En la edición de diciembre pasado, el P. Hillaire* nos mostraba cómo el hombre sin religión es profundamente infeliz. En este artículo él nos explica la naturaleza de la religión. La religión es el conjunto de los deberes del hombre para con Dios. El hombre debe a su Creador el homenaje de sus diferentes facultades. Debe emplear su inteligencia en conocerle, su voluntad, en conservar sus leyes, su corazón y su cuerpo en honrarle con un culto conveniente. Tal es la razón íntima de estos tres elementos esenciales de toda religión.
La religión no es una ciencia puramente teórica; no basta reconocer la grandeza de Dios y los lazos que nos unen a Él: debe haber, de parte del hombre, un homenaje real de adoración, de respeto y de amor hacia Dios: eso es el culto. Sin el culto público, Dios no recibe el debido honor, y los hombres no comprenden la importancia de la religión. ¿Podrá el hombre negarle aquellos homenajes públicos y solemnes que rinde a sus representantes en la tierra? No, el culto público es necesario. Las ceremonias dan a los hombres una elevada idea de la majestad divina; estimulan y despiertan la piedad debilitada o dormida, y simbolizan nuestros deberes para con Dios y para con nuestros semejantes. Para ello, se necesita un sacerdocio, es decir, presbíteros elegidos de entre los hombres para velar por el ejercicio del culto. El sacerdote instruye, dirige, amonesta y preside los acontecimientos más importantes de la vida; él es quien, en nombre de todos, ofrece el sacrificio, el más importante acto del culto. Si hay alguna religión que debiera prescindir de los sacerdotes, sería seguramente la protestante, puesto que no hace falta el sacerdote cuando no hay altar, cuando cada cristiano está facultado para interpretar la Biblia a su manera. Sin embargo, los protestantes tienen sus ministros, que, aunque desprovistos de todo mandato y autoridad, comentan el Evangelio. Podéis pasar sin religión, como podéis pasar sin el cielo. Pero si no vais al cielo, tenéis que ir al infierno. No hay término medio: o el cielo o el infierno. Al cielo van los fieles servidores de Dios, y al infierno los que se niegan a servirle. Ahora bien, el servicio de Dios consiste en la práctica de la religión. Podéis protestar cuanto os plazca, pero no lograréis cambiar los eternos decretos de Dios, vuestro Creador y Señor. Así como el hombre debe a Dios una porción del espacio, que le consagra edificando templos, también le debe una porción del tiempo, que le da consagrando al culto algunos días de fiesta. Si no existiera el domingo, el hombre olvidaría que hay un cielo eterno que debemos ganar, un alma que debemos salvar, un infierno que debemos evitar… El domingo trae aparejadas otras ventajas: 1º Es necesario para el cuerpo humano, porque éste se abatiría luego sin un día de reposo por semana. 2º Es necesario a la familia, cuyos miembros no pueden reunirse más que ese día para gozar de las verdades y dulzuras de la vida. 3º Es necesario a la felicidad social, porque la Iglesia es la única escuela de fraternidad, de concordia y de unión de clases. Conclusión: La religión es buena y necesaria para todos: Ella nos enseña a conocer, amar y servir a Dios, que es el Dios de todos. Ella nos conduce al cielo, que es la patria de todos. Y puesto que en el género humano el varón ocupa siempre el primer puesto, él debe ser también el primero en la práctica de la religión. * La Religión Demostrada, del padre P. A. Hillaire (Editorial Difusión, Buenos Aires, 3ª edición, 1945, pp. 77-89).
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