Obispos y discípulos de san Pablo Apóstol, por quien eran considerados verdaderos hijos espirituales
Plinio María Solimeo Vamos a comentar la vida de dos fieles discípulos de san Pablo, que lo secundaron en sus viajes y merecieron participar así de su gloria, celebrada por la Santa Iglesia el 26 de enero: san Timoteo y san Tito. De san Timoteo, dice el antiguo Martirologio Romano: “En Éfeso, san Timoteo, discípulo del bienaventurado apóstol Pablo, que lo consagró obispo de Éfeso. Sustentó allí muchas luchas por la causa de Cristo. Por censurar a los paganos que sacrificaban a Diana, fue apedreado, y poco después durmió en el Señor”. De san Tito, afirma el mismo Martirologio: “En Creta, el natalicio de san Tito, consagrado obispo de Creta por el apóstol Pablo. Después de ejercer, con gran fidelidad, el ministerio de la predicación, murió como un justo, y fue sepultado en la misma iglesia de la cual el bienaventurado Apóstol lo constituyera digno ministro”. San Timoteo, “verdadero hijo en la fe”
Para que podamos valorar el aprecio que san Pablo tenía por san Timoteo, en las epístolas que le dirigía lo trataba de “discípulo carísimo”, “hijo mío querido”, o simplemente “hermano nuestro”. Y en la epístola a los Filipenses, afirma: “No tengo a nadie tan de acuerdo conmigo” como Timoteo (Fl 2, 20), a quien llama de “verdadero hijo en la fe” (1 Tm 1, 2). Como san Timoteo era el discípulo predilecto de san Pablo, existen muchos datos sobre su vida, que pueden ser encontrados tanto en los Hechos de los Apóstoles cuanto en las llamadas Epístolas Pastorales, dos de las cuales fueron dirigidas a él. Vean como san Lucas presenta a san Timoteo en los Hechos de los Apóstoles. San Pablo y san Silas, en su segundo viaje apostólico, llegaron a Listra: “Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de una judía creyente, pero de padre griego. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso que fuera con él y, puesto que todos sabían que su padre era griego, por consideración a los judíos de la región, lo tomó y lo hizo circuncidar” (Hch 16, 1-3). La madre de Timoteo, que se llamaba Eunice, era hija de Loida. Ella había abrazado la religión cristiana por ocasión del primer viaje de san Pablo y san Bernabé a Listra. Ambas se distinguían por su desvelo y piedad, como escribe san Pablo a Timoteo: “Ansío verte, para llenarme de alegría. Evoco el recuerdo de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice” (2 Tm 1, 4-5). Por lo tanto, se debe suponer que ellas hayan dado una esmerada educación al hijo. Cuando san Pablo volvió con Silas a Listra, Timoteo ya era un hombre formado en la virtud, razón por la cual el apóstol lo escogió como compañero de apostolado. A partir de entonces Timoteo será una sombra de su padre espiritual, ligado entera y afectuosamente a él. Macedonia fue el campo apostólico del primer viaje de san Timoteo como auxiliar de san Pablo. Después de participar del apostolado en esa provincia, siguió a su maestro hasta Berea, donde san Pablo lo dejó en compañía de Silas, para demostrar así la confianza que depositaba en él. San Pablo lo envió después a Tesalónica, donde se necesitaba de alguien que pudiera fortalecer a aquellos nuevos cristianos en las persecuciones que enfrentaban, y comunicó entonces a los tesalonicenses que les estaba enviando a “Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo para afianzaros y alentaros en vuestra fe” (1 Tes 3, 2). De allí Timoteo partió hacia Corinto, a fin de encontrarse con Pablo, a quien acompañó después a Jerusalén, Grecia, Macedonia, Acaya, Asia y Roma. San Timoteo tuvo, por lo tanto, una gran participación en el trabajo de san Pablo. Y cuando el Apóstol estuvo prisionero en Roma, lo mandó visitar a las diferentes Iglesias particulares, a las cuales hizo un bien inmenso. Al regresar a Filipos, Timoteo fue apresado y tuvo que padecer mucho por la fe.
