Hace 164 años, la familia de santa Bernadette se encontraba en una situación desesperada cuando se produjo la milagrosa aparición en la gruta de Lourdes Luis Dufaur El 11 de febrero de 1858 la familia de santa Bernadette Soubirous se enfrentó a una nueva jornada de penurias humillantes en su vida cotidiana. La familia había sido propietaria de un molino de trigo, que les daba proyección social y económica, pero cayó en la miseria al perder aquel, además de su casa. Tuvieron que vivir en un cachot (un cuchitril, una habitación insalubre), dentro de una comisaría abandonada que puede ser visitada hoy en día [foto]. En el tugurio no había qué comer, ni leña para la calefacción en aquel invierno, y Francisco Soubirous salió temprano en busca de algún trabajo. Después de mucho esfuerzo, encontró un empleo humillante para quien había sido propietario de un molino: transportar los residuos hospitalarios del centro de salud de Lourdes y quemarlos fuera de la ciudad, en una gruta llamada Massabielle, donde a veces se guardaban animales. Con los veinte sous (monedas) que recibió, su esposa Luisa preparó una sopa para el almuerzo familiar. Mientras Francisco estaba fuera, Luisa escuchó los gritos de su vecina, la señora Croisine Bouhort, que llamaba desesperada mientras su pequeño hijo Justin, que había nacido raquítico, agonizaba de nuevo. La paciencia y el tacto de Luisa habían evitado el desenlace fatal en más de una ocasión, pero la familia había perdido la esperanza de salvarlo. En aquel día de privaciones, Luisa volvió a obrar el milagro de mantener con vida al niño enfermo. Días después, cuando ya se habían conocido las apariciones de la Santísima Virgen, Croisine Bouhort se encontró de nuevo ante la inminencia de la muerte de su hijo. Tocada por la gracia, corrió con el niño agonizante y lo sumergió en la fría fuente de la gruta de Lourdes, mientras todos intentaban disuadirla. Pero ella estaba en lo cierto cuando intuyó las posibilidades sobrenaturales del milagro, y Justin fue uno de los primeros en ser objeto de un milagro en Lourdes. El 8 de diciembre de 1933, a la edad de 77 años, el propio Justin —un vigoroso horticultor de la ciudad francesa de Pau— asistió en la plaza de San Pedro de Roma a la canonización de santa Bernadette por el Papa Pío XI. ¿Cuántas y cuántas veces nos parece difícil el día que vivimos? Todo sale mal, no hay la más mínima esperanza en el horizonte, el bien que aguardamos no se realiza, sino todo lo contrario. Especialmente en esos momentos, debemos dirigir nuestro pensamiento a la Madre de Dios y rezar un Ave María, una jaculatoria, hacer un ofrecimiento: “¡Madre mía, en Ti confío! Acepta mi dolor como reparación, y envía una gracia a algún alma necesitada que tú conoces bien”. La familia de santa Bernadette pasaba por momentos así el día de la primera aparición de la Virgen en Lourdes, hace 164 años. Los grandes santos también experimentaron estos dramas de la vida cotidiana, y su reacción puede haber sido decisiva para su santificación. En esas horas difíciles en las que todo parece salir mal, recordemos esta circunstancia y elevemos una plegaria a la Santísima Virgen: ¡Nuestra Señora de Lourdes, ruega por mí! o ¡Santa Bernadette, ruega por mí! Esa noche dormiremos sin novedad, pero llegará el día en que veremos los resultados de esa oración y de ese sacrificio.
Lourdes y el futuro que solo Dios conoce A nadie le sorprendería razonablemente si la estructura de la civilización actual se derrumbara trágicamente en un gran baño de sangre. Cada cierto tiempo Corea del Norte lanza cohetes amenazantes y el programa atómico de Irán no se detiene. Buques y aviones de guerra estadounidenses navegan cerca del Mar de China y crecen las tensiones con ese país, mientras Australia adquiere submarinos nucleares. Rusia pone en jaque a Ucrania y amenaza las fronteras de Europa Central. El comunismo se consolida en Venezuela y millones de personas huyen de la miseria. Hechos de otra naturaleza también hacen pensar en castigos de proporciones catastróficas. Cuando parece superada la actual pandemia del coronavirus, surgen nuevas amenazas y los promotores del gobierno universal avanzan en su objetivo de controlar el planeta. Erupciona el volcán Cumbre Vieja en la isla española de La Palma (Canarias), asombrando al mundo por su poder de fuego y destrucción. A su vez, la revolución cultural viene demoliendo día a día los vestigios de civilización. Una onda de sacrilegios y profanaciones se extiende por todo el mundo, se queman iglesias bajo cualquier pretexto y ni siquiera los nacimientos se libran del vandalismo. La práctica del satanismo crece ante la indiferencia de muchos cristianos.
