Lo que a continuación se afirma sobre el snobismo1, como vehículo de expansión de la droga, conserva gran actualidad y puede aplicarse a todos los tipos de degradación moral que sufre nuestra sociedad: hoy en día, por ejemplo, es snob ser agnóstico o abortista, ser “caviar” o socialista. Plinio Corrêa de Oliveira El problema de la droga continúa llamando la atención de los psicólogos, moralistas y sociólogos del mundo entero. Lo estudian bajo los más diversos puntos de vista con la intención de contener el alarmante aumento del consumo de ellas en el mundo contemporáneo. En este afán, los investigadores se preguntan, entre otras cosas, cuál es el itinerario del vicio en las diversas capas sociales. En otras palabras, cuáles son las primeras zonas de la sociedad que capitulan ante la droga, y a través de qué etapas llega a contagiar, en seguida, a todo el cuerpo social. En Francia, una comisión de estudios llegó, en este particular, a conclusiones también aceptadas, según consta, por otras entidades igualmente competentes. La droga penetra al comienzo en los círculos sociales refinados y en los medios artísticos. En una segunda etapa, alcanza a los medios universitarios y estudiantiles. Por fin, y más o menos simultáneamente, amenaza a todos los otros ambientes, inclusive a la clase trabajadora. Corresponde a los medios rurales la honra de mantenerse casi enteramente refractarios a la droga.
¿Por qué es esto así? ¿Por qué el campo es menos contaminable que la ciudad? ¿Por qué las clases refinadas o artísticas son más vulnerables que las estudiantiles? ¿Y por qué las estudiantiles lo son más que otros sectores sociales? Estas cuestiones presentan un gran interés, pues una vez esclarecidas, no se estaría lejos de haber descubierto cuál es la verdadera génesis del vicio. No pretendemos proponer aquí una solución simplista para un problema tan complejo. Deseamos simplemente exponer algunas observaciones que los resultados obtenidos por la comisión francesa nos sugieren. Para esto, amable lector, permita usted que cambiemos de asunto, por algunos instantes. * * * ¿Cómo se realiza habitualmente la implantación del comunismo en un país? Al comienzo, la tarea no es tan complicada. En todas partes hay utopistas inconformes, que sueñan románticamente con revoluciones-panacea, capaces de transformar el mundo en un paraíso. Se sabe en qué pequeños círculos, en qué lugares de diversión, en qué librerías encontrar e incorporar en células comunistas, a los más activos y exaltados entre ellos.
Más difícil es la tarea que viene después. ¿Cómo hacer partidarios del utopismo comunista (utópico aunque él mismo se presenta con el rótulo de “científico”) a los espíritus objetivos, sensatos, cordiales, que constituyen la gran mayoría de la población? En tesis, la respuesta parece simple. Solamente hay que buscar en los ambientes menos favorecidos por la situación social o económica. Allí el número de descontentos —aunque no sean utópicos ni románticos— debe ser grande; y, por lo tanto, debe ser fácil el reclutamiento de prosélitos para el comunismo. Hecho este reclutamiento en una escala suficiente, será posible deflagrar la subversión de los pobres contra los ricos.
Todo esto en teoría. En la realidad, no es así que progresa el comunismo. Habitualmente, la inmensa mayoría de los obreros se muestra indiferente u hostil al discurso comunista. Y las primeras células de revolucionarios románticos permanecen encerradas en sí mismas, hasta que un bello día, en los círculos sociales snobs, a alguien se le ocurra decirse comunista. Rápidamente ese vanguardista encuentra algunos congéneres que, para atraer la atención sobre sí, también comienzan a jactarse de ser comunistas. A partir de ahí, las chispas se propagan con celeridad, de los snobs de la moda a los de la “intelligentsia”. A veces, la marcha del contagio es inversa. Son los snobs de la “intelligentsia” los que contagian a los de la moda.
Por más innovadora que se diga la juventud, mucho de lo que en ella existe u ocurre es reflejo de las generaciones que le antecedieron. Entre los jóvenes universitarios también hay snobs de la moda y de la cultura. Viendo lo que ocurre con sus congéneres mayores, también en ellos comienza a crepitar el incendio comunista. Como es natural, la atención de la mayor parte de la población está vuelta hacia los que representan el prestigio de la situación social, de la fortuna, de la inteligencia o de la juventud. No faltan medios de comunicación social que hacen creer a la multitud, que los El mal ejemplo arrastra fácilmente a las multitudes. De ese modo se propagan, entonces, por el cuerpo social, como por metástasis, los corpúsculos comunistas. El ambiente más refractario a la proliferación comunista es el agrícola.
Y aquí queda la constatación, rica en material para la más diversas reflexiones: el itinerario del comunismo es idéntico al de la droga. Esto fácilmente se explica. Comunismo y droga son procesos de descomposición. Ambos atacan la parte más frágil del organismo social, que es la más propensa a la extravagancia, a las sensaciones violentas o quintaesenciadas, a la evasión de la lógica, del sentido común y de la realidad. “Corruptio optimi pessima” (“La corrupción de lo mejor es lo peor”). Nada mejor que las buenas élites. Por eso mismo, nada peor que las élites sofisticadas, deterioradas, divorciadas de la realidad y carentes del sentido del deber. Para ellas todo es objeto de exhibición y juego: las ideas, la moral y las tradiciones. En el centro de ese juego está el campeonato de las vanidades. Con tal que cada uno consiga exhibirse, estará contento. Y como el proceso más cómodo para exhibirse es ser extravagante, de ahí resulta la desenfrenada y triste carrera rumbo al disparate total. Cada uno en su género, el comunismo y la droga, son disparates totales. No es de extrañar que a ellos corran los más arrojados entre los snobs, llevando tras sí al caudal de sus seguidores. Este juego —como todos los otros— trae sus riesgos. ¡Cuántos comienzan afirmándose comunistas sin serlo de hecho! Más a fuerza de decirse tales, acaban siéndolo. Como muchos que, cuando comienzan a usar drogas, lo hacen solo para mostrarse: pero acaban arrastrados por el vicio. Es el triste destino de los que juegan con fuego, aunque sea por mero snobismo. “El que ama el peligro, en él perecerá” (Eclo 3, 26) dice el Espíritu Santo. * * * Dicho esto, el snobismo aparece como uno de los más pujantes —o el más pujante tal vez— de los factores de expansión, tanto de la droga como del comunismo. Y el itinerario de uno y otro, en la contaminación de todo el cuerpo social, es la propia ruta del snobismo, rumbo a la extravagancia total. ¿Exageramos? No lo creemos. Véase en otro campo el poder del snobismo y la fascinación que sobre este ejerce la extravagancia. Hablamos del nudismo. Todas las modificaciones de la moda de hoy se hacen bajo el signo de la extravagancia. Y la extravagancia hacia la cual tienden es la conquista, por etapas siempre más osadas, del nudismo total. Ahora bien, ¿quién sino el snobismo, arrastra a las multitudes en el camino, o mejor dicho, en el “descamino” de la moda? * * * No esperamos, sin embargo, que los especialistas en la materia, den el debido realce al factor snobismo. No es snob hablar de él… 2
1. Según la definición del diccionario de la Real Academia Española (RAE) snob o esnob es la “persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos”. Snobismo o esnobismo: “cualidad de esnob”. 2. Publicado originalmente en la Folha de S. Paulo, el 9 de abril de 1972.
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