PREGUNTA En primer lugar deseo felicitarlo por el esfuerzo de defender la Fe católica. Ya quisiera tener yo su habilidad para defenderla en un mundo tan secularizado. Pero como no la tengo y, cuando hablo, antes irrito que convenzo a la platea, decidí restringir mi acción a la oración por los incrédulos, para no perjudicar a la Iglesia. Vivo en constante angustia al ver tantas almas en el error y lo poco que se puede hacer para salvarlas de la muerte eterna. También estoy siendo probado en mi solitaria certeza, pues todos a mi alrededor dicen que soy un académico esquizofrénico: ¡un hombre irracional, supersticioso, contradictorio y hasta loco! Frente a tantos científicos y hombres considerados sabios, que dicen que el cristianismo es pura mitología —como no tengo el conocimiento científico de muchos ateos y agnósticos— me asaltan tentaciones de incredulidad, pero misteriosamente nunca tuvieron éxito en mí. En segundo lugar, quisiera decirle que leí una respuesta suya en Tesoros de la Fe de octubre último, elogiosa con relación a la Inquisición. Sobre el particular tengo algunas preguntas. Ud. dice: “A pesar de eso (los abusos meramente humanos y nunca inherentes a la institución) no es motivo para condenar generalizadamente a esas instituciones (Inquisición)”. 1. Ahora bien, parece ser un hecho incuestionable y aceptado hasta por la misma Iglesia, que tal institución usaba formas de tortura, con aprobación papal y conciliar. Si la tortura era blanda o severa, no es relevante: usaba la tortura de modo institucional / ordinario y punto. 2. También es un hecho notorio que se trata de un tribunal de conciencia, en que un hereje era coaccionado, bajo amenaza de condenación a una muerte horripilante, a profesar públicamente la fe católica y a convertirse. 3. Si es verdad que era el tiempo en que “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”, ¿se puede decir que la práctica legal y frecuente de la tortura para extraer confesiones era un reflejo del esplendor de la Iglesia y una manifestación de la armonía de los tribunales civiles con los principios del Evangelio? ¿Por qué la Iglesia nunca censuró a los gobernantes, hasta el siglo XVIII, para que abolieran completamente la tortura en los Estados católicos? RESPUESTA La pregunta se divide nítidamente en dos partes diferentes: la primera se refiere a la polémica que el consultante traba con ateos y agnósticos que ridiculizan a la Iglesia; y la segunda se propone aclarar el elogio que hicimos a la Inquisición como institución. Respondamos cada una en su debida forma. El responsable de esta columna no es especialista en cuestiones científicas, como además la gran parte de los lectores de esta publicación tampoco lo son, y el mismo consultante parece no serlo. De modo que la mayoría de nosotros no está en condiciones de trabar una discusión con “científicos” agnósticos y ateos, en el campo específicamente científico. Negación del principio de causalidad Sucede que la discusión sobre problemas religiosos no se traba apenas en el campo científico, sino que vuela más alto y abarca también y prioritariamente los presupuestos que gobiernan las ciencias naturales, los cuales se encuentran en el campo metafísico. Esto es, en el campo que está más allá de la física, que es el significado de la palabra griega metafísica (metá = más allá de). Es muy común que los “científicos” agnósticos y ateos se limiten a analizar los hechos que tienen frente a sus ojos, sin preguntarse sobre las causas de esos hechos, particularmente sobre la Causa inicial, que dio origen a todo, es decir, Dios. Precisamente por eso son agnósticos y ateos... Arrogantes y presuntuosos, y al verse impotentes para científicamente aniquilar la Religión, máxime el Cristianismo, se esfuerzan por ridicularizarlos como un conjunto de mitos, sobre los cuales ellos, hombres superiores, desdeñan toda preocupación. Así, le aconsejo que absolutamente no se amilane. Analice, si quiere, los pronunciamientos de los “científicos” agnósticos y ateos, y busque en ellos el gran vacío metafísico que invalida sus pretendidas conclusiones antirreligiosas. Su ateísmo es un apriorismo que no se sustenta en vista de las pruebas de la existencia de Dios —incluso en el campo meramente natural, independiente de la Revelación— que la Iglesia enseña con tanta sabiduría. Ciencia sin sabiduría es como estudiar con lupa la pata de una hormiga, sin darse cuenta de que ella pertenece a la hormiga. Celo de la Iglesia contra la perfidia de los herejes
