Página Mariana Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de Luján

A 70 kilómetros al oeste de Buenos Aires se encuentra la ciudad de Luján, en la margen derecha del río del mismo nombre, cuya primera fundadora y vecina principal es una pequeña imagen de terracota de la Santísima Virgen


Pablo Luis Fandiño


LA HISTORIA DE LA Virgen de Luján se remonta a los comienzos del siglo XVII, cuando Antonio Farías de Saa, un hacendado portugués radicado en Sumampa, en la actual provincia de Santiago del Estero, encargó al marino Juan Andrea que le trajera del Brasil una imagen de la Inmaculada Concepción para dedicarle una capilla en su estancia. En marzo de 1630 arribaron al puerto de Buenos Aires, procedentes del valle de Paraiba, São Paulo, no una sino dos imágenes de la Virgen María.

El milagro de la carreta

En los primeros días del mes de mayo de aquel año, el radiante cargamento se unió a una caravana de carretas que partieron de Buenos Aires en dirección al norte. Al atardecer del segundo día de viaje, llegaron a orillas del río Luján, en el ámbito de una propiedad conocida como la estancia de Rosendo, donde pernoctaron. A la mañana siguiente,cuando todos se disponían a partir, por más empeño que pusieron los troperos, la carreta que llevaba las imágenes no se movía de su lugar.

Reemplazaron a los bueyes, rebajaron la carga, empujaron los peones, todo fue inútil… hasta que bajaron el pequeño cajoncito que llevaba a la Virgen Inmaculada y sólo entonces la carreta se movió. Llenos de admiración por lo ocurrido y de curiosidad por descubrir la causa del inusitado prodigio, abrieron la caja bendita. Envuelta en su interior, encontraron una sencilla estatua de la Madre del Redentor, a la que los felices circunstantes veneraron con ternura. Viendo en ello un designio de la Providencia, los arrieros determinaron trasladarla hasta la morada de Rosendo, donde se le acomodó.

Mientras tanto, la segunda imagen de la Virgen María prosiguió sin mayores dificultades su camino a Sumampa, donde se le venera hasta el día de hoy, y la noticia del suceso acaecido en la rivera del río Luján corrió velozmente hasta Buenos Aires.

Así comenzó la afluencia de devotos, y el río de gracias y milagros concedidos por la Virgen de Luján a lo largo de casi cuatro siglos. En el lugar se levantó una modesta ermita, que durante 40 años quedó a los cuidados de un esclavo africano llamado Manuel. Con la muerte de Rosendo, sus bienes pasaron a manos de su heredero, Juan de Oramas, cura de la catedral porteña, pero las tierras quedaron abandonadas y la devoción estuvo a punto de periclitar.

Los pasos preliminares para consolidar la devoción

En vista de las circunstancias, doña Ana de Matos Vda. de Sequeira, su primera gran bienhechora, compró la venerada imagen al clérigo Oramas. Luego promovió una visita pastoral in situ del obispo dominico, fray Cristóbal de la Mancha y Velazco, junto al gobernador del Río de la Plata, José Martínez de Salazar. Con su autorización y en su compañía, doña Ana efectuó el trasladó de la imagen a su estancia, a dos jornadas de camino. Quedando así oficializado el culto público a Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Río Luján.

Vista de la ciudad de Buenos Aires (aguada), Fernando Brambila, 1794

Un devoto singular: Don Juan de Lezica y Torrezuri

Don Juan de Lezica y Torrezuri

La profunda devoción que profesaba a la Santísima Virgen impulsó al presbítero Pedro de Montalvo, quien padecía de tuberculosis pulmonar agravada por una afección cardiaca, a emprender una penosa peregrinación en carreta de Buenos Aires a Luján. Tan mal estaba el licenciado Montalvo, que a una legua de su objetivo se sintió desfallecer. El moribundo fue conducido hasta los pies de la Virgen, donde le frotaron el pecho con sebo de la lámpara que ardía constantemente ante la Sagrada Imagen, hasta que volvió en sí. Una vez restablecido, prometió a la Virgen dedicar el resto de su vida a difundir su culto. Debido a su infatigable empeño, en 1685 se inauguró el primer santuario, sobre un terreno donado por la señora Matos, en el mismo lugar en que hoy se levanta la actual Basílica. Don Pedro falleció en 1701 y es considerado el primer Capellán de la Virgen. Alrededor de la “capilla de Montalvo” surgió con el tiempo un pueblo, la Villa de Luján, a la cual en 1730 se le otorgó cura y parroquia. Nuestra Señora la cubriría con su manto, protegiéndola en diversas ocasiones contra malones, pestes y sequías.

