Plinio Corrêa de Oliveira
Un salón decorado con cierta gravedad. Muebles pesados, gran cortina, cuadros y adornos que parecen tener valor. Todo indica un interior sosegado, de personas ya maduras, y económicamente holgadas y organizadas. El físico de los dos personajes mayores es coherente con esta impresión. En un espacioso sofá están dos señoras todavía jóvenes, que deben ser las madres de los seis niños que se encuentran en la sala. Se diría que es una plácida reunión de una plácida familia en un plácido ambiente. Pero en esta reunión la excitación de la vida moderna penetró a través de la televisión. Todos se entregan por completo al gusto de ver, sentir y casi tocar con las manos la escena de la pantalla. Las fisonomías indican el placer de sentir la imaginación a sus anchas, mientras que el control de la inteligencia cesa enteramente y la voluntad duerme en la más profunda inercia. He ahí al hombre reducido, por una miserable involución, a la condición de un bebé que vive de sensaciones. Cuando un alma llega a tal estado, adiós lógica, coherencia, seriedad. Para ella todo esfuerzo intelectual se hace penoso. Toda actitud enérgica, insoportable. Es el extremo hacia el cual son arrastrados tantas veces no solo los jóvenes, sino también los mayores. Hundido en un sillón, un niño al que, por un singular fenómeno, todavía le gusta leer, causa aprensiones. Su madre comenta a la visita: “Estamos bastante preocupados por William”. ¡Qué niño tan raro! ¡Le gusta concentrarse, leer, abstraerse! Si esto continua, será necesario llevarlo al psiquiatra. El cual, por cierto, se alarmará ante la “marginalidad” de este extraño niño. Y no descansará hasta que no haya hecho de él un adorador de la televisión. Es por este y otros medios que las personas mayores, responsables por la conservación de lo poco que nos queda de sentido común y equilibrio, pactan tan a menudo con los vicios de nuestros días, y se transforman en agentes eficaces del inmenso desmoronamiento mental del presente siglo. * * * ¡Exageración de un caricaturista! ¿Cómo hacer sobre él algún comentario serio?
Bastaría ir a las playas y a los espectáculos nocturnos, para ver como la “caricatura” es justa, pues los chicos y chicas de sesenta años o más toman la vanguardia de la modernización. En la fotografía, laboristas ingleses bailan en una reunión partidaria. ¿Sería posible ostentar más claramente todo lo que hay de endeble, torpe y sin gracia en la vejez? ¿Sería posible estar más despojado de la respetabilidad, de la gravedad y de la poesía (en el buen sentido de este término tan ambiguo) que son su único adorno? Hasta la vejez parece haber desertado tantas y tantas veces de su puesto. La Sagrada Escritura lamenta la suerte de las naciones cuyo rey es un niño (Ecle 10, 16). Hoy hay pocos reyes. Pero tenemos abuelos-niños. Y la desgracia parece mucho mayor.
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