Dentro de la Iglesia, los medios sobrenaturales de salvación están de tal manera relegados que se podría juzgar que perdieron su utilidad. Ya casi no se oye predicar sobre la necesidad de rezar el rosario, de invocar a los santos, de practicar los mandamientos, de recibir los sacramentos o de adorar al Santísimo Sacramento. Las profanaciones, ofensas y expresiones de desprecio son tales que apartan las gracias de Dios y provocan la ira divina. Son pecados graves y atraen el castigo, lo que nos lleva a temer una situación humanamente perdida. Algunos incluso imaginan que la Iglesia será forzada a volver a las catacumbas. Sin embargo, existe un motivo para esperar que la Providencia no lo permita, o al menos que tal permisión dure poco tiempo: entre las desolaciones de la época actual, un presagio de victoria es la acción de María Santísima en la tierra, que por así decirlo se hace visible. Es cierto que la devoción a la Virgen María se combate no solo fuera de la Iglesia, sino incluso en ciertos círculos que son o que aparentan ser católicos. Sin embargo, desde Lourdes y Fátima hasta nuestros días, cuanto más se extiende la crisis universal, tanto más se vuelven palpables las intervenciones de Nuestra Señora. Así que sus detractores trabajan en vano, pues aquí y allá la Santísima Virgen sigue atrayendo hacia sí a millones de almas, desarrollando un plan de regeneración que desembocará en un resultado grandioso y espectacular. En Lourdes, por ejemplo, esta acción es palpable. Todas las circunstancias parecen propicias para un inmenso triunfo de la Madre de Dios. Sí, la crisis es trágica y se acerca a su apogeo. ¿Quién podrá salvarnos de la cólera de Dios? Solo la acción de una Madre que sea ilimitadamente buena y generosa, que tenga una compasión ilimitada por nosotros. Ella también tendría que ser más poderosa que todas las fuerzas de la tierra, que todos los poderes infernales y las seducciones carnales. Y además tendría que ser omnipotente junto al mismo Dios, ofendido por nuestros pecados. Salvarnos en esta situación sería la más rutilante de las manifestaciones del poder de dicha Madre, que es también la Madre de Dios. ¿Cómo no ver que tantas catástrofes y tantos pecados claman, por así decirlo, por la intervención de María Santísima? ¿Y cómo no ver que Ella atenderá este clamor? ¿Cuándo? ¿Durante el gran drama que se avecina? ¿Después de él? No lo sabemos, pero nos parece muy probable que, como desenlace de esta crisis, María Santísima no esté preparando para la Santa Iglesia castigos interminables, con siglos de agonía y dolor, sino una era de triunfo universal. Ella misma lo anunció y prometió, especialmente en Fátima. Por eso, no dejemos de rezar con confianza: ¡María Santísima, ruega por nosotros! Confianza en grado heroico: el ejemplo de santa Bernadette
Santa Bernadette Soubirous se retiró al convento de Saint Gildard en Nevers, donde murió consumida por una enfermedad pulmonar contraída durante los fríos días que pasó en el cachot. El 17 de diciembre de 1876 escribió una carta al beato Papa Pío IX, y dos años después dejó este mundo. Pío IX también murió poco después de recibir esa carta, el 7 de febrero de 1878, en medio de grandes sufrimientos causados por la invasión y usurpación revolucionaria de los Estados Pontificios, de los que el Papa es rey. En aquella invasión brillaron por su heroísmo los zuavos pontificios (la tropa de élite de voluntarios del Papa), muchos de los cuales murieron en combate defendiendo el reino temporal de la Iglesia. Santa Bernadette se refiere a ellos cuando afirma en su carta: “Hace mucho que soy un zuavo, aunque indigno, de Su Santidad”. Su corazón estaba al lado de aquellos valientes que dieron su vida por el Papa en los campos de batalla, y los estragos de la enfermedad no le quitaron la esperanza de luchar por la Iglesia con santo ardor. El eje de sus pensamientos y deseos lo constituía el triunfo de la Iglesia contra sus enemigos. En su carta a Pío IX, Bernadette incluye una frase de contenido profético, que hace pensar en La Salette y Fátima: [Nuestra Señora] “se dignará poner su pie una vez más sobre la cabeza de la serpiente maldita, y así pondrá fin a las crueles pruebas de la Santa Iglesia y a los sufrimientos de su augusto y querido Pontífice”. Para la vidente de Lourdes, la Santísima Virgen se había revelado inaugurando un prodigioso flujo de milagros al curar a innumerables enfermos y almas afligidas. La santa no pidió nada para sí misma, sino por la victoria de la Santa Iglesia y del Papa, cuya grandeza heroica fue reconocida y confirmada por su elevación a los altares. Y lo hizo con la seguridad de que la victoria será de la Iglesia y de la civilización cristiana. Sufrimiento: señal de los predestinados La gran mayoría de las almas tienen necesidad de sufrimiento para la salvación eterna, siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor y su Santa Madre en el Calvario. Paradójicamente, las enfermedades son poderosas auxiliares de la santificación, y es justo a través de ellas y de las pruebas espirituales que una persona se santifica. Quien no comprende el papel del sufrimiento para despertar el desapego de las cosas terrenas, el amor a Dios y la regeneración de las almas, no entiende los planes de Dios. Pues es así como se santifican las almas.
