PREGUNTA Si Jesús ordenó a los apóstoles bautizar a las personas que deseaban convertirse al cristianismo usando las palabras “en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, ¿por qué entonces ellos las bautizan en nombre de Jesús, conforme el libro de los Hechos? RESPUESTA
La pregunta tiene toda su pertinencia. Por un lado, porque la cuestión se planteó para los teólogos católicos hasta la Escolástica tardía; y, por otro lado, porque existen muchas sectas pentecostales de la corriente “unicista” (que rechazan el dogma de la Santísima Trinidad), como la Iglesia Pentecostal Unida del Perú, que bautizan “en nombre de Jesús”; motivo por el cual, además, la corriente es también conocida como “Pentecostales del Nombre de Jesús”. De hecho, como alude nuestro consultante, hay en el Libro de los Hechos de los Apóstoles diversos pasajes que se prestan a esa equivocación: “Pedro les contestó: Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 38). “Ellos [Pedro y Juan] bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno; estaban solo bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hch 8, 15-16). “Entonces Pedro añadió: ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo” (Hch 10, 46-48). “Pablo les dijo: Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que iba a venir después de él, es decir, en Jesús. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús” (Hch 19, 4-5). “Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Sin embargo, las palabras de Nuestro Señor a los apóstoles reunidos en una montaña de Galilea después de la Resurrección fueron precisas y perentorias: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 18-19). Por eso, la invocación expresa de las tres Personas de la Santísima Trinidad ya se manifiesta en los más antiguos documentos de la literatura patrística, como la Didachè (c. 7), S. Justino (Apol. 1, 61), S. Irineo (Adv. Haer. III, 17, 1; Epideixis 3 y 7) y Tertuliano (De bapt. 13). De estos escritos se desprende que, para la Iglesia primitiva, lo esencial era la expresión de la fe trinitaria y que el núcleo central inalterable de esa fórmula era el nombre de las tres Personas divinas. En la bula Exultate Deo, el Papa Eugenio IV así la prescribió a los armenios: “La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural, y lo mismo da que sea caliente o fría. Y la forma es: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Denz.-Hün. 1314). Y el Concilio de Trento, en uno de sus cánones sobre el sacramento del bautismo, prescribe: “Si alguno dijere que el bautismo que se da también por los herejes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con intención de hacer lo que hace la Iglesia, no es verdadero bautismo, sea anatema” (id. 1617). No apenas en nombre de Jesús, sino de la Santísima Trinidad ¿Cómo entender, entonces, los pasajes de las Escrituras arriba citadas que se refieren a un bautismo “en nombre de Jesucristo” o “del Señor Jesús”? ¿Se los debe entender en el sentido de que solamente el nombre de Jesús era pronunciado por los apóstoles? Esa fue la opinión de san Ambrosio, san Máximo de Turín, san Hilario de Poitiers, san Basileo y san Irineo. San Ambrosio llega a declarar que “aquel que nombra un solo nombre designa a toda la Trinidad” (De Spir. Sancto I, 44; Tixeront II, 113 s.). Los escolásticos siguieron esa opinión. Para santo Tomás de Aquino, esa fórmula habría sido un privilegio reservado exclusivamente a Cristo y a sus apóstoles, en la Iglesia primitiva, para que fuese honrado el nombre de Jesús, “que era odioso a los judíos y a los gentiles”, pero que esa dispensa de la fórmula trinitaria habría sido revocada poco después de los tiempos apostólicos (Summa III, c. 66, a. 6). Pero es mucho más simple y convincente explicar de otra manera esas expresiones, conforme a san Roberto Belarmino y Melchor Cano: por un lado, ellas apuntaban a distinguir el bautismo cristiano de aquel de san Juan Bautista; por otro lado, en el lenguaje bíblico, la fórmula “en nombre de” significa la autoridad y los plenos poderes de la persona nombrada, así como las obligaciones hacia ella. Los apóstoles sin duda invocaban el nombre de Jesús previamente al bautismo propiamente dicho, indicando a las personas que iban a ser bautizadas el carácter obligatorio de su doctrina. Luego, en esos textos, la mención del nombre de Jesús no es litúrgica, sino apenas narrativa. Una prueba en contrario a aquella tesis, es que el pasaje del capítulo 19 de los Hechos de los Apóstoles arriba citado empieza así: “Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Contestaron: Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo. Él les dijo: Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? Respondieron: El bautismo de Juan” (1-3). O sea, de tal manera era claro para el apóstol que había una conexión directa y espontánea entre el bautismo y el Espíritu Santo, que le parecía imposible que un neófito que hubiese realmente recibido el bautismo cristiano no conociera a la tercera Persona de la Trinidad. Se puede decir entonces con plena seguridad, con san Cipriano (Ep. LXXIII) y con los teólogos, que el bautismo invocando solamente el nombre de Jesús es insuficiente, porque el mismo Jesucristo Nuestro Señor ordenó bautizar a todos los pueblos in plena et adunata Trinitate, es decir, en nombre de la Santísima Trinidad completa y unida.
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