“Maestra de los teólogos” Una de las primeras místicas italianas, cuyos escritos sobre sus experiencias místicas siempre han sido vistos con gran respeto por la Iglesia Católica Plinio María Solimeo Ángela nació en 1248 en Foligno, a 20 kilómetros de Asís, en la provincia de Perugia, en el seno de una familia acomodada pero sin fe. Se casó a temprana edad y tuvo varios hijos (sus biógrafos hablan de “muchos”, sin especificar el número). Olvidando su dignidad y sus deberes como esposa y madre, cayó en pecado y llevó una vida muy desordenada, llegando incluso a cometer sacrilegios. En su admirable Libro de visiones e instrucciones, que dictó a su confesor franciscano, cuenta la historia de su conversión. Este fraile terminó de escribirlo en 1298 y lo presentó al cardenal Santiago Colonna y a ocho frailes menores, que le dieron su aprobación. En cierta ocasión, Ángela decidió confesarse, pero había cometido tantos pecados que le daba vergüenza acusarse de ellos al sacerdote. A pesar de ello, se acercó a comulgar, aunque sabía que hacerlo era un sacrilegio. A los 37 años de edad, fue tocada por una gracia irresistible de Dios, que la llevó a sentir un profundo dolor por sus pecados. Entonces, con abundantes lágrimas, rezó a san Francisco de Asís, a quien le profesaba una gran devoción, pidiéndole que la ayudara. El santo se le apareció en sueños y le aseguró que muy pronto conocería la misericordia de Dios. Esto la llevó esta vez a efectuar una confesión general y la paz volvió a su alma. Hasta entonces, Ángela había sido una mujer mundana, pero no mediocre. Por eso, cuando resolvió hacer penitencia y rezar por sus pecados, fue radical. Recurrió a la Santísima Virgen María en busca de apoyo, y poco a poco alcanzó un alto grado en la vida mística y en la comprensión de los misterios más profundos de nuestra fe. “¡Yo no te he amado en broma!”
Un miércoles santo, después de un silencio de varios días, oyó a Jesucristo pronunciar esta severa sentencia, que la trastornó: “¡Yo no te he amado en broma! ¡No ha sido fingido mi servicio! ¡No te he sentido en distancia!”. Ante lo cual ella, ahora humilde y contrita, respondió: “Oh Maestro, lo que dices que no se halla en ti, se halla todo en mí. Yo no supe amarte mas que en broma y con ficción; y en verdad jamás quise acercarme a ti, para compartir los dolores que tú experimentaste y soportaste por mí. Y no te serví sino con simulación y con mentira”.1 Este es el lenguaje de un penitente que ha llegado al conocimiento más profundo de su nada. Orientada por el ejemplo de san Francisco de Asís, Ángela comenzó una vida de austera penitencia, concentrando sus energías en la pobreza, particularmente en tres aspectos: pobreza de cosas, pobreza de afectos, pobreza de sí misma. Este cambio de vida tan radical suscitó la hostilidad, los obstáculos y los insultos de su familia: del marido, de los hijos y de su propia madre. Pero Ángela continuó por el camino y con la vida de pobreza que ya se había trazado. En 1288, a los 40 años de edad, fallecen sus padres y su marido, seguidos uno tras otro por todos sus hijos. Al quedarse completamente sola, después de una peregrinación a Roma vendió todos sus bienes y pasó largo tiempo arrodillada a los pies del Crucifijo, pidiendo perdón por los pecados de su vida pasada. Experiencia mística sobre Dios Uno y Trino Un día vio en sueños a san Francisco, que le recomendó emprender una peregrinación a la ciudad de Asís. Ella obedeció, y de ahí en adelante se entregó de lleno a una profunda vida mística, cuyas manifestaciones no cesaron más. Era el año 1291, el sexto después de su conversión y el decisivo para su itinerario espiritual. Según relató a su confesor, en Asís tuvo una larga visión del Espíritu Santo y luego de Cristo, que la instruyeron familiarmente. Tuvo entonces una sobrecogedora experiencia mística del Dios Uno y Trino, de la inmensidad de su amor por los hombres y especialmente hacia ella.
