La Palabra del Sacerdote La Comunión de los Santos

PREGUNTA

A fines del año pasado pasé por una experiencia de vida enorme que hasta entonces no esperaba: el fallecimiento de mi esposo —aún muy joven— que cumpliría 24 años de edad el próximo 25 de marzo. Tenemos un hijito de un añito. De esa fecha para acá, más que nunca, mi Virgencita vino a llenar todos los vacíos de mi casa y de mi corazón. Gracias a su revista pude saber muchas cosas a respecto de la vida eterna. En esta oportunidad quisiera, si fuese posible, que respondiesen a estas preguntas:

—¿Por ocasión de mi muerte me encontraré con mi esposo? —En la otra vida ¿sabe él ahora que yo y mi hijo nos quedamos aquí en la tierra? —Donde él esté —ya sea en el purgatorio o junto a Dios— ¿será que nos ve, a mí y a nuestro hijito? —En la otra vida ¿sabré que soy Olivia y él sabrá que un día fue Ademar?

RESPUESTA

Monseñor José Luis Villac

Una de las verdades más consoladoras, para nosotros católicos, es la Comunión de los Santos. Se trata de una real y continua intercomunicación de los tesoros de la caridad entre los miembros del Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo, que es la Iglesia, ordenada como se sabe en: Iglesia triunfante, de los ángeles y de los bienaventurados que se encuentran en el cielo; Iglesia purgante, de las santas almas del purgatorio, de aquellos que murieron en la amistad de Dios, pero tienen aún que cumplir las penas contraídas por los pecados mortales —aunque confesados y perdonados en vida— y a purgarse de los apegos a los pecados veniales no subyugados antes de la muerte; e, Iglesia militante, de los fieles que aún militan —¡luchan!— en esta tierra de exilio.

Tantas veces, cuando rezamos el Credo, afirmamos nuestra creencia en la Comunión de los Santos. Pero en la vida concreta de todos los días y de todas las horas no nos damos cuenta de que somos realmente miembros vivos de un Cuerpo Místico presidido por Nuestro Señor Jesucristo, su divina Cabeza, y vivificado por el Divino Espíritu Santo, su Alma, manantiales inagotables de la caridad que circulan, unen y enriquecen a todos los miembros del referido Cuerpo. ¡Es la maravillosa Comunión de los Santos! Un solo Cuerpo y una sola Iglesia, en sus tres estados, formando una sola unidad en la caridad y en el amor a Dios.

Las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús estimularon el estudio de los teólogos sobre el tema

Así, nosotros aquí en la tierra, al hacer parte de la Iglesia militante, podemos pedir el socorro y contar con la intercesión de los bienaventurados que están en el cielo, así como de las santas almas del purgatorio, y también rezar por estas últimas, para que Dios abrevie y alivie sus padecimientos.

Por misericordia de Dios y en la economía de la Providencia, tanto las almas del purgatorio como los santos del cielo toman conocimiento de lo que ocurre con las personas que estuvieron relacionadas, sea por grados de parentesco, de amistad o de otro orden. Para los que ya partieron, como para nosotros, siempre seremos nosotros mismos, es decir, conservaremos nuestra propia identidad. Tanto en el cielo, para nuestra eterna felicidad, o en el infierno, para nuestra suprema desgracia, seremos la misma persona por toda la eternidad. Así como Dios es siempre “Aquel que es” (Ex 3, 14), nosotros también seremos siempre aquellos que somos.

Por lo tanto, los esposos, los hijos y los padres, los amigos se deberán reconocer y amar en el cielo, disfrutando con ello de una felicidad especial.

Es muy loable, por lo tanto, pedir la intercesión de las almas de nuestros prójimos que murieron piadosamente. Dios atiende muy especialmente las oraciones hechas por su valiosa intermediación. Pero no dejemos de rezar por las almas del purgatorio, pues constituye una obra de caridad del mayor agrado de Dios.

 

¿Qué pensar de supuestas apariciones de la Virgen?

Pregunta

Con cierta frecuencia escucho hablar de supuestas apariciones de la Virgen. Me podría usted decir ¿qué debemos pensar al respecto?

