Tierna y conmovedora devoción cusqueña Pablo Luis Fandiño Destaca el Cusco entre las ciudades de América Latina por la riqueza y variedad de su patrimonio histórico y cultural. Tras el descubrimiento y la conquista del vasto imperio de los incas por un puñado de españoles en el siglo XVI, la disputa por la posesión de su capital —la joya de la corona— encendió la mecha de la discordia entre los dos principales socios de la colosal empresa, Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Muertos los valientes, cesadas las luchas fratricidas, instaurada la paz y establecido el Virreinato del Perú, la ciudad del Cusco no perdió su importancia original, y continuó siendo un influyente centro político, social, administrativo y religioso. Así, el 13 de enero de 1536, el Papa Paulo III erigió la sede episcopal Cuschensis, la primera demarcación eclesiástica en tierras peruanas. La ciudad imperial se convirtió en el marco natural del encuentro entre la nobleza incaica y la nobleza castellana. Sobre las ruinas de la otrora capital del Tahuantinsuyo se irguió en pocos años una metrópoli mestiza que es hoy la admiración y el encanto de cuanto viajero nacional o extranjero la recorre. Desde 1787, fue también sede de la Real Audiencia del Cusco, máximo tribunal de la corona española en la región. No obstante, con el advenimiento de la república en el siglo XIX, la urbe fue injustamente marginada a un segundo plano, quizá por su pasado monárquico. Más recientemente, a partir del descubrimiento en 1911 de Machu Picchu —la ciudadela perdida de los incas— y de la puesta en valor de su valioso patrimonio, el Cusco comenzó a recobrar parte de su antigua importancia, esta vez a causa del turismo. Un siglo tardó la construcción del ciclópeo templo En el mismo lugar que ocupaba el Kiswarcancha, el palacio del inca Wiracocha, a lo largo de más de un siglo se erigió la actual catedral del Cusco, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, en reemplazo del pequeño templo donde tuvo lugar la célebre aparición de la Virgen María durante el cerco de Manco Inca. La primera piedra se colocó en 1560 durante el gobierno eclesiástico del dominico Fray Juan Solano, segundo obispo del Cusco, y fue consagrada en 1668 por Bernardo de Izaguirre de los Reyes, décimo tercer prelado de la diócesis. El conjunto arquitectónico formado por la Basílica Catedral y las iglesias del Triunfo y de la Sagrada Familia —monumentos de piedra, arte y fe— guarda en su interior un caudal de imágenes sagradas entre las que sobresale una milagrosa efigie del Crucificado, el portentoso Señor de los Temblores. Del mismo modo se venera a Nuestra Señora de la Antigua, a la Virgen del Triunfo o del Sunturhuasi y a la Purísima Concepción. A respecto de las dos primeras advocaciones marianas, ya hemos escrito con anterioridad (ver Tesoros de la Fe, nº 32 de agosto de 2004 y nº 53 de mayo de 2006, respectivamente). Digamos entonces ahora algo sobre esta última. La más hermosa de las Vírgenes que cusqueño alguno vio Al ingresar a la Iglesia Mayor del Cusco, siguiendo por la nave del Evangelio, llegando a la cuarta capilla lateral nos deparamos con una bellísima imagen de la Virgen Inmaculada, graciosamente llamada desde antaño por el nombre de La Linda. Se trata de una escultura policromada de gran tamaño, tallada en madera, confeccionada tres siglos antes de la solemne proclamación del dogma mariano por el Papa Pío IX. “Aunque se ignora la fecha en que fue traída a la catedral —señala el historiador P. Vargas Ugarte— se cree con fundamento que data de los primeros años de la ciudad”1, gracias a la prodigalidad del emperador Carlos V. Representa a María Santísima en el misterio de su Purísima Concepción: “doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente”2. La Virgen cusqueña está de pie, con las manos juntas orientadas hacia arriba en actitud de oración, pisando sobre una medialuna de plata rematada en sus extremos por dos pequeños querubines. Llama la atención su majestuoso porte, su singular hermosura y su inefable bondad. Entre sus innumerables joyas posee una corona de oro y piedras preciosas, obsequio del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo, gran mecenas del arte cusqueño. Su colosal anda de plata repujada fue donada en 1781 por doña Mónica Orcohuaranca, descendiente de la nobleza incaica. El cronista Diego de Esquivel y Navia, en su obra Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cusco, señala que en 1651, reunidos ambos cabildos —el eclesiástico y el seglar— junto a los oficiales de los gremios de la ciudad: “Y habiéndolo así entendido y conferido entre sí […] sin contradicción de persona alguna, eligieron por patrona del dicho obispado y provincia, a la Reina de los Ángeles María Santísima Nuestra Señora y al misterio de su Purísima Concepción, para que su día en cada un año sea de precepto y se celebre con toda devoción y decencia posible en esta insigne Catedral a su santa imagen de la Concepción, que llaman la Linda, por el fervoroso amor y afecto grande que le tienen los fieles todos de esta ciudad y ser la hechura más hermosa y más devota de esta ciudad y de todo su obispado. Y por su patrón particular de la dicha ciudad al bienaventurado Apóstol Santiago, por haber sido quien milagrosamente tuvo gran parte en su conquista y pacificación, peleando visiblemente a favor de los españoles contra los indios, según lo testifica la tradición antigua derivada de unos en otros”3. Lo cual determina la gran devoción que ya por entonces la ciudad le profesaba. Anfitriona de Corpus Christi Si bien la fiesta de La Linda tiene lugar el 8 de diciembre, coincidiendo con la Inmaculada Concepción, la devoción popular se vuelca hacia ella durante la multitudinaria procesión de Corpus Christi. De las quince imágenes que actualmente siguen al Santísimo Sacramento alrededor de la Plaza de Armas, es la única que parte de la catedral, por lo que es considerada la anfitriona. Como tal, el día central de la fiesta es la última que acompaña al cortejo, y en la octava, es la que da por terminada la procesión. Esa semana, entre una y otra procesión, las vírgenes y los santos quedan dentro de la iglesia en sus respectivas andas y pernoctan en ella, apoyados en las bancas. En aquellos extáticos momentos, una gracia sublime envuelve el ambiente y la catedral se transforma en cielo… Durante el resto del año, La Linda permanece recluida en su capilla, tras las formidables verjas de madera doradas: “Se trata sin duda de la más destacada e impresionante de las capillas de la nave del Evangelio, por la riqueza de su decoración, las tallas y la excelencia del estilo barroco expresado en cada detalle”4. A La Linda no le faltan sus chayñas (conjunto de damas que le cantan a la Virgen o al Señor), así como los inocentes pajaritos de la mañana alaban con sus chirridos al Creador. Para ello cuentan con un amplio repertorio musical y cánticos en quechua como el Ccollanan María (Gloria a ti María), que son un deleite para los oídos del alma. Quiera Dios que la devoción a la Santísima Virgen, representada aquí por su imagen de La Linda, penetre el corazón del hombre moderno, enceguecido por el orgullo y corroído por la sensualidad, y convirtiéndolo lo eleve a las más altas consideraciones que son semilla de vida eterna. ♦ Notas.- 1. P. Rubén Vargas Ugarte S. J., Historia del Culto de María en Iberoamérica, Madrid, 1956, t. II, p. 156. 2. Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, en www.arzobispadodelima.org/eventos/inmaculada/bula.htm. 3. Esquivel y Navia, op. cit., [1742] 1980, II: 101. 4. Tesoros de la Catedral del Cusco, Lima, 2013, p. 225.
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