Se diría que la imaginación de los blasfemos no tiene límites. El 19 de mayo pasado, cien helados o sorbetes elaborados con vino supuestamente consagrado y con su respectivo palito en forma de crucifijo, fueron entregados a los asistentes a la inauguración de una exhibición denominada Love it or leave it (“ámalo o déjalo”) en la Galería R’Pure en Manhattan, Nueva York.
El artista blasfemo, Sebastián Errázuriz, afirma que sus “helados cristianos” fueron hechos con “vino de misa congelado que fue transformado en sangre de Cristo”. ¿Cómo lo logró? Afirma que él mismo llevó a una iglesia el vino congelado oculto en una hielera y que fue “inadvertidamente consagrado” —así lo supone— durante la misa, mientras el sacerdote transformaba el vino en el Cuerpo de Cristo. Aunque sabemos que el vino en tales condiciones definitivamente no fue consagrado, queda al descubierto la malicia y el objetivo sacrílego de Errázuriz. De alguien que se proclama ateo… pero cree en la transubstanciación, es decir, que el vino, durante la consagración, se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Extraña contradicción! Verdad inmemorial que fue plasmada por el Concilio Tridentino en los siguiente términos:“Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad” (cf. Concilio de Trento: DS 1640; 1651 in Catecismo de la Iglesia Católica, §1413). Pero a fin de no dejar dudas sobre su carácter blasfemo, Errázuriz añadió a su creación una característica más ofensiva: a medida que el helado es consumido, aparece dibujado en la cruz de madera al cual va adherido, un Cristo crucificado tradicional, el cual sufre una irreverente lamida. El objetivo que alega para su “obra de arte” es combatir el fanatismo religioso. ¡Cómo si su actitud no revelara un verdadero fanatismo anticatólico! De hecho, la supuesta obra no podría ser más ofensiva para los católicos, pues constituye una blasfemia inaudita contra el sacramento por excelencia, la Sagrada Eucaristía, y contra el crucifijo, ¡el símbolo católico por excelencia! * * * Si el diseñador hubiese hecho un palito, no en forma de cruz, sino de media luna, con la figura de Mahoma, ¡ciertamente habría sido expulsado del evento, sin más trámite! Si fuese una sátira contra el movimiento homosexual, ciertamente el artista ya estaría enfrentando una demanda judicial. Contra Nuestro Señor y sus seguidores, todo vale. Es la escalada de la cristianofobia, cada vez más patente.
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