“Es inherente a la nobleza y a las élites tradicionales análogas formar con el pueblo un todo orgánico, como cabeza y cuerpo” Plinio Corrêa de Oliveira Hoy debemos comenzar propiamente el estudio del texto del libro que escribí sobre la nobleza y las élites tradicionales análogas.* En primer lugar el título; en el que cada palabra tiene su razón de ser. Como el libro es una defensa de la nobleza y se dirige de modo más especial —aunque, no únicamente— a los que son favorables a ella, la palabra “nobleza” figura con destaque en el título. Éste se refiere también a las élites tradicionales análogas. ¿Qué es una élite, una élite tradicional, una élite tradicional análoga? La nobleza constituye una élite. Como el propio libro lo indica, ella es una especie dentro del género “élites tradicionales” (cf. p. 25). En cuanto tal, ella posee las características comunes a todas las élites.
La élite es la flor y la nata social, un grupo de personas que se relacionan entre sí a diversos títulos y que ejercen una actividad común a todas ellas; tal actividad les da, por la propia naturaleza de las cosas, una participación en el mando y en la influencia sobre cierto sector de la población. Y cabe a la nobleza, más específicamente, manifestar con especial destaque estas dos características de las élites: el mando y la influencia. Hablemos brevemente sobre el origen de cada una de ellas. Holocausto e influencia social para elevar Ante todo, es necesario dejar bien claro que lo que caracteriza a la verdadera y auténtica nobleza es la elevación, el holocausto en beneficio del bien común. En el mundo occidental y cristiano, tal nobleza proviene de los antiguos señores feudales de la Edad Media, guerreros y agricultores, pioneros y fundadores, verdaderos jefes de los lugares donde se establecían. En caso de ataques e invasiones, a ellos les correspondía amparar en sus castillos y defender a los plebeyos de los alrededores, amenazados de ser destrozados por el adversario invasor. A ellos les cabía también enfrentar mediante la lucha armada a ese adversario, fuera él un bárbaro, un mahometano o algún otro señor cristiano. Los nobles representaban así, para el pueblo, la protección de Dios. Era la protección del señor feudal concedida a todos los que por algún título eran sus vasallos. Los señores feudales dirigían la guerra porque sólo ellos conocían el arte militar, aprendido de sus padres y antepasados. El señor era el general, el padre, el escudero de Dios,que debía exponerse a los mayores riesgos para defender al pueblo que a él le estaba confiado. En caso de un conflicto bélico con otro país, el rey tenía el derecho de convocar a los nobles, pero no a los plebeyos. El noble era quien iba al frente de batalla, arriesgando su vida, su integridad física, en defensa del bien de todos. De esa aplicación, de esa dedicación completa al bien común temporal, provenía la elevación y la consideración en que era tenida la persona del noble, y la natural posición de mando que de ahí derivaba. Pasemos a ver ahora cómo era ejercida por el noble la acción de influencia sobre los demás estratos de la sociedad. Es común que se diga que ejerce influencia sobre otro, quien tiene una acción profunda sobre el pensar, el querer o la manera de ser del otro. La nobleza debe influenciar, pues esto hace parte de su misión. Ella debe no apenas dar la vida por los habitantes del país, sino también ejercer influencia sobre ellos, enseñarles una de las artes más nobles que existe: el arte de vivir. O sea, el arte del buen gusto, de la buena organización de la vida, de las buenas maneras, de la distinción. El arte, en fin, de tener el tono humano propio del noble. La tradición iba así modelando este tipo humano en las familias nobles, que pasaba a ser el tipo humano que todos querían seguir, porque estaban convencidos de que así se debía ser. Y la creación de semejante tipo humano es uno de los deberes de la nobleza. Una persona no tenía obligación de modelarse según el noble. Era apenas una posibilidad, una ventaja colocada a su alcance. En nuestros días las personas se modelan de acuerdo con los actores de cine, de teatro, de televisión, etc. Éstos son quienes influencian las sociedades contemporáneas. Pero no constituyen una nobleza, porque no ejercen esa influencia en el sentido de elevación, sino en todo cuanto deprime, menoscaba y desmoraliza. Tales actores constituyen, por ello, una pésima escuela, que no puede ser tenida como élite y, mucho menos, como nobleza. Élites tradicionales análogas:concepto y ejemplos Pasemos ahora a ver qué se entiende por