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PREGUNTA Según la doctrina católica, ¿sería posible la existencia de seres inteligentes en otros planetas? Yo creo que no, pues habiendo sido creado el hombre a imagen y semejanza de Dios y residiendo esta semejanza no en nuestro cuerpo, sino en nuestra alma espiritual, y siendo la inteligencia y el libre albedrío las capacidades y potencialidades superiores de esta alma espiritual, esos eventuales seres extraterrestres tendrían que poseer también alma espiritual, y ser igualmente creados a imagen y semejanza de Dios. Al serle preguntado a Einstein si Dios podría haber creado el mundo regido por otras leyes, respondió que sí; pero que no lo hubiera hecho, pues si existiesen leyes mejores para regir el Universo y Él no las hubiese adoptado, Dios no sería perfecto. Del mismo modo, Dios no podría haber creado seres semejantes al hombre, más perfectos o menos perfectos, no sujetos a las leyes que rigen al género humano, es decir, libres de pecado, pues también esto sería contrario a su perfección. Así, aunque pecadores, al tener esos extraterrestres un alma espiritual, tendrían ansias de los cielos. Pero, ¿cómo podrían salvarse sin la obra redentora de Cristo, que se hizo hombre y murió en la Cruz, no para salvar a todas las criaturas, y sí, a la humanidad? RESPUESTA El apreciado interlocutor inserta en su pregunta la interesante cuestión —basada en una citación de Einstein que desconozco— de si Dios podría haber creado un mundo más perfecto del que creó. Dejo de lado esa atractiva cuestión, porque ella es vasta y excedería el espacio disponible para esta sección. Queda reservada para otra oportunidad. Trataré aquí apenas de los puntos de su pregunta condensados en las tres frases finales. La hipótesis de la existencia de vida inteligente en otros planetas parte de la idea, propugnada por muchos, de que es altamente improbable la "soledad cósmica" (como dicen) del hombre en un universo tan inmenso como el que Dios creó. Esta referencia a Dios entra aquí por nuestra cuenta —compartida también por nuestro consultante que se profesa católico—, pues en los tiempos de ateísmo en que vivimos, pocos serán los que harán referencia al Creador al tratar de una cuestión como esta. En verdad, la intención consciente, subconsciente o inconsciente de muchos de los que insisten en el descubrimiento de vida, y particularmente vida inteligente, en otros planetas, es justamente objetar la visión católica del universo. De ahí la importancia en elucidar la cuestión propuesta por nuestro consultante. Valor universal de la Redención El propio interlocutor recuerda que la Redención operada por Nuestro Señor Jesucristo tuvo en vista rescatar la humanidad, la cual, creada en un estado de inocencia y santidad, sin embargo prevaricó. Y como la culpa tenía una gravedad infinita, sólo un Dios podría pagarla; por otro lado, tenía que ser pagada por un Hombre, el cual, cargando sobre sí la culpa de toda la humanidad, prestaba a Dios la reparación debida, por lo demás, superabundante. La Redención tenía así un valor universal para toda la humanidad, pasada, presente y futura. Ante este punto firme de la doctrina católica, hubo quien se preguntase si alguna otra humanidad existente en un lugar distinto del Universo, y que también hubiese prevaricado, podría beneficiarse de los efectos de la Redención operada por Nuestro Señor Jesucristo. Esa hipótesis levanta problemas arduos: ¿cómo se aplicarían los frutos de la Redención a esas almas? ¿Sería creada para ellas una Jerarquía sacerdotal encargada de la aplicación de los méritos de Cristo? ¿Cómo se crearía este orden sacerdotal? Son preguntas que yacen en el plano de las meras conjeturas y del misterio. Lo que lleva a la unanimidad de los teólogos —que sepamos— a poner de lado categóricamente la hipótesis de la existencia, en algún otro planeta, de una humanidad distinta de la existente en la tierra, y sin ninguna vinculación con nosotros. En un Universo en que, hasta del punto de vista físico —y no apenas metafísico—, todo está relacionado con todo, ¿cómo podría haber dos humanidades que se desconocen absolutamente? Alguien podría hasta preguntar por qué nos detenemos en desmenuzar una noción tan clara de la doctrina católica. Las vicisitudes de la Historia de la Iglesia lo explican. El sistema de Copérnico puso en jaque al humanocentrismo
