Una expresión musical de auténtica espiritualidad católica, hoy parece estar resurgiendo de las cenizas y deleita a los católicos del mundo entero Marcos Luis García “¡Están sonriendo! ¡No es posible!”, exclamó Nerón, el tristemente célebre emperador romano del siglo primero de la era cristiana, al entrar en la arena para deleitarse con la vista de los restos dispersos en el suelo, aún calientes y ensangrentados, de las víctimas de un espectáculo más que acababa de promover. El mismo estupor invadió a los cientos o tal vez miles de espectadores que acudieron frenéticos al Coliseo (algo así como algunas barras de hinchas del fútbol hoy). Iban a ver el espectáculo dantesco de bestias devorando cristianos, pero terminaron siendo testigos de los más admirables actos de valentía y fidelidad a la fe de Jesucristo. Poco a poco cayó la noche, el silencio dominaba la ciudad, el monumental centro de espectáculos quedó envuelto en las sombras, desierto y frío, sin un alma viviente. Era el momento en que, arriesgando sus vidas, pequeños grupos de cristianos, venciendo las penumbras y la oscuridad, se escabullían deprisa para recoger los restos de los mártires y llevarlos a las profundidades de las catacumbas. En una combinación de veneración y tristeza, con lágrimas brotadas de un profundo dolor y al mismo tiempo de una determinación inquebrantable de hacer triunfar la santa religión de Jesucristo, depositaban aquellos sagrados restos sobre mesas de piedra. Se iniciaba entonces una conmovedora ceremonia. El obispo, consagrado por uno de los apóstoles, celebraba la Santa Misa, mientras los fieles entonaban cánticos adecuados para aquella circunstancia. Gregoriano: nace el canto sagrado católico ¿Qué cantarían los primeros cristianos? Ciertamente entonaban algún himno propio de la tradición judía, el cual gradualmente fue siendo mejorado por la influencia que el Espíritu Santo ejercía en los corazones de aquellos heroicos cristianos.
El cántico fue ganando una nueva expresión, viva e impregnada de sobrenatural. Un timbre nunca antes visto, una densidad desconocida en la decadente sinagoga de aquella época, una luz que abría horizontes hacia el futuro. Así, el cántico sacro católico comenzó a florecer, como regado por la sangre de los mártires y por el invencible ardor de los primeros católicos. Era una expresión, en última instancia, del amor de Dios que dominaba aquellos corazones y almas fieles. Junto con el crecimiento del espíritu religioso, un nuevo estilo de vida, una nueva forma cristiana de conducir la existencia temporal empezó a surgir y expandirse, primero en las catacumbas, después fuera de aquellas grutas insalubres. Todo un conjunto de valores, como un árbol lleno de flores, comenzó a abrir sus pétalos y perfumar el ambiente pagano de la época. El fuego de Pentecostés se transformará en un incendio de grandes proporciones. En oposición al mundo pagano, a las persecuciones, a las bestias, a los constantes martirios, la Iglesia, que Nuestro Señor Jesucristo había fundado con su Pasión y muerte redentora, se iba consolidando cada vez más. De los corredores subterráneos de las catacumbas la Iglesia salió a la superficie. Conquistó a la madre del emperador e hizo de ella una santa; convirtió al emperador Constantino, quien dio la libertad al cristianismo y más tarde trasladó su gobierno a Constantinopla, mientras que la sede de la Iglesia Católica permaneció en Roma. Poco a poco, el canto gregoriano se convierte en la “voz” de la Iglesia En cumplimiento del mandato “Id y predicad el Evangelio a todos los pueblos” (Mc 16, 15), expresado por Nuestro Señor, los cristianos se expandieron a otras áreas de civilización. Y el canto sacro fue recibiendo orgánicamente las más diversas influencias de los griegos, egipcios y otros pueblos, dando lugar a un conjunto variado, pero sin una expresión de unidad. A finales del siglo VI, la Providencia Divina suscitó al Papa Gregorio I quien, por la inmensa contribución que prestó al bien de la Santa Iglesia, mereció el título de Magno, y posteriormente la gloria de los altares. Oriundo de una noble familia romana, cultivó admirablemente la música y consiguió, a través del estudio y la ordenación de las piezas litúrgicas practicadas en las diversas regiones donde la Iglesia se había expandido, disciplinar tanto la liturgia como la música sagrada. Gracias a su éxito en mantener el auténtico espíritu sobrenatural del canto, la liturgia preservó la gracia que estaba conquistando el mundo y santificando cada vez más las almas. Es oportuno recordar aquí la definición de liturgia que Ismael Fernández de la Cuesta presenta en su Curso Elemental de Canto Gregoriano: “Liturgia es la acción sacerdotal de Jesucristo, continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la cual se actualiza la obra salvífica a través de los signos eficaces, dando así culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación”.1 San Gregorio Magno logró no solo mejorar, sino también dar unidad y definición