La Palabra del Sacerdote La gracia divina antes de la venida de Cristo

Monseñor JOSÉ LUIS VILLAC

PREGUNTA

 Quisiera saber si la doctrina católica sobre la gracia se aplica también para aquellos que vivieron antes de Cristo y, en caso de que la respuesta sea afirmativa, si lo era apenas para los judíos.

Igualmente, si junto con la gracia se infundían las virtudes teologales.

RESPUESTA

 La pregunta es muy oportuna teniendo en vista el 500º aniversario de la rebelión de Lutero, que tuvo la pretensión de haber sido favorecido con una “revelación” (¡en una cloaca!) a respecto de la justificación solo por la fe, el principio sola fide del protestantismo.

En efecto, para el heresiarca alemán del siglo XVI, la naturaleza humana fue totalmente corrompida por el pecado original, dejando a cada hombre en una incapacidad absoluta para practicar la más ínfima buena obra. Solo la fe en la muerte salvadora de Cristo lo revestiría exteriormente con los méritos infinitos del Salvador. Y, sin una renovación interior , encontraría la gracia delante de Dios. Quedando, según palabras de Lutero, simul justus et peccator ; es decir, al mismo tiempo justo (por la fe) y pecador (por la permanencia de la corrupción del pecado original). Por eso, el fiel no sería siquiera capaz de hacer el buen acto de aceptar la fe, lo cual resultaría de una acción exclusiva de Dios , sin ninguna cooperación del hombre y ningún mérito de su parte

Participación en la propia vida divina

No pasó mucho tiempo para que otro heresiarca, Calvino, sacase la consecuencia lógica de que Dios daría a algunos la gracia eficaz para creer (puesto que la voluntad y la libertad humana no son tomadas en cuenta), siendo predestinados al cielo, y a otros Él se la negaría, predestinándolos al infierno.

Esta visión deformada y deprimente de las consecuencias del pecado original en el hombre conduce a una visión igualmente negativa y deprimente del propio Dios. Porque si por medio del bautismo y de los demás sacramentos, Dios no renovase interiormente al hombre, para que deje de ser pecador y se transforme en santo, una de dos: o Él no podía hacerlo (y, entonces, no sería omnipotente), o, peor aún, pudiéndolo no quiso hacerlo (por lo tanto, no sería infinitamente bueno y misericordioso).

Al contrario de ese absurdo, la doctrina católica en su verdad incontestable, presenta una visión equilibrada y muy consoladora sobre nuestra justificación, que muestra el infinito poder y misericordia de Dios Nuestro Señor.

Por el bautismo, el pecador no recibe apenas una vestimenta exterior que cubre su podredumbre (en eso consiste la pseudo-justificación luterana), sino que es renovado interiormente, recibiendo una participación en la propia vida divina (que es la gracia santificante) y las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, así llamadas porque tienen a Dios por objeto. Al vivir en gracia de Dios y practicar las virtudes teologales, el fiel no sólo se incorpora al Cuerpo Místico de Cristo (como san Pablo, que dice de sí mismo: “no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” ) sino que ya en la vida terrena participa anticipadamente de la visión y de la unión que tendrá con Dios en el cielo.

Lutero quema públicamente un libro de derecho canónico y la bula papal que condenó sus propuestas (Vida de Martín Lutero y los héroes de la Reforma, 1874)

El grave error de la doctrina de la predestinación

A causa de esa vida de la gracia y de la íntima unión con Jesús, las oraciones y los actos buenos del fiel tienen un mérito que, unido a los méritos infinitos de Jesucristo, contribuye a la propia salvación y la salvación de los demás. Así, por ejemplo, podemos imaginar ¡cuántas almas fueron salvadas por las oraciones y por los méritos insondables de la Santísima Virgen al pie de la Cruz!

Contrariamente a la aberrante doctrina protestante de la predestinación (según la cual Dios habría creado algunos hombres con la intención de enviarlos al infierno), la doctrina católica enseña que la gracia divina es necesaria, gratuita y universal.