 Respuesta

Hoy en día se habla mucho de apariciones de la Virgen, de imágenes suyas que lloran y de tantos otros fenómenos extraordinarios.

¿Qué pensar de ello?

Es necesario evitar ambos extremos: una credulidad liviana y excesiva, o un escepticismo racionalista y militante.

Dios, en su sabiduría y omnipotencia, puede comunicarse con las personas a través de gracias internas o de manifestaciones externas. Entre estas últimas figuran las apariciones, revelaciones, milagros, etc.

La Iglesia, no obstante, siempre recomendó prudencia frente a lo extraordinario. Porque, como dice san Pablo “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Cor 11, 14). Por lo tanto —si Dios así lo permite—, el demonio puede simular apariciones de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen, de los santos, así como forjar “revelaciones”, predecir el futuro necesario (de forma apenas aproximativa), etc.

Si en la historia de la Iglesia son incontables las verdaderas apariciones de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de los santos, también son incontables las falsas apariciones que provienen del maligno, que es el “padre de la mentira”…

Entonces, ¿cómo proceder?

Es necesario distinguir el escepticismo de la prudencia. El primero es una actitud ácida, atea, orgullosa, de quien establece su propio juicio como norma última de todas las cosas. La segunda procede de una gracia, es una virtud cardinal (que dirige el accionar humano) del buen hijo de la Iglesia que, antes de pronunciarse, estudia bien la cuestión, pide el consejo de personas competentes, examina los efectos que el hecho “extraordinario” provoca, etc.

Juicio Final (detalle de los elegidos), Fra Angélico, s. XV – Óleo sobre lienzo, Academia de Bellas Artes, Florencia

Como norma, una aparición o revelación solo debe ser aceptada con toda seguridad después de que la autoridad religiosa competente, es decir, el obispo del lugar, y posteriormente la Santa Sede, después de un minucioso examen de los hechos y de las doctrinas, se pronuncia al respecto en un sentido favorable.

Como la Revelación oficial de Dios terminó con la muerte del último apóstol, toda revelación particular, aunque sea de Nuestro Señor o de la Santísima Virgen, tiene un sentido apenas indicativo, de exhortación para enfervorizar, convertir o incentivar una devoción en particular.

Así, por ejemplo, las revelaciones hechas a santa Gertrudis, santa Hildegarda y santa Margarita María Alacoque sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, estimularon el estudio de los teólogos y de la Santa Sede sobre el tema, hasta que se llegó al triunfo de esa devoción con la consagración del mundo a ese adorable Corazón, hecha por el Papa León XIII.

En las apariciones de Nuestra Señora en La Salette, Lourdes y Fátima, reconocidas como auténticas y aprobadas por la Iglesia, los mensajes fueron de penitencia y oración, por la conversión del mundo. En Fátima, la Santísima Virgen puso énfasis en los peligros representados por el comunismo y la inmoralidad.

Mientras la autoridad eclesiástica no se pronuncie, por lo tanto, es necesario mucha cautela a respecto de apariciones y revelaciones, sobre todo cuando ellas se multiplican con gran frecuencia o son excesivamente prolongadas. La Providencia no es locuaz, ni tampoco se vale continuamente de medios extraordinarios. Ella exige de nosotros una fe, robusta y humilde, y una confianza, sin la ansiedad por lo extraordinario.

Si reflexionáramos en lo extraordinarias que son en el Santo Sacrificio de la Misa la Consagración, la comunión, la absolución sacramental, veremos que Dios se nos está manifestando continuamente, aunque a través de misteriosas señales sensibles: los sacramentos.

El mismo san Pablo, con aquella claridad que lo caracteriza, enseña a los corintios: en esta vida “caminamos en fe y no en visión” (2 Cor 5, 7).

Cultivemos particularmente la virtud fundamental de la fe llevando una vida de oración, pero también mediante el estudio de la doctrina católica, buscando libros y autores en cuya ortodoxia podamos confiar plenamente.

San Gregorio de Nisa Venecia, joya del mundo
Venecia, joya del mundo
San Gregorio de Nisa



Tesoros de la Fe N°183 marzo 2017


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