Una sociedad inmoral o amoral, que ya no siente en su conciencia ni manifiesta en sus actos la distinción entre el bien y el mal, que no se horroriza ya con el espectáculo de la corrupción, que la excusa, que se adapta a ella con indiferencia, que la acoge con favor, que la practica sin perturbación ni remordimiento, que la ostenta sin rubor, que en ella se degrada, que se mofa de la virtud, se halla camino a su ruina. La alta sociedad francesa del siglo XVIII fue uno de los muchos trágicos ejemplos de ello. Nunca hubo una sociedad más refinada, más elegante, más brillante, más fascinadora. Los más variados placeres del espíritu, una intensa cultura intelectual, un finísimo arte del placer, una excelente delicadeza de maneras y de lenguaje dominaban en aquella sociedad extremadamente tan cortés y amable, pero donde todo —libros, novelas, figuras, ornamentos, vestimentas, peinados— invitaba a una sensualidad que penetraba en las venas y en los corazones, donde la misma infidelidad conyugal casi ya no sorprendía ni escandalizaba. Así trabajaba dicha sociedad para su propia decadencia y corría hacia el abismo cavado con sus propias manos.
Pío XII, Alocución al Patriciado y a la Nobleza Romana, 14 de enero de 1945.
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