Especiales Un protagonista de la vida de la Iglesia

Julio Loredo de Izcue

Ha fallecido un protagonista de la vida de la Iglesia, a caballo entre dos siglos y dos milenios.

Primero como teólogo, profesor universitario y perito conciliar, después como arzobispo de Múnich, cardenal de la Santa Iglesia Romana, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, finalmente, como Sumo Pontífice con el nombre de Benedicto XVI hasta su controvertida dimisión en 2013, la figura de Joseph Aloisius Ratzinger ha estado en el centro de la vida de la Iglesia (y, por tanto, del mundo) durante más de sesenta años. La notable duración de dicho protagonismo, la extrema complejidad de los acontecimientos en los que se ha visto envuelto, su firmeza a la hora de intervenir en algunos de los asuntos más candentes de nuestro tiempo, ha hecho que su vida haya estado marcada por valoraciones contradictorias, que sin duda no se cicatrizarán tras su muerte.

Por eso llama la atención la amplitud y el vigor del movimiento de afecto, reconocimiento y simpatía que ha suscitado la noticia de su desaparición, dolorosa aunque esperada desde hace tiempo. No me refiero principalmente a los comentaristas y columnistas, que se prodigaron en panegíricos hacia el difunto Pontífice, sino sobre todo al público que, en un número muy sorprendente, afluyó a la plaza de San Pedro para rendirle su último homenaje. Las redes sociales también se llenaron de comentarios en este sentido. Prueba de lo robusta y arraigada que está la reacción conservadora de la que se había convertido en símbolo y punto de convergencia. Esta reacción constituye una de las grandes novedades de nuestro tiempo.

Y precisamente desde este carácter de “reacción” comienzo mi breve comentario.

El período inmediatamente posterior al Concilio estuvo marcado por lo que monseñor Brunero Gherardini llamó “una grandiosa celebración ininterrumpida”. Todo el mundo hablaba bien del Concilio, y mucho, de hecho demasiado, sobre todo ese “gran séquito de los que siempre se hacen eco, siempre siguen la consigna, siempre se amoldan”.1

Interpretando el sentir de un número creciente de fieles, el primero que tuvo el valor de romper oficialmente con el unanimismo celebratorio fue el cardenal Ratzinger, en una actitud que el profesor Plinio Corrêa de Oliveira comentó de este modo: “Cuando en 1984 un varón de relevante intrepidez apostólica tuvo el valor de dar, en algunas fuertes palabras, un cuadro sumario, en Occidente las cosas corrieron como si una bomba hubiese hecho oír su estampido en el mundo entero. ¿Quién fue ese varón? Un teólogo de renombre mundial, una alta figura de la vida de la Iglesia, en síntesis, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe”.2

El líder brasileño se refería concretamente a las severas críticas que, en abierto contraste con el espíritu de la Ostpolitik vaticana, el purpurado hacía al comunismo, llamándolo “vergüenza de nuestro tiempo”.

Las críticas del prefecto, sin embargo, no quedaron ahí. La suya fue la primera denuncia exhaustiva de la crisis postconciliar por parte de un alto prelado de la Iglesia. En la ahora famosa entrevista con Vittorio Messori, de hecho declaró: “Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos. […] Los Papas y los Padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que —en palabras de Pablo VI— se ha pasado de la autocrítica a la autodemolición. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia”. Y concluye: “Hay que afirmar sin ambages que una reforma real de la Iglesia presupone un decidido abandono de aquellos caminos equivocados que han conducido a consecuencias indiscutiblemente negativas”.3

La autoridad de esta denuncia llevó a Plinio Corrêa de Oliveira a incluirla en los “Comentarios” al pie de su obra maestra Revolución y Contra-Revolución.4

Sin embargo, las perplejidades expresadas por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no eran nuevas. Ya habían sido expresadas cuarenta años antes por el propio Plinio Corrêa de Oliveira en su libro En defensa de la Acción Católica.5

