John Horvat El pequeño Johnny tiene problemas para leer y escribir. Padece de pobres habilidades sociales y se enfrenta al asalto de su inocencia, debido a la influencia destructiva de los libros de terror y las drag queens. Pero cuando regrese al colegio, puede enfrentarse a otro peligro… Se está volviendo cada vez más frecuente en muchos países que a un niño no le permitan jugar a policías y ladrones (o bien, ladrones y celadores), a esquivar la pelota y a otros juegos de contacto. Le dicen que son demasiado peligrosos y que están prohibidos. Alguien podría considerar esta medida como otra concesión a una generación de niños de cristal que idolatra la seguridad y la comodidad. Lo curioso es que estos juegos se han vuelto realmente peligrosos. Las autoridades escolares en Estados Unidos han descubierto que tales entretenimientos están causando entre los escolares lesiones más graves que en el pasado. El contacto entre alumnos es más intenso y brutal que antes. No es que los alumnos de hoy sean más fuertes que los de antaño. Las reglas de los juegos tampoco se han modificado. Es que ha cambiado algo más que influye en la forma cómo se juega ahora. Quienes estudian el fenómeno han llegado a la conclusión de que se producen más lesiones porque los niños de hoy no saben jugar a policías y ladrones, pues no poseen las habilidades básicas para jugar. Una vida sedentaria prematura
Demasiados estudiantes llevan una vida sedentaria con sus smartphones y computadoras. Pasan incontables horas entreteniéndose con videojuegos. Otros tienen aversión al trabajo manual. Las guerras a caballo y el matagente ya no forman parte de la vida de los chicos. Ese contacto físico natural solía ser una parte esencial de la vida de los niños. Todos estos comportamientos no son meras tonterías infantiles. El arte de jugar tiene el propósito de prepararnos para el futuro. Durante el intenso contacto del juego, los niños desarrollan y perfeccionan habilidades sociales como la gestión de conflictos y la creación de alianzas. En el juego físico comprenden que los actos tienen consecuencias que a veces pueden herir o hacer sufrir indebidamente a los demás. Así, aprenden a medir sus actos, calcular los riesgos que entrañan y reaccionar en consecuencia. Desde muy pequeños, desarrollan un “tacto” instintivo que pone límites a sus acciones. Los padres de familia no les hacen ningún favor a sus hijos cuando eliminan los riesgos razonables de los juegos. Esta actividad física conecta a los niños con la realidad y les ayuda a afrontar futuros problemas de forma natural y orgánica. Los niños expuestos a pequeños peligros y riesgos aprenderán a lidiar con otros mayores cuando se enfrenten a ellos más adelante en la vida. El papel de los juegos en la formación
Estas habilidades explican por qué Johnny no puede jugar a policías y ladrones. No es que sea débil, ni siquiera tímido. Es que la mayoría de las veces es demasiado rudo. Cuando se lanza a jugar, no está acostumbrado a medir su fuerza por falta de experiencia. No tiene ese “toque” instintivo que le permite poner límites a sus acciones. Cuando llega el momento del contacto, empuja, golpea o embiste a su compañero de juego con todas sus fuerzas, causando lesiones importantes a él mismo y a los demás. Sin la memoria muscular que le indique automáticamente hasta dónde es seguro usar la fuerza, juega sin freno. Entonces, todo lo que haga causará dolor. Las pautas de los juegos enseñan a los niños lo que es el mundo real, no un mundo imaginario sin esfuerzo, reglas ni responsabilidad. Tradicionalmente, el juego refuerza las verdaderas y maravillosas diferencias entre niños y niñas. Define el buen y el mal comportamiento y favorece la inocencia del niño. Una visión distorsionada de la realidad La verdadera tragedia es que la actual falta de juego no es un fenómeno accidental ni es producto de padres laxos y negligentes. Refleja una visión distorsionada y postmoderna del mundo, sin moral ni definición. A los jóvenes se les ofrece actividades contrarias, que a menudo les exponen a la intemperancia frenética de alternativas que los desconectan de la realidad. Participan, por ejemplo, en videojuegos llenos de todo tipo de actividades violentas y arriesgadas, que no tienen consecuencias concretas. Son libres de disparar, atropellar y acribillar a cualquiera que se interponga en su camino para ganar puntos o avanzar en el juego. Los padres de familia y los maestros no deberían sorprenderse si estos niños tratan a otros de la misma manera en el patio de recreo. Sobreprotegidos del mundo real, estos niños desafortunados están inmersos en un mundo irreal donde se les dice que pueden ser lo que quieran. Atrás queda la infancia llena de asombro y espontaneidad ante el universo de Dios. Esta es la entrada a un mundo brutal en el que Johnny ni siquiera consigue jugar a policías y ladrones.
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