Sabemos también que estuvo en Corinto, pues el Apóstol escribió a sus habitantes: “Cuando llegue Timoteo, procurad que no se atemorice entre vosotros, pues trabaja en la obra del Señor como yo” (1 Cor 16, 10). Cuando san Pablo fue liberado en Roma, Timoteo lo acompañó al Oriente. En Éfeso, viendo el Apóstol las necesidades por las que pasaba aquella cristiandad, consagró a Timoteo obispo de la misma, y después se separaron. Pero apenas físicamente, pues san Pablo no dejó de comunicarse con su discípulo predilecto a través de cartas, en las cuales acentúa las obligaciones del obispo y las cualidades que los escogidos deben tener para el ministerio sagrado. Timoteo debe dar el ejemplo del cumplimiento del deber en toda ocasión, pero sin exagerar en las penitencias. El Apóstol llega a recomendar a Timoteo un poco de vino como remedio para su fragilidad estomacal y otros achaques de los que padecía. Y le dirige estas palabras misteriosas: “Timoteo, hijo mío, te confío este encargo, de acuerdo con las profecías pronunciadas anteriormente acerca de ti, para que, apoyado en ellas, combatas el noble combate” (1 Tm 1, 18). Como obispo de Éfeso, san Timoteo debe haber tenido contacto con san Juan Evangelista que, desde allí, gobernaba a todas las iglesias de Asia. “Se supone que san Timoteo fue aquel ángel de la Iglesia de Éfeso, de quien el mismo evangelista habla en el Apocalipsis, elogiándolo mucho por el horror con que miraba a los herejes, por el esmero con que trabajaba en la viña del Señor, y por lo mucho que había padecido en promover la gloria de Dios”.1 Después del destierro de san Juan a la isla de Patmos, san Timoteo fue apresado cuando intentaba reprimir las brutales abominaciones cometidas por los paganos durante una de sus fiestas, llamada Catagogia. Según la tradición, fue arrastrado por las calles y apedreado, padeciendo el martirio por su fe. San Tito, gran coadjutor de san Pablo De san Tito —que era mayor y más experimentado que san Timoteo— carecemos de mayores informaciones, pues él aparece muy poco en los Hechos de los Apóstoles. Al no ser judío, tenía más aceptación entre los cristianos de origen pagano. Hijo querido, hermano y precioso colaborador de san Pablo, siguió siempre al maestro en sus andanzas apostólicas, predicando el Evangelio de Cristo. “San Hipólito y san Doroteo aseguran que ‘san Tito fue uno de los 72 discípulos de Jesucristo. Que, más tarde él fue obispo de Creta, predicó el Evangelio en esa ciudad y en las adyacentes; que murió en Creta y que allí fue sepultado con gloria’. Las célebres crónicas de Alejandría le enumera como el 63º de los 72 discípulos de Nuestro Señor”.2
Del mismo modo, nada sabemos del lugar y fecha de su nacimiento. Para san Juan Crisóstomo, él era de Corinto; para otros, de Creta; muchos afirman que era de Antioquía. Lo que es muy probable es que haya sido convertido por san Pablo, que lo llama de “verdadero hijo en la fe que compartimos” (Tit 1, 4). Tito sustituye a Silas en los viajes posteriores de san Pablo, a quien acompaña en las diversas misiones y fundaciones. Estando con el Apóstol en Éfeso, este lo envió a Corinto para sustituir a Timoteo, pacificar los ánimos y organizar una colecta para los cristianos pobres de Jerusalén. El desvelo, la ponderación y la energía del discípulo consiguieron el objetivo de san Pablo. De Corinto san Tito se unió a san Pablo en Macedonia, causándole mucha alegría por las buenas noticias que traía de los corintios, una vez que el Apóstol estaba muy preocupado con lo que ocurría entre ellos. A partir de entonces san Tito desaparece de los Hechos de los Apóstoles, volviendo a ser mencionado solo en la epístola que le escribe san Pablo alrededor del año 65, en la cual le instruye para dotar a los fieles de Creta de buenos superiores y viajar después a Epiro, donde el Apóstol pretendía invernar en la ciudad de Nicópolis. Ellos se encontraron en Dalmacia, donde fue escrita la segunda epístola a Timoteo. Se desconocen hechos posteriores relativos a este gran compañero de san Pablo. Según la opinión de Eusebio, Teodoreto y san Isidoro, él habría vuelto a Creta, donde continuó evangelizando al pueblo hasta su muerte, con aproximadamente 95 años, el año 107. Las Epístolas Pastorales de san Pablo Las tres epístolas del Apóstol a los discípulos amados (dos a Timoteo y una a Tito) fueron escritas en la misma época. “Las Epístolas Pastorales nos documentan que Pablo volvió aún para el Oriente. Visitó Éfeso, donde dejó a Teófilo, su discípulo predilecto, misionó la isla de Creta, en cuyas ciudades de civilización antiquísima Tito debía organizar las comunidades allí fundadas. Pablo escribe a sus dos auxiliares para socorrerlos en el desempeño de su misión. Él da instrucciones y directivas sobre la situación y los problemas de Éfeso y Creta. Por causa de su carácter, son generalmente denominadas Epístolas Pastorales. La segunda carta a Timoteo fue escrita ya durante el segundo cautiverio de Pablo en Roma en previsión del próximo martirio. El Apóstol quiere confortar a su discípulo muy amado y lo llama para la última despedida”.3 Es precisamente en esta carta que el Apóstol de las Gentes, mientras aguardaba su martirio, hace esta bellísima profesión de fe: “Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente en el tiempo. He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación” (2 Tm 4, 6-8).
Notas.- 1. P. José Leite SJ, Santos de cada día, Editorial AO, Braga, 1993, t. I, p. 124. 2. Mons. Paul Guérin, Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, t. I, p. 14, nota 3. 3. Fray Mateus Hoepers OFM, Nuevo Testamento, Editora Vozes, Petrópolis, 1958, p. 551.
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