra sintética, ¿qué aspectos el Dr. Plinio más admiraba en los pueblos? Para no tomar más su tiempo, hablemos solamente de los europeos. Por ejemplo: en los austriacos Dr. Luiz — El sentido de lo universal, la capacidad de conducir con armonía otros pueblos, capacidad de síntesis y la levedad de espíritu en el mundo germánico. Tesoros de la Fe — ¿Y en los alemanes? Dr. Luiz — El sentido de jerarquía, de orden, la aptitud para comprender la sociedad orgánica feudal, la seriedad y el brillo militar. Tesoros de la Fe — ¿En los franceses? Dr. Luiz — La luz, la gracia, la precisión, el don de la palabra y de la conversación y la aptitud para comprender la Santa Iglesia. Tesoros de la Fe — ¿En los italianos? Dr. Luiz — El raciocinio claro y muy apto para el estudio y el pensamiento teológico. El sentido de los universales, que los ayudó a través de los siglos en el gobierno de la Iglesia. Creo que admiraba también el talento artístico y la creatividad de los italianos.
Tesoros de la Fe — ¿Y en los portugueses? Dr. Luiz — La fe, la bravura, el espíritu de conquista de otros pueblos para la fe católica, el acierto en conducir lo que ellos llamaban el Portugal de ultramar. En los portugueses, admiraba también la dulzura, lo pintoresco y el sentido común. Tesoros de la Fe — ¿En los españoles? Dr. Luiz — Pienso que era el espíritu del “sí sí, no no”, o sea su tendencia de radicalizar las posiciones. De ahí una queja del Dr. Plinio con relación al régimen franquista y a lo que le siguió: promovieron un español aburguesado, indiferente y hedonista. Tesoros de la Fe — ¿Y en los ingleses? Dr. Luiz — Por ocasión de la coronación de la reina Isabel II, en 1953, el Dr. Plinio asistió a la película de la ceremonia. No escatimó elogios a la categoría, al ceremonial, a la solemnidad y a la belleza. Eran restos de una tradición que viene de la Inglaterra católica. Tesoros de la Fe — Saliendo de Europa hacia el Brasil, ¿cómo el Dr. Plinio consideraba a los brasileros? Dr. Luiz — En cierta ocasión, escuché lo que él le decía a un brasileño radicado en Europa: “Todas las maravillas con las cuales usted convive, ciertamente no le ofuscan en la memoria los recuerdos de nuestro Brasil; vea la bondad, y piense si hay otro país donde ella tenga tanto espacio como en el Brasil”. Admiraba de su Patria la unidad en la diversidad, el espíritu ágil y de fácil comprensión de la síntesis de un tema o de un estudio, aunque reprobase en sus compatriotas el hecho de que no explotaban todos sus valores, así como su infidelidad a la doctrina de la Iglesia. Él veía al Brasil como una tierra de bendiciones; y al pueblo como habilidoso, dócil y diestro, pudiendo aspirar a la genialidad cultivando la riqueza de las cualidades que la Providencia le dispensó. Tesoros de la Fe — ¿Y cómo veía al Perú? Dr. Luiz — Como la nación de la gracia y del encanto. Él decía que el Perú tiene la vocación de ser la Francia de América Latina, y que así como Santa Rosa de Lima es una rosa entre todos los santos de América, el Perú es una rosa entre todas las naciones americanas. Apreciaba sobre todo tres cualidades del país: la grandeza, el señorío y la santidad. Hoy, todo esto está tremendamente disminuido, reducido a un estado de “mecha que aún humea”, como dice el Evangelio; pero él esperaba mucho que fortaleciendo el sentido católico del país, esas cualidades reflorecerían. Tesoros de la Fe — Sabemos que, si Ud. fuera a narrar los recuerdos que guarda del Dr. Plinio —para hablar apenas de los últimos días de él— ellos llenarían libros y libros. ¿Pero podría Ud. contarnos uno? Dr. Luiz — Nunca imaginé que pudiese haber tanta serenidad en un varón, como observé en el Dr. Plinio. Cierta noche, entré a su casa y noté que él estaba sólo, apenas con dos o tres personas que atendían el teléfono y el servicio personal. Fui hasta su escritorio y lo encontré sentado en el sofá, con una tablilla, papel y un lapicero en la mano. Siempre afable, sonrió y me señaló una silla para que tomara asiento, pero dando a entender que no podía interrumpir lo que estaba escribiendo. De su persona emanaba tanta calma, tanta seguridad, tanta fe en la victoria de sus ideales, conjugada con su estilo de trabajo tan diferente de la trepidación del mundo moderno, que fui llevado a concluir: un hombre así es invencible, ya ganó la lucha que importa en la victoria de sus ideales. Tesoros de la Fe — ¿La obra del Dr. Plinio continúa, después de su fallecimiento?
Dr. Luiz — Asistida por Nuestra Señora, junto a quien él está en el Cielo, su obra continúa. Las campañas continúan, como la actual en favor del derecho de propiedad y contra la Reforma Agraria. Sus discípulos no han dejado de reunirse regularmente, los temas tratados en esas reuniones buscan guiarse de las enseñanzas y métodos del maestro. Como que en un abrir y cerrar de ojos, los años pasaron, pero su obra no cesó. Por la perennidad de ella, rezamos cada vez que nos reunimos. Tesoros de la Fe — Sobre los años de ausencia, de su privación de aquella relación tan intensa, con el Dr. Plinio, ¿qué podría decirnos resumidamente? Dr. Luiz — Le doy una apreciación muy personal: vivir sin el señorío que distinguía su gobierno y su liderazgo es un sufrimiento muy, muy grande. Hablé expresamente de señorío, porque el Dr. Plinio se conducía como verdadero patriarca. Tesoros de la Fe — ¿Podría Ud. dar algún consejo a nuestros lectores, en la línea de aquellos consejos que el Dr. Plinio le daba? Dr. Luiz — El Dr. Plinio, a fin de animar aún más a aquellos que con él seguían en la lucha contra las fuerzas del mal, solía exclamar: “¡Vamos! ¡Fuerza, energía, énfasis, resolución!” Así era, y quiera que así seamos.
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Centenario del nacimiento de Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) |
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