En una entrevista difundida en 1990, el líder brasileño señaló las similitudes entre las denuncias hechas por él en 1943, y las del cardenal Ratzinger en 1984: “Hay quien encuentra semejanzas entre las consideraciones del cardenal Ratzinger en su célebre Rapporto sulla fede y lo que yo escribí en los lejanos años 40 sobre el progresismo teológico, moral y socio-económico que despuntaba en el ámbito brasileño. ¡Cómo habría sido mejor para la Iglesia que me hubiese equivocado, que aquellos errores no hubieran existido y no se hubiesen propagado por todo el orbe…!”.6

Los años sesenta y setenta vieron el auge indiscutido en América Latina de la llamada Teología de la Liberación, de inspiración marxista. La “fiesta” se acabó con la elección de Juan Pablo II. En su discurso ante la III Asamblea General del CELAM, en enero de 1979, el Papa Wojtyła fustigó severamente a esta escuela. Escribe el socialista argentino Diego Facundo Sánchez: “Bastaron pocos minutos de intervención [del Papa] y enseguida quedó claro que para la Iglesia latinoamericana y para la Teología de la Liberación se abría una fase completamente distinta”.7

Esta “fase completamente distinta” tuvo como protagonista al cardenal Joseph Ratzinger.

El 6 de agosto de 1984, con la firma del cardenal Ratzinger y la aprobación del Papa Juan Pablo II, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la Instrucción Libertatis Nuntius, sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, considerada por muchos como una auténtica condena de dicha teología. El clima había cambiado.

Hasta ahora, los adversarios de la Teología de la Liberación habían tenido que operar en medio de un notable vacío del Magisterio. El mensaje de Juan Pablo II en Puebla, seguido de la citada Instrucción, pareció marcar un punto de inflexión.

A esto siguió la condena de Leonardo Boff, uno de los protagonistas de la Teología de la Liberación. Y este paso fue también saludado por Plinio Corrêa de Oliveira como “de un valor incalculable. […] Constituye una medida de peso para la desintoxicación espiritual de tantos ambientes católicos infiltrados por el marxismo”.8

El cardenal Joseph Ratzinger, cuando se desempeñaba como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Hay que haber vivido en carne propia el cataclismo de la era postconciliar para comprender la sensación de alivio que significaron estas intervenciones, como un chorro de agua sobre las llamas de un incendio.

“Con la Instrucción del cardenal Ratzinger, se puede decir que algo ha cambiado en ese panorama desolador”, escribe Plinio Corrêa de Oliveira. “Para quien se afligía ante este espectáculo, de momento trágico, pero que dentro de poco se puede transformar en apocalíptico […] es algo así como quien, dentro de un incendio, siente llegar a sí, inesperadamente, el chorro de agua fresca y bienhechora de una manguera de bomberos. Y a mí, que, como presidente del Consejo Nacional de la TFP brasileña, fui el primer firmante de la referida declaración de resistencia a la Otspolitik vaticana, me incumbe el deber de justicia de manifestar aquí la alegría, la gratitud y sobre todo la esperanza que siento, dentro del incendio, con la llegada de este alivio”.

La esperanza del líder católico brasileño se basaba en la expectativa de que se darían otros pasos en la misma dirección: “También juzgo que una sola manguera no apaga un incendio. Pero esto no impide que la saludemos como un beneficio. Tanto más cuanto que no tengo prueba de que nos quedaremos solo en esa manguera”. El ilustre pensador deseaba, pues, que se erigieran “obstáculos doctrinales y prácticos. Esperar que estos surjan es nuestro deber”.9

Como Sumo Pontífice, Benedicto XVI levantó no pocos obstáculos doctrinales y prácticos, anticipados por su ya histórica homilía en la Missa pro eligendo Romano Pontifice. Me vienen inmediatamente a la mente su defensa de los “principios no negociables”, que trazaron la línea de defensa infranqueable de la Iglesia ante la crisis contemporánea, el Motu proprio Summorum Pontificum, que declaraba oficialmente que la liturgia tradicional nunca había sido abrogada y que cualquier sacerdote de rito latino podía celebrarla, con todo lo que ello implica. Por no hablar de su firme defensa de la civilización cristiana europea.

