Luego de haber analizado el mes de marzo los aspectos generales de la revolución sexual en curso, continuamos con la segunda parte de este estudio, donde se apreciará aún más la importancia y actualidad del tema. Al hacerlo, estamos seguros de proporcionar a nuestros lectores una contribución sustancial para la formación de una familia verdaderamente católica, así como valiosos argumentos contra esta onda de disolución familiar, aparentemente avasalladora.
Alfredo Mac Hale
La promoción del “matrimonio” entre personas del mismo sexo
Otro aspecto de la revolución sexual es la promoción de la homosexualidad, exagerando el número de los que se entregan a esa práctica viciosa. No sólo se realizan actos públicos de propaganda del vicio contra la naturaleza, aumentando su verdadera dimensión, sino que se llega a presentar al conjunto de sus adeptos como un mercado potencial que las empresas comerciales y los políticos estarían disputando.
Se pide impunidad para ellos, cuando no protección, también con el argumento de que muchos de ellos “nacieron así”, y que por lo tanto no tienen culpa; exigen para ellos las condiciones de vida más ventajosas, lo que equivale a un privilegio para los que practican el vicio. Claro está que, por la doctrina católica, los que poseen tendencias desviadas, pero las combaten y practican la castidad, son personas dignas. Sin embargo, el primer paso para ello es, evidentemente, reconocer su mala tendencia. No es ésa, lamentablemente, la orientación inculcada por esos movimientos que hacen de la homosexualidad una bandera, induciendo claramente la práctica del vicio contra la naturaleza. En suma, se transforma en blanco de admiración social lo que antes era objeto de justa execración, blindándolo de cualquier ataque y prestigiándolo tanto cuanto sea posible. Así, a los grupos sodomitas les es permitido atacar odiosamente como homofóbicos a personajes de primer plano, incluso altos prelados y jefes de Estado, como si el vicio tuviese derechos, y la autoridad no. Algunos ni se esfuerzan en ocultar el odio, porque sienten a sectores de la opinión pública suficientemente deteriorados para no rechazar la voz del vicio, prefiriéndolo a la defensa de la moral. Actualmente no hay país latinoamericano que no sea escenario de esa campaña en pro de la homosexualidad, y donde, como consecuencia, no estén en debate proyectos de ley para favorecerla. Y constantemente se dan hechos que prueban el esfuerzo mancomunado de gobiernos y activistas, desarrollando en ese sentido todos los favores de la tolerancia y los recursos de la propaganda.
El Estado opresor usurpa la patria potestad
Obviamente, para demoler la familia y pervertir a niños y jóvenes, es necesario aniquilar la patria potestad, pues en muchos casos los padres desean que sus hijos se mantengan dentro de cierta corrección, les dan formación y les imponen disciplina. Para ello los enemigos de la familia se aprovechan de casos en que los progenitores no cumplen sus deberes o se exceden con relación a los hijos. Se van volviendo frecuentes proyectos de ley que facultan la intromisión de funcionarios estatales en el ámbito familiar. Se crean organismos de “protección al menor”; se colocan en los colegios a agentes que pervierten a los menores, y en seguida los “concientizan” sobre cómo “defenderse” de sus familias; se promulgan leyes que garantizan a las adolescentes el acceso a anticonceptivos y al aborto, sin conocimiento de los padres; se establecen sistemas de protección a los menores portadores de desvíos sexuales, para que eviten castigos y se resistan a someterse a los tratamientos que sus padres les quieran imponer, etc. De ese modo los agentes de la perversión de menores quedan protegidos por la ley, y sus defensores naturales inmovilizados, todo en un clima de extremo permisivismo, completa falta de formación y apatía general. De ese modo las más importantes instituciones se van deshaciendo, y las almas se lanzan en tropel al pecado.