En 1734 llegó al Callao, como comisionado real, don Juan de Lezica y Torrezuri (1709-1784). Tres años después, el ilustre vizcaíno, casado ya con una dama paceña, contrajo una grave enfermedad que estuvo a punto de llevárselo a la tumba, si no fuera por la promesa que hizo de visitar el santuario de Luján. La Virgen lo curó y él volvió a sus negocios. Sin embargo, en 1748, aquella misma extraña y mortal enfermedad retornó. Temiendo lo peor, tomó sus últimas disposiciones y se estableció en Buenos Aires, donde sanó por completo. Atribuyendo el hecho al favor de Nuestra Señora de Luján.

Agradecido, don Juan se preguntaba:¿qué deseaba manifestarle la Virgen con tales señales? De esto se valió el obispo bonaerense, Cayetano de Marcellano y Agramont, para encargarle la edificación de un nuevo templo en reemplazo del anterior, nombrándolo síndico, ecónomo y patrono de la iglesia lujanense. Gracias a ello, el 8 de diciembre de 1763 se celebró con gran pompa la inauguración de este santuario, que albergó durante siglo y medio a la Virgen de Luján.

Una gran conquista: el padre Jorge María Salvaire

A fines de 1875, un joven misionero claretiano, Jorge María Salvaire (1847-1899), enviado a evangelizar a los indios,estuvo a punto de morir lanceado,culpado de transmitirles una peste de viruela. Se confió a la Virgen y le prometió, si lo salvaba, consagrar su vida a difundir sus milagros y engrandecer su santuario. Entonces, abriéndose paso entre la multitud, el hijo del cacique arrojó su poncho a Salvaire en señal de protección; el sacerdote le había salvado la vida en días anteriores.

En cumplimiento de sus promesas, el P. Salvaire redactó su monumental obra “Historia de Nuestra Señora de Luján”, publicada después de una década de estudios, dio comienzo a la construcción de la actual Basílica, y fue el alma de la Coronación Pontificia de la Virgen de Luján que se realizó solemnemente el 8 de mayo de 1887, de manos de Mons. Federico León Aneiros, segundo arzobispo de Buenos Aires. Para la ocasión, el P. Salvaire colocó a la imagen sobre una peana de bronce, le adosó la rayera gótica con la inscripción:“Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa” y una aureola de doce estrellas, que luce hasta hoy.

A su muerte en 1899, le tomó la posta el P. Vicente María Dávani C. M., quien terminó la Basílica en 1922. El 5 de octubre de 1930, Nuestra Señora de Luján fue proclamada Patrona de las tres Repúblicas del Plata: Argentina, Paraguay y Uruguay.

No todo fue rosas en el camino

Además de las dificultades propias de este valle de lágrimas, la devoción a Nuestra Señora de Luján pasó por algunas pruebas mayores. En 1806 y 1807, el Virreinato del Río de la Plata soportó dos invasiones militares inglesas. Para rechazar a los protestantes, las fuerzas locales emprendieron la reconquista y defensa de Buenos Aires a partir de Luján, llevando como bandera el estandarte real con una imagen bordada de la Virgen Inmaculada. A falta de escapularios, los voluntarios se ciñeron dos cintas con los colores celeste y blanco, que les sirvió también como distintivo. Las tropas victoriosas, regresaron a Luján para depositar a los pies de María los trofeos de la batalla.

La peregrinación gaucha a Luján rememora todos los años su historia

Aciagos tiempos vivió nuevamente la Argentina, a mediados de 1955, en las postrimerías del gobierno peronista, cuando éste se enfrentó radicalmente contra la Iglesia Católica. Hubo decretos anticatólicos, quema de iglesias y prisión de numerosos obispos, sacerdotes y laicos; hasta se hablaba de la creación de una iglesia cismática nacional. En la noche triste del 22 de agosto de ese año el párroco de Luján, con la debida autorización superior, sacó de su camarín la auténtica e histórica imagen de la Santísima Virgen y la reemplazó por una réplica casi perfecta, iniciándose un periodo catacumbal de su culto.