El hecho de ser necesaria indica que, sin ella, el hombre es incapaz de salvarse por sus propias fuerzas, al contrario de lo que pensaba el hereje Pelagio.

El hecho de ser gratuita indica que la gracia no es de ningún modo merecida por el hombre, sino que nos es concedida libremente por Dios; tanto la gracia inicial, con la cual empieza la obra de la salvación, como el conjunto de gracias posteriores que reposan sobre la primera.

El hecho de ser universal indica que Dios desea que todos los hombres tengan la eterna felicidad y que a nadie predestinó al infierno, como Él mismo lo afirma:  “no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta y viva” (Ez 33, 11).

Esto a tal punto que, como reza el Credo “por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó” . Ahora bien, que el “nosotros, los hombres” se refiere a todos los hombres, se deduce de las palabras de san Juan: “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2, 2). Sin embargo, esa gracia universal es condicional, en el sentido de que nadie puede salvarse si no desea hacerlo o no cumple las sapienciales condiciones puestas por Dios para tal fin.

Méritos de la Redención: gracia actual y gracia santificante

De esta manera, como bien explica en su libro La doctrina católica el canónigo Boulanger, “la Redención es una obra universal que se desarrolló en un lugar y en un momento determinado, pero cuyos efectos abarcan todos los momentos y todos los puntos del tiempo y del espacio. Antes de la venida del Mesías, Adán y todos sus descendientes pudieron, por tanto, salvarse, porque Dios les aplicaba de antemano los méritos de la Redención y les daba la gracia actual y la gracia santificante . ¿No nos hablan a menudo las Escrituras de los justos que vivieron bajo la Antigua Ley? Pero como no hay justos sin la gracia, se deduce entonces que los hombres podían ya merecer el cielo, aunque no pudiesen entrar en él antes de la venida de Jesucristo” (cf. t. I: Exposition du dogme, éd. Emmanuel Vitte, 10 éme leçon, § 74).

Se podría objetar que el Catecismo de la Iglesia Católica , después de afirmar en el nº 1964 que “La Ley antigua es una preparación para el Evangelio” porque “Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo” , y cita un pasaje de la Suma Teológica en la cual santo Tomás de Aquino concluye:

“En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual ‘la caridad es difundida en nuestros corazones’ (Rom 5, 5.)” .

La objeción podría ser reforzada con la alegación agregada en otro lugar por el Doctor Angélico:

“El bien tiene diversos grados […] Así, la medicina es perfecta si logra dar la salud; imperfecta, si no llega a esto pero ayuda para que el hombre la alcance […] Por esto, lo que basta para la perfección de la ley humana, a saber, que prohíba la infracción y señale su castigo, no es suficiente para la perfección de la ley divina. De esta se exige que haga al hombre totalmente capaz de alcanzar la felicidad eterna, la cual sólo se logra por la gracia del Espíritu Santo, por la que ‘se derrama la caridad en nuestros corazones’ (Rom 5, 5). En esta caridad se halla el cumplimiento de la ley […] Esta gracia no la podía conferir la ley antigua; estaba reservada a Cristo, según se dice en Jn 1, 17: ‘Porque la ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vino por Jesucristo’. De donde se sigue que la ley antigua es buena, sí, pero imperfecta” (I-II, q. 98. a. 1, respuesta).

Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación

Santo Tomás de Aquino, Giusto di Gand y Pedro Berruguete, 1474 – Óleo sobre lienzo, Museo del Louvre

En realidad, al comienzo del primer pasaje de la Suma Teológica citada por el Catecismo , santo Tomás afirma que “hubo [...], bajo el régimen de la antigua Alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas” . ¿Contradicción? De ninguna manera, porque como observa a continuación: en lo cual se adherían a la ley nueva.

Y, adhiriéndose a la nueva ley, pertenecían espiritualmente a la Iglesia, como lo afirma el Catecismo de San Pío X:

“170.- ¿Puede alguien salvarse fuera de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana? —No, señor; fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia.