al canto sagrado, un hecho que hasta hoy ha vinculado su nombre a este estilo de canto: gregoriano. Desde san Gregorio Magno, se definió la expresión sonora más auténtica del espíritu de la Iglesia, obteniendo un nuevo impulso para la expansión y elevación. El canto gregoriano se convirtió, por así decirlo, en “la voz de la Iglesia”. Progreso del canto con el ideal monástico Especialmente favorecido por el aislamiento y el recogimiento contemplativo de los conventos y monasterios, el gregoriano se fue afirmando cada vez más, como en el fondo de una bodega un vino se ennoblece con el tiempo. Dos siglos después, surge otro Magno en la historia, pero este en el campo temporal: Carlomagno, el gran emperador cristiano. Particularmente dotado para las tareas de gobierno y demostrando una fina percepción, el intrépido emperador descubrió que el cultivo del gregoriano sería la mejor manera de dar unidad de espíritu a su vasto imperio católico, conquistado con la sabia intención de constituir la Cristiandad: la unión de los países católicos fieles a Jesucristo y unidos al Papa. Envió monjes a Roma para que aprendieran bien las técnicas del canto sagrado y luego difundió por su extenso imperio la forma correcta de cantarlo, convencido de que atraería las gracias de Dios e impregnaría de bendiciones a la Cristiandad, dándole más unidad. Desde que san Benito Abad creó la primera orden monacal en el siglo VII, hubo una proliferación del ideal religioso monástico, que se expandió a lo largo de los siglos por toda Europa. Monasterios y conventos fueron erigidos en los más variados lugares, desde montañas escarpadas, bosques tupidos y de difícil acceso, hasta los lugares más áridos. En aquellos locales, donde se practicaba la perfección evangélica, se escuchaban las ondas sonoras de las campanas y especialmente del gregoriano, cantado con alma y método, para cumplir los preceptos de la liturgia y las reglas monásticas. Tales monasterios y conventos se constituyeron en centros de irradiación de bendiciones y gracias, que impregnaron el paisaje, realzaron la belleza de la flora y la fauna, y alejaron a los animales dañinos. Sobre la influencia de los sonidos en el desarrollo de las plantas, los experimentos científicos realizados el siglo pasado han demostrado, por ejemplo, que las plantas se volvían contra un parlante que reproducía músicas frenéticas. Se comprende, pues, que músicas elevadas y consonantes con Dios y la ley natural, pueden tener el efecto opuesto y beneficioso. Esta sorprendente influencia de la catolicidad en la sociedad temporal es la verdadera razón por la que Europa se haya convertido —según la expresión de Plinio Corrêa de Oliveira— en la fisonomía del mundo, en el foco de la mayor avalancha de turismo en la actualidad. Turismo cuya mentalidad y espíritu, desafortunadamente, es el reverso de aquella lejana era. El canto sagrado favorece el progreso espiritual y material Sin embargo, lo más importante de esta influencia saludable de la Iglesia en la sociedad temporal se produjo en la vida dentro de los castillos, en las cortes. Tales ambientes a menudo hacían que la práctica de las virtudes fuera atractiva, las costumbres elevadas y puras, y la vida social respetuosa y refinada. De lo alto de los castillos, las bendiciones bajaban a las villas y ciudades, acrisolando al pueblo, a las familias e instituciones, que tenían en las clases altas a sus modelos. Toda la escala social acudía a las hermosas ceremonias litúrgicas para recibir allí, al sonido del órgano y del canto gregoriano, los sacramentos administrados con dignidad y sacralidad, verdadero alimento espiritual capaz de consolidar el progreso espiritual y material en las vías de la santa voluntad de Dios. Bajo este mismo influjo, una cantidad inmensa de catedrales, iglesias, castillos y edificaciones de todo tipo fue marcada por una belleza inspiradora, que hasta el día de hoy deleita a los turistas y sorprende a los académicos y científicos. Gregoriano: factor transformador de la tierra en antecámara del cielo Dice Katharine Le Mée, en su libro Chant: The Origins, Form, Practice, and Healing Power of Gregorian Chant,2 que un monje puede tardar hasta cuatro años en cantar bien el gregoriano. En otras palabras, después de cuatro años de preparación, el monje se ha adecuado espiritual y vocalmente al canto gregoriano. Imaginemos tal canto ejecutado por monjes y religiosos durante siglos: eso facilita la comprensión de su inmensa contribución al mundo católico. Después de la conversión de los bárbaros que invadieron Europa, la sociedad en general se volvió más santa, la naturaleza más bella, todo recibió un impulso hacia arriba. Gracias a tales factores, en aquella época se experimentó el mayor grado posible de felicidad en esta tierra. El gregoriano fue un elemento importante en la formación de la Cristiandad. Desafortunadamente, la civilización cristiana no fue tan lejos como pudo. El ascenso se prolongó hasta el siglo XIII, en los reinados de san Luis IX de