Nadie se enteró de lo sucedido hasta que,abatido el régimen persecutor y calmados los ánimos, el domingo 27 de noviembre,tres meses después, la venerada imagen volvió a su Basílica en una sorpresiva pero solemnísima procesión.

Ilustres visitantes

A lo largo de su historia, amplia es la lista de ilustres peregrinos que han venerado a la Santísima Virgen en Luján. Entre ellos se destaca, en 1824 el joven canónigo Juan María Mastai Ferreti, futuro Papa Pío IX, como secretario de la misión Muzi. En 1895, la madre Santa Francisca Javier Cabrini, la primera santa estadounidense. En 1921, el beato Luis Orione, fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. En 1934,el cardenal legado Eugenio María Pacelli, más tarde Papa Pío XII, luego de presidir el Congreso Eucarístico Internacional. Más recientemente, en 1982,el Santo Padre Juan Pablo II, en plena guerra de las Malvinas; visita que renovó en 1987. Y, finalmente, el cardenal Jorge Mario Bergolio, como arzobispo de Buenos Aires.

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Argentina atraviesa hoy una aguda crisis política, económica y moral, que sólo se revertirá en el momento en que el pueblo y sus líderes se rindan nuevamente ante su Reina y Patrona, y acepten vivir respetando escrupulosamente los mandatos de su Divino Hijo.

La Virgencita de Luján*

LA IMAGEN DE Nuestra Señora de Luján es pequeña en altura: mide unos 40 cm. Sus facciones son menudas, pero bien proporcionadas.El rostro es oval. El semblante modesto, grave y al mismo tiempo dulcemente risueño, conciliando a la vez benevolencia con su irresistible atractivo,y respeto con majestad de Reina y gran Señora. La frente es espaciosa;los ojos grandes, claros y azules; la cejas negras y arqueadas; la nariz algo aguileña, la boca pequeña y recogida, los labios iguales y encarnados cual rosa, las mejillas sonrosadas, y las demás facciones,como ya lo hemos dicho, muy proporcionadas.


Padre Salvaire

Mira un tanto hacia la derecha. El color del rostro, aunque muy agraciado, es un tanto amorenado.Tiene sus delicadas manos, asimismo bien formadas, juntas y arrimadas al pecho, en ademán o movimiento de quien humildemente ora.

El ropaje de la talla se compone de un manto de color azul, hoy muy amortiguado,sembrado de estrellas blancas; debajo de dicho manto aparece una túnica de color encarnado, aunque en el día igualmente muy amortiguado.

Los pies de la santa imagen descansan sobre unas nubes, desde las cuales emerge la media luna, que tradicionalmente se pone debajo de las plantas de la Virgen Inmaculada, y luego como jugueteando inocentemente entre aquellas nubes, descuellan cuatro graciosas cabecitas de querubines, con sus pequeñas alas desplegadas de color ígneo.

Finalmente, diremos que la materia con que ha sido fabricada la santa imagen es de arcilla cocida.

En resumidas cuentas, no es, debemos confesarlo, la antigua imagen de Nuestra Señora de Luján, una obra de arte; en cuanto a la materia, nada apreciable es, y por lo que mira a la hechura, no se puede, a la verdad, mentar entre las imágenes notables. Preciosa es empero, sobre toda ponderación, por los innumerables y admirables portentos que, por su intercesión, obró incesantemente la divina misericordia, por los piadosos recuerdos que su sola vista despierta, y por la veneración tan entrañable que le profesaron nuestros padres.



* J. M. SALVAIRE, Nuestra Señora de Luján, Imprenta de P. E. Coni, Buenos Aires, 1885, p. 267

Hacer de los enemigos de la Iglesia mis propios enemigos personales Función social y sustentación religiosa
Función social y sustentación religiosa
Hacer de los enemigos de la Iglesia mis propios enemigos personales



Tesoros de la Fe N°149 mayo 2014


La Virgen de Luján
Nº 149 - Mayo 2014 - Año XIII Hacer de los enemigos de la Iglesia mis propios enemigos personales Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de Luján Función social y sustentación religiosa Entrevista al Prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica Recordando algo muy olvidado: la moral católica San Agustín de Canterbury Verdades olvidadas, en la consideración de la naturaleza



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