OÍ HABLAR DE UN GRAN CRIMINAL que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la Santa Iglesia; y, por último, le pedí a Celina [su hermana] que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal.2 En el fondo de mi corazón yo tenía la seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero, para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan solo “una señal” de arrepentimiento. ¡Mi oración fue escuchada al pie de la letra! A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico “La Croix”. Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme. Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas! Después su alma se fue a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
1. Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un Alma, Madres Carmelitas Descalzas, Cusco, 2011, p. 81-82. 2. Su proceso se abrió el 9 de julio de 1887 y terminó el día 13 con su condena a muerte. Entonces fue cuando Teresa se apasionó por su conversión. Henri Pranzini fue guillotinado el 31 de agosto de 1887.
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