Nuestro Señor quiere establecer en nosotros un amor apasionado por Él. Toda virtud, todo pensamiento que no termina en una pasión, que no acaba por convertirse en una pasión, jamás producirá algo grande. El amor sólo triunfa cuando se convierte en una pasión vital. Sin eso, pueden producirse actos aislados de amor, más o menos frecuentes; pero la vida no se verá tomada por él. Nuestro amor, para que sea una pasión, debe sufrir las leyes de las pasiones humanas. Hablo de las pasiones honestas, naturalmente buenas; pues las pasiones son indiferentes en sí mismas; nosotros somos quienes las hacemos malas cuando las dirigimos hacia el mal, pero depende de nosotros el encaminarlas hacia el bien. Ahora bien, la pasión que domina al hombre, lo concentra. Si un hombre quiere llegar a una determinada posición honrosa y elevada trabajará para alcanzarla diez años, veinte, no importa. “Llegaré”, dice él, y se concentra en ello: todo lo subordina a servir ese pensamiento, ese deseo y deja a un lado todo cuanto no le conduce a su objetivo. Así es como se llega en el mundo a lo que se desea. Esas pasiones pueden tornarse malas, y muchas veces no son más que un crimen continuo, pero, en fin, pueden ser y son aún honoríficas. Sin una pasión, nada se alcanza: la vida carece de objetivo; ¡se arrastra una vida inútil! Pues bien, en el orden de la salvación, es necesario sentir también una pasión que nos domine y haga producir, para gloria de Dios, todos los frutos que el Señor espera. Amad tal virtud, tal verdad, tal ministerio apasionadamente. Dedicadle vuestra vida, consagradle vuestros pensamientos y trabajos; sin eso, nunca alcanzaréis nada, seréis apenas unos asalariados, jamás unos héroes. ¡Ah!, en el Juicio, Nuestro Señor nos censurará por su amor. ¡Tú me amaste menos que a las criaturas! ¡Tú no hiciste de Mí la felicidad de tu vida! ¡Tú me amaste lo suficiente para no ofenderme mortalmente; pero no para vivir de Mí! Habrá quien diga: ¡Qué exageración! ¿Pero qué es el amor sino exageración? Exagerar es ir más allá de la ley; pues bien, el amor debe exagerar. ¡Vamos! Entremos en Nuestro Señor. Amémoslo un poco por Él. Sepamos olvidarnos y entregarnos a ese buen Salvador. Inmolémonos un poco. Considerad estos cirios, esta lámpara, que se consume sin dejar vestigio, sin reservar nada. San Pedro Julián Eymard, El Santísimo Sacramento.
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La Santa Casa de Loreto. Donde vivió la Sagrada Familia de Nazaret |
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