PREGUNTA Según las Sagradas Escrituras, Jesús era el primogénito de María (Mt. 1, 25 y Lc. 2, 7). Por lo tanto, decir que María no tuvo otros hijos no está acorde con la palabra de Dios, pues primogénito significa que nació primero; luego, Ella tuvo otros hijos. Para confirmar esto, en otro trecho de la Biblia está escrito que durante los 30 años en que Jesús no había comenzado a predicar, tuvo que convivir con sus hermanos (Jn. 7, 5). RESPUESTA Es falsa la interpretación de que Jesús no sería el único hijo de la Virgen María. El lector podría citar varios otros pasajes de la Biblia en que se habla de los “hermanos de Jesús”, incluso el célebre trecho de San Mateo (13, 55-56) en que se dan los nombres de esos “hermanos”, y se habla también de las “hermanas” de Jesús. No lo hizo, seguramente al querer presentar esa objeción de modo abreviado. Si fuese válida esa objeción —dígase de paso, típicamente protestante—, Nuestra Señora no habría sido Virgen. Para nosotros como católicos, es importante esclarecer este punto, una vez que la virginidad perpetua de María es un dogma católico (cfr. Denzinger, Enchiridion Symbolorum, nº 256). Además, es una de las virtudes más bellas y más admirables de la Madre de Dios, y por eso mismo odiada especialmente por el demonio. Comencemos, pues, por los “hermanos” y “hermanas” de Jesús, abundantemente mencionados en el Nuevo Testamento: Mt. 12, 46-47; Mt. 13, 55ss.; Mc. 3, 31-32; Mc. 6, 3; Lc. 8, 19-20; Jn. 2, 12; Jn. 7, 3.5.10; Jn. 20, 17; Hechos 1, 14; Cor. 9, 5; Gal. 1, 19. La elucidación de esta cuestión es simple: tanto el hebreo como el arameo (lenguas habitualmente habladas en Palestina en la época de Jesús) usan la palabra “hermano” para designar cualquier clase de parentesco, e incluso personas de relación muy próxima, como era el caso de los discípulos de Jesús. Por ejemplo, al narrar la aparición de Jesús resucitado a Santa María Magdalena, el Evangelio de San Juan así describe el final de la escena: “Jesús le dijo [a María Magdalena]: No me toques, porque aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «He visto al Señor», y las cosas que le había dicho” (Jn. 20, 17-18). En estos versículos del Evangelio, hermanos, equivale evidentemente a discípulos. Como arriba está dicho, San Mateo llega a mencionar los nombres de los “hermanos de Jesús”: “Y viniendo [Jesús] a su patria, les enseñaba en la sinagoga, de manera que, atónitos se decían: ¿De dónde le vienen a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?” (Mt. 13, 54-56). Nótese que no son mencionados los nombres de las “hermanas” de Jesús. Por otro lado, al hablar de las mujeres presentes en el Calvario, San Mateo y San Marcos nombran específicamente a: “María Magdalena y María la madre de Santiago y José y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt. 27, 56); “María Magdalena, y María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé” (Mc. 15, 40). Comparando los textos arriba citados, quedan identificados dos de los “hermanos de Jesús”: Santiago el Menor y José, hijos de otra María, distinta de la Madre de Jesús. Eran, pues, parientes de Jesús. La Salomé, mencionada por San Marcos, es la mujer de Zebedeo nombrada por San Mateo, madre de Santiago el Mayor y de San Juan, el evangelista. Salomé fue célebre por haber reivindicado junto a Jesús un lugar privilegiado para sus hijos en su futuro reino (cfr. Mt. 20, 20-23 y Mc. 10, 35-40). Tal reivindicación indica evidentemente un fácil acceso de ella a Jesús. San Juan consigna también la presencia de las varias Marías, distinguiendo claramente a la Madre de Jesús de las otras: “Estaban de pie junto a la Cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Jn. 19, 25). Obsérvese de paso, que aquí igualmente se registra el uso judío de llamar “hermana” de María a una parienta suya, pues, como es universalmente admitido, María era hija única. Por otro lado, se sabe que esa “María, mujer de Cleofás” es la Madre de Simón (cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, III 2, 32). Resulta claro, por lo tanto, que la palabra “hermanos” no corresponde a una hermandad de sangre, sino a un parentesco —o incluso a una relación— más o menos próxima.
En cuanto a la palabra “primogénito”, era aplicada al primer nacido, aunque después no naciesen otros hijos, a causa de las implicancias legales que traía consigo. Esto es, el primer nacido era el heredero de los derechos y de las obligaciones de los padres, en particular del patrimonio de la familia. Un sistema de mayorazgo, por lo tanto, que daba seguridad y estabilidad a la familia, lo que explica la generalidad de su aceptación por prácticamente todos los pueblos en el mundo entero, habiendo estado en vigor en Occidente hasta el Código Civil de Napoleón (1804), e incluso después. Entre los judíos, al principio los primogénitos eran los que ejercían el sacerdocio. Cuando ese privilegio se adjudicó a la tribu de Leví, permaneció para las otras tribus la obligación de “rescatar” simbólicamente a los primogénitos (cf. Núm. 3, 12-13; 18, 15-16; Éx. 13, 2; 24, 19). De donde la enternecedora escena descrita por San Lucas: “Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le llevaron [al Niño Jesús] a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que ‘todo varón primogénito sea consagrado al Señor’, y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones” (Lc. 2, 22-24). Es obvio que la presentación del primogénito, se hacía poco después que éste nacía, sin esperar que naciesen otros hijos. En otros términos, la obligación legal se imponía, ¡aunque después no naciesen otros hijos! El primero que nacía ya era inmediatamente llamado primogénito, aunque nunca fuese a tener hermanos de sangre. Es falso concluir, pues, como hacen los protestantes, que la expresión de San Lucas —“y dio a luz a su hijo primogénito” (Lc. 2, 7)— implica que María hubiese tenido después otros hijos. Además, que María no tuvo otros hijos, la Biblia lo manifiesta en otros pasajes. Limitémonos a recordar la pungente escena del Calvario: Cristo, moribundo, encomienda a María Santísima a San Juan, quien a partir de entonces, la recibió en su casa (Jn. 19, 26-27). Si la Virgen María hubiese tenido otros hijos, Jesús no tendría por qué preocuparse con el cuidado temporal de su Madre, pues este deber correspondería a los demás hijos. Tanto más cuanto, muchos años después, San Pablo comenta que aún vivía en Jerusalén “Santiago, el hermano del Señor” (Gal. 1, 19). Santiago el Menor, como fue recordado arriba, era pariente de Nuestro Señor. La falsa afirmación protestante no tiene, pues, ninguna sustentación en la Sagrada Escritura ni en la Tradición.
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La Virgen de Chapi |
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