Estas y otras medidas similares consolidaron y dilataron la reacción conservadora que encontró en él, como ya se ha mencionado, un símbolo y un punto de convergencia. Toda reacción contiene en su raíz dos elementos: un malestar hacia determinadas situaciones, que se traduce en un rechazo de las mismas, y un anhelo de algo profundamente distinto, incluso opuesto.

Los posicionamientos del cardenal Joseph Ratzinger, y más tarde Benedicto XVI, interpretaron muy bien este malestar, dándole estructura y autoridad. ¿En qué medida contenían su rechazo y, sobre todo, el anhelo de su contrario? En otras palabras, ¿en qué medida constituyeron una Contra-Revolución? Este es un punto que el debate histórico deberá aclarar en el futuro.

Autorizados vaticanistas, entre ellos Gian Guido Vecchi del “Corriere della Sera” 10, si bien reconocen en el difunto Pontífice el papel de conservador, también le atribuyen el de katejon, es decir, “el que retiene”. En los últimos años, según Vecchi, citando fuentes vaticanas, “Benedicto XVI ha representado […] un elemento decisivo de estabilización y de distensión”, evitando que las polémicas se convirtieran en un conflicto abierto: “Ratzinger ha frenado los impulsos centrífugos más evidentes”. Massimo Franco ofrece un comentario muy similar, para quien “la muerte del Papa emérito Benedicto XVI hace vacilar el equilibrio vaticano”. Según el conocido vaticanista, Benedicto XVI “ha permitido frenar los impulsos de los sectores [conservadores] radicales”.11 En otras palabras, mientras que por un lado interpretaba, recogía y guiaba la reacción conservadora, por otra parte le impedía que avanzara hacia sus consecuencias naturales.

Su desaparición cambia radicalmente las cartas del juego. Mientras rezamos por el alma de este protagonista de la vida de la Iglesia contemporánea, nos dirigimos a la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, para que ilumine a los fieles en los tiempos difíciles que nos esperan en el futuro inmediato.

 

Notas.-

1. Brunero Gherardini, Concilio Ecumenico Vaticano II. Un discorso da fare, Casa Mariana Editrice, Frigento, 2009, p. 13.
2. Plinio Corrêa de Oliveira, Comunismo y anticomunismo en el umbral de la última década de este milenio, “Expreso”, Lima, 16 de abril de 1990.
3. Vittorio Messori a colloquio con il cardinale Ratzinger. Rapporto sulla Fede, Edizioni Paoline, Cinisello Balsamo, 1985, p. 27-28.
4. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Tradición y Acción por un Perú Mayor, Lima, 2005, p. 151-152.
5. Plinio Corrêa de Oliveira, En defensa de la Acción Católica, São Paulo, Ave Maria, 1943.
6. Cf. Tradición, Familia, Propiedad – Un ideal, un lema, una gesta, São Paulo, Brasil, 1990, p. 52-61. Para un análisis de las similitudes entre las denuncias del líder católico brasileño y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, véase Os erros realmente existiam! Plinio Corrêa de Oliveira tinha razão. Catolicismo compara as denúncias do “Em Defesa da Ação Católica” com advertências recentes do Cardeal J. Ratzinger, “Catolicismo”, nº 512, agosto de 1993.
7. Diego Facundo Sánchez, Teologia della Liberazione. Lo scontro con Wojtyla e Ratzinger, Roma, Datanews, 2010, p. 46.
8. Dichiarazione della TFP brasiliana sulla condanna di errori contenuti nell’opera “Chiesa: Carisma e Potere. Saggio di ecclesiologia militante” di padre Leonardo Boff OFM, “Cristianità”, nº 121, mayo de 1985, p. 5.
9. Plinio Corrêa de Oliveira, La manguera, el deseo y el deber, “Folha de S. Paulo”, 10 de diciembre de 1984.
10. Gian Guido Vecchi, L’ala più conservatrice ora può perdere ogni freno. La fronda «americana» spingerà contro Francesco?, “Corriere della Sera”, 3 de enero de 2023.
11. Massimo Franco, L’anomalia che dava stabilità, “Corriere della Sera”, 2 de enero de 2023.

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