En vista de las próximas elecciones regionales y municipales que se desarrollarán en el Perú el domingo 2 de octubre, esta columna ha recibido las más variadas consultas al respecto. Una clara señal de la crisis política, social y económica, pero sobre todo moral que vive nuestro país. Para responder a todas ellas recurrimos a una clarividente respuesta que Mons. José Luis Marinho Villac (1929-2018) —eximio colaborador de Tesoros de la Fe y anterior responsable de La Palabra del Sacerdote— formuló para la revista Catolicismo, en atención a una pregunta sobre la misma materia, la cual por falta de espacio no fue posible transcribir en su momento. Cabe destacar que en esta ocasión —en la que algo más de 24 millones de peruanos están habilitados para ejercer su voto— se elegirá a un total 13.032 autoridades políticas, entre gobernadores (25), vicegobernadores (25), consejeros regionales (342), alcaldes provinciales (196), regidores provinciales (1714), alcaldes distritales (1694) y regidores distritales (9036). Confiamos en que las observaciones de este veterano sacerdote y eximio director espiritual, sirvan de guía a nuestros lectores tanto en estas elecciones como en las que pudieran ser convocadas en un futuro, a fin de no caer en los mismos errores del pasado y que el país se enrumbe definitivamente por la senda de la civilización cristiana, de la cual nunca debió apartarse. PREGUNTA Estoy notando una tremenda indefinición entre mis conocidos respecto a las próximas elecciones. Hay mucha confusión. Para esclarecerlos, he tratado de decirles que debemos elegir candidatos que no defiendan proyectos o prácticas que transgredan las Leyes de Dios. Como no consigo ir más allá, le ruego que tenga la amabilidad de ayudarme a argumentar. Pregunto si realmente la Iglesia prohíbe a los católicos votar por candidatos que defienden prácticas contrarias a las Leyes de Dios. RESPUESTA
Con mucho gusto atiendo a la petición del consultante, subrayando de antemano que mi respuesta no tiene ningún carácter político-partidario; se trata simplemente de una orientación teórica para las conciencias en cuanto al recto ejercicio de los derechos y obligaciones de los fieles sobre su participación en la vida pública. Hay que destacar, antes que nada, que los ciudadanos son moralmente corresponsables de la sociedad en la que viven, de manera especial en una democracia, en la que son convocados para elegir a los representantes que gobernarán y legislarán en su nombre. No olvidemos que la finalidad de una votación debe ser, en última instancia, la promoción del bien común de la sociedad. La calidad de un candidato, sea cual sea el cargo público al que aspire, no debe medirse únicamente en función de su personalidad (simpatía, facilidad de palabra, capacidad de gestión administrativa, etc.), sino también en función de su personalidad pública: los principios y los programas que pretende desarrollar para promover el bien común. Valores que un candidato no puede ignorar El Catecismo de la Iglesia Católica menciona los componentes esenciales del bien común: los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana (nº 1907); el bienestar social y el desarrollo de la sociedad, incluyendo la educación, la cultura, el trabajo, la salud, etc. (nº 1908); la paz y la seguridad ciudadana (nº 1909). Por tanto, el orden social “tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor” (nº 1912).
Existe una jerarquía entre estos componentes del bien común: algunos son esenciales y no negociables, otros son contingentes y permiten distintas propuestas. Lógicamente, los valores no negociables deben tener primacía en las preferencias de los electores católicos, porque se refieren a valores esenciales de la persona humana y de la vida social, cuya violación es un mal intrínseco y no puede justificarse por ninguna razón o circunstancia. La posición de un candidato respecto a los valores no negociables debe ser, por tanto, el criterio esencial para que juzguemos su idoneidad para ocupar un cargo público. Actualmente los valores no negociables para un elector católico son: - La protección de la vida humana inocente desde la concepción hasta la muerte natural; - El reconocimiento y la promoción de la estructura natural de la familia, basada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer; - La protección del derecho primordial de los padres de familia para educar a sus hijos (cf. Benedicto XVI, discurso a un grupo de parlamentarios europeos, 30 de marzo de 2006). Criterios básicos para una buena elección Reconozco que para muchos lectores, elegir por quién votar es a veces una tarea difícil. Pero determinar por quién no votar es relativamente fácil, puesto que son todos candidatos que promueven la falta de respeto y la violación de los valores no negociables mencionados. Tales candidatos son enemigos del bien común, y su eventual elección para los cargos que disputan causaría muchos males al país y a los derechos de sus habitantes. Alguien podría preguntar: ¿Cuáles son los principios morales que obligan a los electores, en conciencia, a excluir del voto a los candidatos favorables al aborto, a las uniones homosexuales o a la ideología de género? El fundamento es triple. Primero, porque la regla fundamental de la moral es hacer el bien y evitar el mal. Pero para que esto sea factible necesitamos saber qué bienes deben buscarse y, sobre todo, qué males deben evitarse. Segundo, porque los criterios que permiten hacer dicho discernimiento entre el bien y el mal nos los da la moral católica, sobre la base de los mandamientos de Dios y la ley natural: “Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede ‘conocer el bien y el mal como dioses’” (Juan Pablo II, encíclica Dominum et vivificantem, nº 36).