Francia y de san Fernando de Castilla. Los síntomas de decadencia ya se sentían en el siglo XIV, y se fueron extendiendo con el movimiento renacentista. Como resultado, estalló una profunda revolución en la historia, que también afectaría al canto sagrado. El polifónico: más humano, pero menos espiritual que el gregoriano Nacido de la intención de aumentar el brillo humano en todas las cosas, el canto polifónico con voces mixtas, con su complejidad, fue desplazando al austero y sencillo canto gregoriano. No negamos la verdadera belleza y la unción de ciertas piezas polifónicas. Aun así, no se puede negar que, en general, el canto polifónico no consiguió realizar aquella densidad de espíritu católico y elevación tan sorprendente en el gregoriano. Siempre que hablamos del gregoriano, lo que habitualmente nos viene a la mente es un religioso o un coro de religiosos cantando en una iglesia, capilla o claustro, sin público. Los religiosos, por su estado de perfección, suelen ser los más identificados con el canto sagrado. De donde notamos que existe algo en el gregoriano que lo hace acorde con la castidad y la virginidad, la obediencia y la pobreza. Virtudes que alimentan en las almas la pureza de las costumbres, la humildad en el comportamiento y el desprendimiento de los bienes materiales. Este imponderable parece suficiente para explicar que, debido a la decadencia espiritual de la sociedad a fines de la Edad Media, surgiera una tendencia para reemplazar el canto gregoriano por algo más humano y menos espiritual. Fue lo que sucedió. Como bien observa Ismael Fernández en el curso mencionado anteriormente, el gregoriano comenzó a ser desfigurado en el siglo XIII, y su espíritu fue adulterado, a través de un proceso que solo cesó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzó el período de su restauración. Hasta entonces, ¿cuánto bien dejó de hacer el canto gregoriano a los individuos y a la sociedad debido a su abandono y decadencia? Solo Dios lo sabe. Disonancia del “progresismo católico” con el canto gregoriano Sin embargo, el golpe más violento propinado contra el canto sagrado aún estaba por llegar. En el siglo XX, el “progresismo católico” de las décadas de 1960 y 1970 aboliría en casi todas las iglesias, y en innumerables conventos y monasterios, el canto más expresivo de la espiritualidad católica. La música progresista, anti-sacral y sentimental, sin la sustancia espiritual auténtica y profunda del gregoriano, contribuirían a modificar por completo el ambiente religioso. Los antiguos monjes y religiosos, contemplativos y austeros, dieron paso a los sacerdotes cantantes, secularizados y deportistas: el aspecto escénico triunfó sobre lo sobrenatural; el amor debido a Dios se ha vuelto hacia el ser humano; la perfección evangélica fue descuidada por la acción social. La sensación de una presencia espiritual y angelical en el canto sagrado y en las ceremonias desapareció. Legiones de católicos abandonaron la Santa Iglesia, buscando en vano algo menos chocante en falsas religiones. Entre los que permanecieron, un número verdaderamente alarmante desconoce la espiritualidad profunda y real experimentada por los santos. Negligentes en materia de costumbres, desprovistos de principios y doctrina, no saben qué es la vida interior. Se introdujo hasta la gimnasia rítmica en algunas misas; y en cuanto a la predicación, las arengas marxistas de la Teología de la Liberación pasaron a escucharse durante las homilías. Sin embargo, la apetencia por el gregoriano se mantuvo en innumerables almas, aunque subyacente. En 1993 se grabó un CD de canto gregoriano en la abadía de Santo Domingo de Silos, España. Aunque nadie lo pudo prever, ¡se vendieron cuatro millones de copias en todo el mundo! ¿Estará el hombre moderno redescubriendo una fuente inagotable de vida espiritual auténtica, abandonada, olvidada, pero que conserva toda la fuerza adquirida en los siglos que marcan su larga tradición? La verdad es que el gregoriano ha resurgido en el horizonte católico como algo extraordinario. En el siglo más decadente de la historia del Nuevo Testamento, el canto de los monjes, el canto de la Iglesia, resurge brillantemente y comienza a recobrar su influencia restauradora en las almas. Como mancha de aceite, los coros gregorianos resurgen, trayendo una nueva promesa. ¿Será que ya se escuchan los pasos de Nuestra Señora de Fátima en la historia? ¿Será que, como Madre desobedecida pero llena de amor, se aproxima para castigar los inmensos pecados del mundo actual, al mismo tiempo que vislumbra el triunfo de su Inmaculado Corazón? Esto es lo que esperamos ardientemente y lo que nos movió a escribir este artículo.
Notas.- 1. Ismael Fernández de la Cuesta, Curso elemental de canto gregoriano, in http://www.gregoriano.org.br/gregoriano/cursodecantogregoriano.htm. 2. Katharine Le Mée, Canto: Orígenes, forma, práctica y poder curativo del canto gregoriano, Agir, Sao Paulo, 1996, p. 143.
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