“171.- ¿Cómo, pues, se salvaron los antiguos Patriarcas y Profetas y todos los otros justos del Antiguo Testamento? —Todos los justos del Antiguo Testamento se salvaron en virtud de la fe que tenían en Cristo futuro, mediante la cual ya pertenecían espiritualmente a esta Iglesia”.

Así, algunos de ellos podían recibir a título personal y en virtud de la misión que debían cumplir, una gracia tan plena como la de los santos del Nuevo Testamento, como lo afirma santo Tomás (Comentario de las Sentencias, lib. 1, dist. 15, q. 5, a. 2, ad. 2). Basta pensar en la santidad de san José o de san Juan Bautista, ambos muertos antes de la Pasión de Nuestro Señor, para comprender la grandeza de los dones sobrenaturales que, en su infinita bondad, Dios podía conceder a los justos del Antiguo Testamento. Como también en la glorificación que Nuestro Señor en la Transfiguración, quiso dar a Moisés y a Elías, apareciendo junto con ellos ante tres de sus apóstoles.

Méritos de la Encarnación del Verbo

Se podría entonces preguntar si había alguna diferencia entre ellos y los santos del Nuevo Testamento. Sí, y de gran importancia.

Por un lado, después de la muerte, los justos del Antiguo Testamento no podían subir inmediatamente al cielo, sino debían aguardar hasta que Nuestro Señor les abriera las puertas, porque “ni la fe ni la justicia de ninguno de ellos era suficiente para apartar el obstáculo que provenía del reato de toda la naturaleza humana. Tal obstáculo fue quitado por el precio de la sangre de Cristo” ( Suma Teológica , III, q. 49, a. 5, ad. 1).

Por otro lado, la Encarnación del Verbo cambió profundamente las cosas y facilitó enormemente la salvación de los hombres:

“Porque por la venida de Cristo el obstáculo del antiguo daño fue apartado” , afirma santo Tomás, “todo el genero humano quedó más dispuesto a acoger la gracia que antes; sea a causa del pago del precio del rescate y la victoria sobre el diablo, sea también a causa de la doctrina de Cristo, por la cual los hombres conocen con mayor claridad aquello que es divino” (id. lib. 1, d. 15, q. 5 a. 2, respuesta).

* * *


En resumen y respondiendo a nuestro estimado consultante:

– Incluso antes de Cristo, todos los hombres y no apenas los justos podían recibir la gracia, que es universal, y nadie predestinado al infierno.

– Junto con la gracia santificante, los justos recibían las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad.

Quien niegue que los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento poseían la caridad, terminaría necesariamente cayendo en la herejía protestante de la sola fide . Porque toda la tradición católica, enseña que los justos de la Antigua Ley eran justificados por la fe en la futura venida del Mesías. Si, por un absurdo, además de la fe no poseyeran tampoco la caridad, habrían sido justificados por Dios a pesar de ser interiormente injustos y pecadores. Del punto de vista negativo, su justificación no sería una supresión del pecado, sino apenas una no imputación o un encubrimiento del mismo. Y del punto de vista positivo, no una renovación interna ni una santificación, sino tan sólo una imputación externa de la justicia futura de Cristo Redentor.

En otras palabras, ni más ni menos, sería la herejía protestante, cuya irrupción ahora se desea celebrar hasta en las más altas esferas de la Iglesia Católica, para inmenso escándalo de los fieles.

San Juan Eudes: Precursor de la devoción a los Sagrados Corazones El palacio de Luxemburgo
El palacio de Luxemburgo
San Juan Eudes: Precursor de la devoción a los Sagrados Corazones



Tesoros de la Fe N°176 agosto 2016


El Mensaje de Fátima Ese desconocido del gran público
Nº 176 - Agosto de 2016 – Año XV Los males terribles que acarrea el divorcio El Mensaje de Fátima, ese desconocido Nuestra Señora de la Guardia Patrona de Génova Parábolas de las diez vírgenes y el rico Epulón San Juan Eudes Precursor de la devoción a los Sagrados Corazones La gracia divina antes de la venida de Cristo El palacio de Luxemburgo



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