El caso de Galileo, tan explotado por los enemigos de la Iglesia, volvió a los teólogos más cautelosos frente a teorías nuevas que, a primera vista, parecen incompatibles con la doctrina católica. Justamente en ese caso histórico, la posición más prudente era la que San Roberto Belarmino preconizaba a sus pares: aguardemos las pruebas y después veremos en qué deben ser ajustados o eventualmente corregidos, nuestra interpretación de la Sagrada Escritura y nuestros principios filosóficos. El hecho es que las pruebas que Galileo adujo no eran unánimemente aceptadas ni siquiera en el medio científico de su tiempo. Lo que, además, ocurrió poco después de su muerte, siendo hoy una verdad de conocimiento común. Cuando se analiza hoy la resistencia de los consultores del Santo Oficio a las teorías de Galileo, en general se olvida del verdadero meollo de la cuestión. No se trataba apenas de una cuestión científica, en la cual Galileo estaba al final en lo cierto (aunque no presentase pruebas concluyentes), sino de las consecuencias que los adversarios de la Iglesia irían a sacar de esa constatación científica. Era toda una visión del universo admitida en el mundo culto de entonces y adoptada también por los hombres de la Iglesia que parecía desmoronarse, en caso que fuesen aceptadas las teorías de Galileo (1564-1642). Como se sabe, estas partían de los estudios de Copérnico (1473-1543), que apuntaban al heliocentrismo, al contrario del geocentrismo vigente desde los filósofos griegos (entre los cuales cabe registrar la posición opuesta de Aristarco de Samos [310-230 a.C.] y algunos otros que enseñaban el heliocentrismo). A respecto de Copérnico, escribe el P. Guillermo Fraile O.P. en su valorada obra Historia de la Filosofía: "La teoría copernicana dio el golpe de gracia al concepto griego y medieval del universo con sus esferas rotatorias concéntricas, en que el mundo aparecía como una máquina armoniosa y fácil de comprender. Las consecuencias fueron no sólo científicas, sino también de orden psicológico. La Tierra era expulsada de su puesto fijo, estable y privilegiado en el centro del cosmos, y lanzada a los espacios, y junto con ella el hombre, que comienza a sentir su pequeñez, su insignificancia y su inestabilidad" (BAC, Madrid, 1991, t. III, p. 281). Según las nuevas concepciones, la tierra dejaba de ser el centro del universo y consecuentemente el hombre no sería el objeto principal de todo lo que Dios creó. La propia Encarnación del Verbo, que implicaba la sacralización de toda la obra de la Creación, tenía su efecto vaciado. Se puede comprender la perplejidad filosófica y teológica que la aceptación del heliocentrismo acarreaba para aquellos hombres del siglo XVII. Para los once consultores del Santo Oficio incumbidos de analizar la teoría de Galileo, esta se figuraba: "insensata y absurda en filosofía y formalmente herética, ya que contradice de manera expresa las sentencias de la Sagrada Escritura"... (stultam et absurdam in philosophia et formaliter haereticam, quatenus contradicit expresse sententiis Sacrae Scripturae–Censura facta in Sancto Officio Urbis, die mercurii 24 februarii 1616. I Documenti del Processo di Galileo Galilei, Pontificiae Academiae Scientiarum Scripta Varia, vol. 53, 1984, p. 99). ¿Por qué "insensata y absurda en filosofía"? Porque entendían que si la tierra no estaba en el centro del Universo, ipso facto el hombre también no estaba en el centro del Universo… ¡No supieron ver que el desplazamiento espacial de la tierra —y del hombre— del centro del cosmos no tenía el alcance por ellos temido! Hoy la ciencia constata que la tierra ocupa un lugar privilegiado en el sistema solar y todo fue minuciosamente dispuesto por el Creador en beneficio de la vida del hombre en este planeta. Hasta la inclinación del eje de la Tierra con relación al plano de su órbita alrededor del Sol propicia la diferencia de estaciones (primavera, verano, otoño, invierno), indispensable para varios efectos benéficos para la vida humana. El hecho de que nuestro planeta no esté en el centro del cosmos no tiene, por lo tanto, las implicaciones teóricas y prácticas negativas que los opositores de Galileo imaginaban. Vida en otros planetas En realidad, el objetivo de los adversarios de la Iglesia siempre fue disminuir la grandeza del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. De ese estado de ánimo nació la idea de encontrar a toda costa señales de la existencia de vida en otros planetas. Aunque fuese la de simples protozoarios, eso animaría la búsqueda de vida humana. Así, en 1898, el novelista inglés Herbert G. Wells publicó una obra titulada La guerra de los mundos, en la cual imaginaba que los habitantes del planeta Marte habrían alcanzado un grado de progreso muy superior al existente en la tierra. El cineasta y actor Orson Welles teatralizó esa novela en una famosa y trágica transmisión radiofónica en 1938 —tomada en serio por muchos oyentes— en que describía una hipotética invasión de marcianos a los Estados Unidos, provistos de armas devastadoras… Las naves espaciales enviadas por la NASA para explorar las señales de vida en ese planeta hasta ahora nada encontraron de positivo, a no ser débiles indicios de que tal vez en el pasado hubiese habido agua en su superficie, elemento indispensable para el surgimiento de la vida. El Mars Rover Curiosity, que llegó al planeta el 6 de agosto de 2012, posó próximo a un área que parece haber sido un lago cuatro mil millones de años atrás…
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