Una verdadera revolución en nombre de la ideología de género
Por detrás de esas audaces reivindicaciones, de esa serie de pseudo derechos de la mujer —que al mismo tiempo es la negación de sus más altos atributos—, del deseo de transformar a los adeptos de las peores aberraciones en una verdadera clase privilegiada con el fin de difundirlas, se oculta una ideología. ¿Cuál es esa ideología? Se trata de un marxismo reciclado, que utiliza diferentes pretextos de los anteriormente empleados en favor del comunismo, pero que conserva la misma saña para acabar con la tradición cristiana, la familia, la propiedad privada y toda forma de jerarquía en el orden social. Es la llamada ideología de género, surgida en los años 70 en los medios académicos de vanguardia de los Estados Unidos. Busca dar un apoyo supuestamente intelectual a la revolución sexual en curso, con miras a transformar al feminismo en una fuerza revolucionaria de extrema radicalidad. Durante años ella fue cultivada en círculos reservados, para seguidamente tener una difusión progresiva gracias a importantes universidades norteamericanas, en las cuales se enquistó, y a poderosas fundaciones privadas que financian su expansión y actividades. Utiliza ampliamente los medios de comunicación, que la difunden por todas partes, especialmente en el mundo llamado desarrollado. De algún tiempo a esta parte, se comenzó a usar cada vez más la palabra género en lugar de sexo, pero al comienzo no eran muchos los que conocían la razón del cambio. En el fondo, se trata de eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en dos sexos, como fue establecido por Dios y es inherente a la naturaleza humana. Según sustenta esa ideología, no existen dos sexos, sino por lo menos cinco géneros (mientras no aparezcan otros, en virtud de las nuevas taras que vayan surgiendo): el heterosexual masculino, el heterosexual femenino, el homosexual, la lésbica y el bisexual. A todos ellos esta corriente los considera legítimos, rechazando que unos sean aceptables y otros no. Peor aún. Tal corriente afirma que los dos sexos serían meras “construcciones sociales”, o sea, habrían surgido no de la misma naturaleza humana, sino de convenciones e imposiciones culturales que ahora comportaría desconstruir —es decir, eliminar— supuestamente para defender la “dignidad de la mujer”. Desconstruidos los sexos e impuestos los “géneros”, cada persona tendría que optar por alguno de los cinco arriba mencionados o por alguna otra “novedad” que aparezca, sin que nadie pueda presionarla o condicionarla a favor o en contra de cualquiera de ellos. A partir de la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en setiembre de 1995 en Pekín, la “ideología de género” se extendió vertiginosamente, favoreciendo el aborto, la homosexualidad, el lesbianismo y todas las formas de sexualidad fuera del matrimonio. Su fin es implantar una nueva cultura sin normas ni principios, de tolerancia extrema con el pecado, que excluya el matrimonio y la familia; que acepte las peores prácticas sexuales, en especial las antinaturales, intentando relegar la fidelidad y la fecundidad conyugales —en el fondo, la propia familia— a meras reminiscencias. Para ello afirma la necesidad de “desconstruir los papeles socialmente construidos” en materia de sexualidad —o sea, traduciendo: modificar totalmente los papeles del hombre y de la mujer tales como se ejercen desde hace siglos— para imponer otros sin relación alguna con la naturaleza humana, e inclusive contra ella. Aboga también por la promoción de la “libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida”, lo que significa el aborto libre y la legitimación y promoción de la homosexualidad, del lesbianismo y de otras formas aberrantes de sexualidad.
Contra la institución familiar y la religión católica
El “feminismo de género” considera que la familia y el trabajo en el hogar son “cargas negativas” para los “proyectos profesionales” de la mujer, queriendo que ella se emancipe y viva siempre en función de otros papeles en la sociedad. Por eso desea desconstruir la educación actual e impulsar otra educación supuestamente liberadora. Esto es visto como una estrategia importante para cambiar los preconceptos sobre los papeles del hombre y de la mujer en la sociedad, para asegurar que niñas y niños hagan una selección profesional “informada” [por los feministas, obviamente], y no basados en los tradicionales prejuicios sobre el género —o sea, sobre el sexo— ahora vigentes. (Cf. Dale O’Leary, “The sacraments and authentic womanhood” en www.catholic-pages.con/dir/feminisn.asp). Así, las niñas, según esa ideología, deben ser orientadas siempre hacia áreas no tradicionales, no debiendo exponerles la imagen de la mujer como esposa o madre, ni tampoco colocarlas para ejercer las actividades femeninas habituales, pues de lo contrario muchas escogerían espontáneamente esa forma de ser, que el feminismo radical pretende erradicar. Con la intención de equiparar el papel femenino natural y tradicional con las perversiones contrarias a la naturaleza, figuran como prioritarios en la agenda del “feminismo de género” no sólo los “derechos reproductivos” de la mujer lésbica, sino el “derecho” de las parejas lésbicas de concebir hijos mediante la inseminación artificial, y la adopción legal de éstos cuando no los tengan. Este ataque a la familia y a la maternidad se extiende obviamente a la religión. Para el “feminismo de género”, aunque parezca grotesco, la religión no es sino una invención de los hombres para oprimir a las mujeres. Ataca a muchas religiones, pero es al catolicismo al que denigra más intensamente, acusándolo de impulsar el abuso infantil y la supuesta opresión de la mujer. Es una mal disfrazada “cruzada” anticatólica. La ideología de género, sea en su forma radical o atenuada, produjo incontables dramas: ruptura de matrimonios, violencia doméstica, abusos y violencias sexuales (intra y extra-familiares), pederastia, esterilizaciones quirúrgicas masivas de jóvenes, abortos, aberraciones sexuales de toda clase, etc. Y lo peor de todo: va inspirando la demolición radical de la familia, principalmente en el mundo cristiano, lanzándolo en una degradación moral sin precedentes. Por ejemplo, en España, cada cuatro minutos se deshace un matrimonio y cada siete se practica un aborto. Como si todo ello no bastase, el Estado lanzó el pseudo matrimonio homosexual, incluso con la posibilidad de adopción de niños, los cuales quedan así expuestos a ser totalmente pervertidos. Esto porque el gobierno socialista adopta la ideología de género, promoviéndola a través del aparato estatal. En ese sentido, fue introducida para el año lectivo una nueva materia obligatoria sobre educación sexual, basada justamente en la referida ideología. Utilizar la palabra género, en el habla moderna, no es apenas señal de moda o de aggiornamento; por detrás de ese término se esconde una ideología perniciosa, que abre camino en las conciencias y en la sociedad para instalar una cultura cada vez más andrógina o unisex. Se trata de una revolución extrema, que pretende instaurar una contracultura que excluya al matrimonio, la maternidad y la familia, aceptando todo tipo de prácticas sexuales. Es lo que veremos en un próximo número, cuando expondremos la parte final del presente estudio.
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