A esto le sigue, en tercer lugar, lo que escribe San Buenaventura: “La conciencia es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar” (Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, nº 58). Por lo tanto, los electores católicos deben votar de acuerdo con su conciencia, pero previamente formarla según las enseñanzas de Jesucristo y del Magisterio perenne de la Iglesia. No deben seguir las modas del mundo, ni las innovaciones de algunos falsos teólogos descarrilados. En efecto, las leyes humanas solamente obligan en conciencia cuando son justas. Cuando prescriben algo intrínsecamente inmoral, su cumplimiento no es obligatorio; al contrario, es pecado obedecerlas (cf. Hch 5, 29). Es intrínsecamente injusto (o sea, es pecado, y un pecado grave) elaborar una ley semejante o votar a favor de ella. No se puede contribuir con prácticas inmorales Alguien podría objetar que es exagerado prohibir por dichos motivos el voto por un candidato que es bueno en otras cosas. Respondemos que no es exagerado, porque votar por un candidato que promueve la violación de los valores no negociables equivale a colaborar formalmente con la práctica de los innumerables pecados que resultarán de la aprobación legal de tal violación del orden moral. También equivale a contribuir con la deformación moral de toda la población, porque el orden jurídico tiene un efecto pedagógico.
En el caso específico del aborto, votar por un candidato pro-aborto equivale a asociarse a lo que ha sido calificado por el Concilio Vaticano II como un crimen abominable (Constitución Gaudium et Spes, nº 51). “Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral”, como lo afirma categóricamente el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2271). Coherencia entre la vida privada y la vida pública Además de estas reglas generales de la moral, hay que respetar también algunas normas elementales de prudencia en la elección de los candidatos. Esto es aún más necesario cuando se constata que un gran número de nuestros políticos no son transparentes en cuanto a sus verdaderas convicciones en el ámbito moral, y menos aún en el manejo de los fondos públicos. La vida pública de nuestros países lo ha mostrado claramente en los últimos años. Por ello, recomiendo encarecidamente a los lectores que investiguen cuál es la posición de los candidatos en relación con los valores no negociables antes mencionados. No basta confiar en la idea simplista de que el candidato debe ser bueno si aparece en la lista de tal o cual partido. Y si algún candidato aún no ha expresado lo que piensa sobre el aborto, las uniones homosexuales, la ideología de género, etc., hay que pedirle que se explique públicamente.
Debo recordar que algunos candidatos se declaran católicos y dicen que se oponen a esas prácticas abominables, pero en realidad han tomado iniciativas a favor de ellas; o también no están dispuestos a apoyar su derogación. Les recomiendo que desconfíen especialmente de aquellos candidatos con una posición ambigua o contradictoria, que afirman distinguir entre su vida privada y su vida pública, entre sus opiniones privadas y sus conductas públicas. Porque contradecir en la vida pública la fe y la moralidad que se declara tener en la vida privada revela, en el mejor de los casos, una especie de esquizofrenia espiritual, como lo ha señalado Benedicto XVI. O bien, un simple abuso de la etiqueta de católico para conseguir más votos. Por último, aconsejo a mis amables lectores que eleven fervientes oraciones a la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de las Américas, para que nos proteja e impida que se violen los valores no negociables en América Latina entera.
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