San Francisco de Sales llegó a afirmar que el sufrimiento constituye el octavo sacramento. Plinio Corrêa de Oliveira siempre recordó esta verdad que tantos no quieren afrontar, y también la ejemplificó con un hecho que le narró el cardenal Pedro Segura y Sáenz (1880-1957). El Papa Pío XI se jactaba de no haber estado nunca enfermo. Pero el cardenal Segura, que no tenía reparos en expresar lo que pensaba, comentó: —Entonces Su Santidad no tiene la señal de los predestinados. Pío XI se sobresaltó un tanto, por lo que el cardenal añadió: —No hay predestinado que no se enferme gravemente, que no sufra mucho, al menos durante un cierto período de su vida. Si Su Santidad nunca ha tenido un problema de salud, no ha recibido la señal de los predestinados. Días después, Pío XI sufrió un fortísimo infarto. En cuanto se restableció, envió una nota al cardenal, informándole de que ya tenía la “señal de predestinación”. El cardenal guardó la nota como un piadoso recuerdo. En algunos casos, para ciertos efectos que solo Dios conoce, convendrá eliminar el sufrimiento, pero normalmente no. Así que la gran mayoría de las personas que van a Lourdes regresan sin haberse curado. La Santísima Virgen es sumamente misericordiosa, pero sabe que el sufrimiento es indispensable para la salvación de las almas, y actuaría en contra del interés de la salvación de las almas si suprimiera las enfermedades de todas las personas. Existe una cierta interpretación de la religión que únicamente persigue pedir favores materiales, y que desprecia los favores espirituales. Así, hay personas que solo se impresionan por las curaciones materiales realizadas en Lourdes, pero no se impresionan por los favores espirituales, las gracias para las almas que visitan el santuario de Lourdes. Las curaciones en Lourdes se producen porque la Virgen se apiada de los que sufren. Sin embargo, mucho más que la curación corporal, Ella desea conceder favores espirituales para el aumento de la fe y la salvación de las almas. La propia santa Bernadette sufrió mucho, sin escapar de la terrible enfermedad que la consumía día tras día. Con este sufrimiento, probablemente mereció de la Santísima Virgen la curación de muchos peregrinos en Lourdes, sin que su curación estuviera en los planes de la Madre de Dios. Santuario de Nuestra Señora de Lourdes con la imagen de la Inmaculada Concepción que se encuentra en la gruta. Plinio Corrêa de Oliveira siempre insistió en que no es admisible suponer que la Virgen Santísima nos abandone, especialmente cuando las situaciones son difíciles. Debemos confiar, porque Ella siempre nos acompaña. Debemos acostumbrarnos a afrontar la adversidad con este espíritu de fe, y al mismo tiempo vivir con la esperanza del milagro. Lourdes nos enseña que el milagro es un hecho frecuente, aunque no necesario, y que además hay que mantener la calma motivados por la confianza. Nuestro Señor Jesucristo, en su agonía en el Huerto de los Olivos, fue el ejemplo perfecto de un alma tranquila y confiada. Llegó a sudar sangre ante el dolor que se aproximaba con la Crucifixión, pero permaneció tranquilo. Según el Evangelio de san Marcos, “empezó a sentir espanto y angustia” (14, 33); y, según san Mateo, “tristeza y angustia” (26, 37). De ahí su súplica filial al Padre Eterno: “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz” (Mt 26, 39). Pero luego agregó: “Hágase tu voluntad” (Mt 26, 42). Después de 164 años de la resonante manifestación de Nuestra Señora en Lourdes, el mundo se estremece con espantosa inquietud porque ha abandonado el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, de su Santísima Madre y de sus santos. La gran y admirable santa Bernadette Soubirous nos dio el maravilloso testimonio de acatar siempre el ejemplo del Divino Salvador.
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