Entre las gracias místicas que santa Ángela recibió en otras ocasiones destaca la de sentir en sus huesos y articulaciones todo el efecto de la flagelación de Cristo. Así lo describe ella misma en su Memorial o Libro de la experiencia: “Yo, Ángela de Foligno, tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios”.2 Directora y guía espiritual de innumerables discípulos Como resultado, en 1291 donó todos sus bienes a los pobres e ingresó en la Tercera Orden de S. Francisco. Al igual que santa Catalina de Siena, su fama de santidad fue atrayendo a su alrededor a un gran número de terciarios, hombres y mujeres, que buscaban progresar en la virtud bajo su dirección. Ángela fue para ellos una verdadera guía y maestra espiritual, que les ayudó a recorrer con decisión el camino de la cruz. Más tarde estableció una comunidad de hermanas en Foligno, dándoles la regla de la Tercera Orden de S. Francisco, así como los tres votos de religión, para dedicarse a las obras de misericordia. La beata Pascualina de Foligno fue una de sus hijas espirituales. Muerte edificante y canonización tardía
En la Navidad de 1303, Ángela anunció a sus discípulos que moriría pronto. Algunos días después, tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo, que le prometió venir personalmente para llevarla al Cielo. Seis años después, el 4 de enero de 1309, rodeada por sus hijos espirituales, entregó su alma a Dios. Sus restos mortales fueron inhumados en la iglesia de San Francisco de Foligno. En su tumba se produjeron numerosos milagros atribuidos a su intercesión, y su fama de santidad atravesó los siglos. Entre los místicos que la “conocieron” figuran santa Teresa de Ávila, la gran Doctora de la Iglesia, y santa Isabel de la Trinidad, carmelita francesa fallecida en 1906 y canonizada en 2016. No obstante, su reconocimiento oficial como santa trascurrió por caminos tortuosos. Ya en 1547, Paulo III se refirió a ella como santa y lo mismo hizo Inocencio XII en 1693, pero ni uno ni otro Pontífice se ocupó de su beatificación, que recién tuvo lugar en 1707, con Clemente XI. En una carta fechada en 1927, Pío XI también se refirió a ella como santa; pero tampoco la canonizó formalmente. Finalmente, el 9 de octubre de 2013, acogiendo el informe del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa Francisco inscribió a Ángela de Foligno en el catálogo de los santos mediante un decreto de canonización equipolente (sin llevar a cabo el proceso judicial ordinario), en vista de la validez de la larga veneración de la que ella gozaba. Santa Ángela como maestra de la vida espiritual El sacerdote salesiano Mario Scudu, ha señalado en el sitio web italiano Santi e Beati 3: “Ángela demostró haber comprendido claramente que la comunión profunda con Dios no es una utopía, sino una posibilidad que se ofrece y que solo el pecado impide: de ahí la necesidad de una mortificación constante y severa para adherirse al amor de Dios, que es todo bien y alegría para el alma. Ángela comprendió también que esta unión profunda se realiza especialmente en la Eucaristía, la expresión más alta y misteriosa del amor de Cristo por nosotros. Otra constante en su vida fue la meditación de los misterios de Cristo, en particular de su Pasión y Muerte (junto con María de Nazaret, al pie de la Cruz), práctica que encontró muy fructífera para permanecer en comunión con Dios y perseverar en la entrega a Dios y al prójimo”.
Y concluye así: “Todos sabemos que no hay verdadera vida espiritual sin humildad y sin oración. Esta puede ser corporal (vocal), mental (‘cuando no se piensa más que en Dios’) y sobrenatural (o de contemplación). [Dice ella:] ‘En estas tres escuelas uno se conoce a sí mismo y a Dios; y porque se conoce, ama; y porque ama, desea tener lo que ama. Y esta es la señal del verdadero amor: que quien ama no transforma una parte de sí mismo, sino todo su ser en el Amado’”.
Notas.- 1. Santa Ángela de Foligno, El Libro de la Vida, Misiones Franciscanas Conventuales, Buenos Aires, p. 114. 2. https://www.ewtn.com/es/catolicismo/santos/angela-de-foligno-14768. 3. https://www.santiebeati.it/dettaglio/30700.
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