Abusos, como los que la carta señala en la Inquisición, los hubo —muy excepcionalmente— en particular durante la segunda fase de esa institución, en que ella fue desviada, especialmente en algunas regiones, para fines políticos. Sin querer aquí aprobar ninguno de ellos, es preciso sin embargo tener en cuenta la época en que se dieron. Las torturas, por ejemplo —aplicadas por el poder civil, después del juicio y sentencia del tribunal del Santo Oficio declarando que tales doctrinas erradas (heréticas), si fuesen divulgadas, llevarían a la alteración del orden en la sociedad temporal— no constituyeron usos característicos de la Inquisición, sino que hacían parte de las costumbres de una época recién salida de las invasiones bárbaras. La Iglesia ejercía sobre las poblaciones una acción no sólo religiosa, sino civilizadora, que pretendía poco a poco cambiar las costumbres bárbaras, cosa que no se consigue de un momento a otro. La época medieval fue elogiada por los Papas exactamente por el hecho de que aquellos pueblos, bajo la acción de los principios cristianos, se mostraron dóciles a la influencia católica y fueron poco a poco cambiando sus hábitos y costumbres en lo que ellos aún tenían de muy rudo y pagano. Los neopaganos de nuestros tiempos, al invocar tales costumbres para transformarlas en un libelo contra la Iglesia, de hecho se muestran más anticatólicos que defensores de la libertad. En una época tan amplia cuanto la Edad Media (diez siglos en total), vista en su conjunto, hubo lugar para cosas excepcionalmente reprobables, pero sobre todo muchas otras ampliamente luminosas. Es preciso analizarla en su desarrollo general, que llevó a un alto grado de civilización, acabó con la esclavitud de la Antigüedad (la cual sólo volvería después, en el Renacimiento), y sobre todo produjo un movimiento de amor a Dios y al prójimo, que se reflejó en las almas y en las instituciones de la vida civil. El elogio que hice de la Inquisición supone exactamente la consideración de esos abusos como extrínsecos a la institución. Creo haber sido bien claro al respecto, lo que, además, nuestro remitente reconoce. Lo cual no le impide hacer preguntas muy agudas al respecto. Las respondo concisamente. Según la doctrina de la Iglesia, no se puede forzar la conversión de nadie. Lo que la Inquisición exigía era que el hereje cesase de propagar sus errores, pues es obligación de la Iglesia velar por la salvación de las almas, especialmente preservar a los fieles de las herejías. Frente a la amenaza de una epidemia, cualquier gobierno tiene la obligación de hacer todo lo que esté a su alcance para evitar que los ciudadanos sea víctimas de ella. De ahí las barreras sanitarias, la prohibición de entrada en el país de personas sospechosas de haber contraído la enfermedad, el confinamiento de los infestados, etc. Pues bien, los males que afectan el alma tienen consecuencias mucho más graves que aquellos que afectan al cuerpo, pues pueden llevar a una muerte mucho peor, que es la muerte eterna. Enseña Nuestro Señor: “Nada temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed antes al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno” (Mt. 10, 28). Por lo tanto, la Iglesia no puede tolerar que el hereje pretenda cautivar adeptos en las canteras católicas. Inter parietes, el hereje podía profesar su creencia, mientras no intentara atraer para su culto falso a los fieles católicos. Si lo hiciese, en tiempos de la Cristiandad medieval, en que había unión entre la Iglesia y el Estado, la Iglesia apelaba al brazo secular, a fin de impedir ese proselitismo que ponía en peligro a las almas, con efectos también en el bienestar social. De ahí nuestro elogio a la institución en cuanto tal. Que no siempre los inquisidores se mantuvieron dentro de los justos límites, es un hecho bastante comentado. Bastaría recordar el caso emblemático de Santa Juana de Arco, ejecutada en plaza pública, en Ruán, tras el juicio inicuo de un tribunal de la Inquisición. Pero la misma Iglesia después la rehabilitó, en un proceso regular de otro tribunal eclesiástico, y por fin la canonizó, proponiéndola como modelo de santidad para todos los fieles. Lo que muestra que la Iglesia no teme admitir los errores cometidos por sus miembros. Para concluir, cuando el Papa León XIII elogió la Cristiandad medieval, diciendo que en ella “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”, no por eso se debe concluir que la Edad Media alcanzó en todos los puntos la plenitud de la aplicación de los principios del Evangelio. Ella fue apenas un auge históricamente alcanzado, no la plenitud de la perfección. Los principios estaban puestos, pero su pleno florecimiento, en algunos puntos, se dio recién siglos más tarde, ya en el Ancien Régime. En este último período histórico, a su vez, se verificó un retroceso agudo de otros principios del Evangelio en temas hasta más fundamentales. En diversos otros puntos, nunca se consiguió un desarrollo pleno de la Civilización Cristiana, sobre todo debido al proceso revolucionario que corroyó la post-Edad Media. Pero aquí sería preciso un largo desarrollo histórico, que el lector encontrará con facilidad en el libro Revolución y Contra-Revolución, de Plinio Corrêa de Oliveira, que más de una vez hemos recomendado a nuestros lectores.
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Centenario del nacimiento de Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) |
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