élites tradicionales análogas a la nobleza. Para que una élite sea análoga a la nobleza es necesario que sea, ante todo, una élite tradicional, o sea, cuya existencia se haya extendido por varias generaciones. Esto es muy lógico, pues, en general, el primer miembro de una familia que se vuelve muy rico no adquiere de inmediato el comportamiento característico de un noble. Un hombre, aunque muy rico, pero aún tosco, rudo, no encaja bien en un ambiente noble, bello y elegante por naturaleza. Su hijo, y después su nieto, irán recibiendo algo incomparable que refina las generaciones: la educación, la virtud, los modales y el modo de ser, que hacen con que una familia, con el tiempo, se vuelva tradicional. Al cabo de algunas generaciones la familia asimila aquella nota que sólo la antigüedad le confiere. A su vez, una élite tradicional que actúa en provecho del bien común, es una élite análoga a la nobleza y está apta para ser incorporada a ella. Pues la nobleza no es una clase cerrada. En ella existe una puerta abierta, muy amplia, por donde se ingresa con las cautelas de la tradición. Una determinada clase o profesión, o inclusive una persona digna, puede incorporarse a la nobleza cuando, después de haber pasado por un perfeccionamiento social, presta un determinado servicio al bien común. Nobleza veneciana, “nobleza togada”, magisterio universitario Un ejemplo histórico muy característico de élite análoga ennoblecida es el de la nobleza veneciana. Durante varios siglos, la élite social y económica de Venecia ejerció una doble función: la de comerciantes, para adquirir fortuna, y la de guerreros, para defender sus navíos mercantes contra los ataques de los mahometanos. El comercio y la guerra eran actividades simultáneas. Así, Venecia conquistó una supremacía en el Mediterráneo oriental no apenas comercial, sino también política. Ahora bien, su clase dirigente no estaba constituida por nobles, sino por hombres de negocio. Y el comercio era considerado una actividad plebeya, que el individuo ejercía en provecho propio y no en beneficio del bien común. Tales comerciantes, no obstante, constituían una clase de hombres riquísimos que fueron, poco a poco, refinando su cultura, su modo de ser y su manera de vivir. Sus palacios pasaron a reflejar el arte y el buen gusto. Al cabo de dos o tres generaciones, sus descendientes, ennoblecidos por la cultura, ya tenían el trato, la gentileza y el tono de los nobles. Formaban entonces una élite tradicional análoga a la nobleza, pues además de ejercer el mando y la influencia en Venecia, habían adquirido ya el padrón humano propio de la nobleza. Y, en razón de esa analogía, tales comerciantes cultivados pasaron a casarse con nobles, incorporando así su clase a la nobleza.
En otros países de Europa también hubo ejemplos de clases o familias ennoblecidas. En Francia, la clase de los magistrados —por la importancia inherente al cargo y a los asuntos de que trataban, así como por la riqueza que poseían— pasó a constituir una élite análoga a la nobleza, e incluso una nobleza de segundo orden, la llamada “nobleza togada” . En otros lugares, además de los jueces, también los profesores universitarios —cuya cultura, erudición y competencia redundaban en provecho de la sociedad en general— se convirtieron en una élite análoga a la nobleza, pudiendo inclusive acceder a ésta. O una familia que, por dos o tres generaciones, contaba entre sus miembros, al mismo tiempo, militares de alta graduación, profesores universitarios y obispos, también podía ser ennoblecida.
Tales ejemplos, entre otros, indican algunas formas de incorporarse en la nobleza. El requisito necesario en todas ellas era el servicio prestado al bien común temporal y la adquisición de un modo de ser y de vivir compatible con la calidad de noble. La suprema autoridad de Pío XII: la mejor defensa para la tesis central En su parte final, el título del libro presenta aún, por una explicable medida de seguridad, la fuente de la doctrina expuesta en sus páginas: “en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”. O sea, todo lo que el libro expone sobre tal asunto está basado en las enseñanzas de aquel Sumo Pontífice. Así, un ataque al libro significaría un ataque al propio Papa. La autoridad papal constituye de ese modo la mejor defensa para la tesis central de la obra. * Plinio Corrêa de Oliveira, Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana, Ed. Fernando III el Santo, Madrid, 1993.
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La Virgen de la Soledad |
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