La Aparición de San Miguel arcángel en México Ben Broussard El estado de Tlaxcala, en México, se encuentra en un amplio valle desde el que se contemplan lejanos volcanes activos. Empinadas colinas se elevan sobre las fértiles tierras de cultivo, donde huertos, maizales y ranchos ganaderos cubren el paisaje. La larga historia de esta parte de México puede apreciarse aún hoy en día en las impresionantes ruinas de pirámides indígenas y en la hermosa arquitectura virreinal.
Antes de la llegada de los europeos, los indios tlaxcaltecas abrazaron durante siglos la idolatría y las prácticas supersticiosas. Al principio, cuando Hernán Cortés llegó en 1521, los tlaxcaltecas se resistieron, pero después se convirtieron en sus más fieles aliados y se unieron a él para conquistar a los aztecas. Como nuevos amigos de los españoles, los propios tlaxcaltecas destruyeron sus ídolos y templos. Los tlaxcaltecas se convirtieron en la primera tribu de México en abrazar el catolicismo. Como resultado, la mano de la Divina Providencia bendijo abundantemente a Tlaxcala a lo largo de los siglos. No hay mayor manifestación que la del año 1631, cuando el gran arcángel guerrero fue enviado para salvar al pueblo de un peligro mortal y derramar sus bendiciones sobre las generaciones futuras. México y Roma: una conexión celestial La aparición de San Miguel en México está directamente relacionada con otra aparición suya muchos siglos antes. Al otro lado del mundo, en el año 590, san Gregorio Magno fue elegido Papa. Roma y toda Italia sufrían una terrible peste. El santo Papa ordenó procesiones públicas por las calles para suplicar el fin de la epidemia. Un ícono representando a Nuestra Señora pintado por san Lucas evangelista fue llevado a la cabeza de la corte papal. Mientras la procesión recorría el río Tíber, se entonaron las letanías de los santos. Al final de la letanía, san Gregorio miró hacia arriba y vio que los cielos se abrían y que San Miguel bajaba con sus compañeros ángeles. Un perfume celestial llenaba el aire. Los ángeles comenzaron a cantar a la Santísima Virgen, sentada en lo alto de un trono:
Regina Coeli, laetare, Alleluia! (Reina del Cielo, alégrate, aleluya) Quia quem meruisti portare, Alleluia! (Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya) Resurrexit sicut dixit, Alleluia! (Ha resucitado según su palabra, aleluya) San Gregorio, sobrecogido por la visión, concluyó el coro angélico, cantando: Ora pro nobis Deum, Alleluia! (Ruega al Señor por nosotros, aleluya) Al final de la visión, el gran Papa vio a San Miguel envainando su espada, y la plaga terminó de inmediato. El castillo de Sant’Angelo fue construido en el lugar de la aparición de San Miguel y sus ángeles compañeros. El 25 de abril, fecha del acontecimiento, se fijó como el día para la procesión anual que se conocería en todo el mundo católico como de las Letanías Mayores. Mientras tanto, en Tlaxcala las procesiones continúan Más de un milenio después, en el año 1631, el pueblo de Tlaxcala también se vio azotado por una plaga. Esta horrible enfermedad que los habitantes llamaban cocolixtli, dejó pocos vivos tras inmensos sufrimientos. Como era costumbre en todo el mundo católico desde tiempos de san Gregorio, el 25 de abril, el pueblo de Tlaxcala participó en la procesión de las Letanías Mayores. Fue aquí donde San Miguel decidió manifestarse una vez más. En esta ocasión no fue al Vicario de Cristo sino a un humilde indio a quien el gran arcángel apareció. El joven Diego de San Lázaro, que entonces tenía tan solo diecisiete años, vio a San Miguel en una visión al final de la procesión. El guerrero celestial se dirigió a él con estas palabras: “Has de saber, hijo mío, que yo soy san Miguel Arcángel; vengo a decirte que es voluntad de Dios y mía, que digas a los vecinos de este pueblo y de su contorno, que en una quebrada que hacen dos cerros, y es aquella que está enfrente de este lugar, hallarán una fuente de agua milagrosa para todas enfermedades, la que está debajo de una peña muy grande. No dudes de lo que te digo, ni dejes de hacer lo que te mando”. ¿Por qué yo? Cuando San Miguel desapareció, Diego se llenó de una santa alegría que pronto se transformó en confusión y ansiedad. Asombrado por la visión celestial, el joven preguntó a los demás si habían visto a San Miguel. Las miradas de perplejidad de los que le rodeaban dejaron claro que él era el único que había visto al príncipe celestial. Diego se convenció de que se lo había imaginado todo, ya que no entendía por qué fue elegido para semejante honor. Al volver a casa aquella noche, Diego decidió no contar a nadie su visión de San Miguel, ni siquiera a su propia familia. Al cabo de unos días, el gran arcángel volvió a aparecérsele. Esta vez, este celestial y terrible huésped estaba bastante disgustado. El gran príncipe que se alzaba sobre él, exclamó retumbando: “¿Por qué has dudado de lo que te he dicho? Porque no has hecho lo que te pedí, tú también serás víctima de la plaga que está devastando a tu pueblo”. Inmediatamente Diego cayó de espaldas quedando violentamente enfermo. Permaneció así durante algún tiempo, sin poder moverse ni hablar, y su estado empeoró rápidamente. En el transcurso de dos semanas, este pobre indio afectado por el temido cocolixtli parecía consumirse. La familia de Diego, convencida de que estaba a punto de morir, llamó a los sacerdotes. Los franciscanos llegaron y le administraron los últimos sacramentos. Familiares, amigos y clérigos rezaron en voz alta las oraciones por los moribundos mientras Diego seguía sufriendo. San Miguel al rescate Cuando todos estaban convencidos de que el final se acercaba, entró en el aposento del enfermo una luz deslumbrante, que atemorizó a los presentes, los cuales huyeron. Después de un tiempo, recobrados del susto, determinaron entrar.
Hallaron al enfermo aparentemente muerto; pero al cabo de dos Credos, abrió los ojos y empezó a hablar con tanto aliento que fue considerado un milagro: “San Miguel … me llevó (no sé cómo) a una quebrada, que está aquí cerca … alumbrando el camino con tanta claridad, que parecía mediodía”. Rocas y ramas se partían a su paso, abriéndoles camino. En cierto lugar, vio que el ángel sostenía una vara de oro coronada por una cruz, y le dijo: “Aquí donde toco con esta vara … está aquella fuente de agua que te dije cuando ibas a la procesión. Manifiéstala luego, y no sea como la otra vez, que de no hacerlo serás gravemente castigado. Y sábete que la enfermedad que has padecido fue en pena de tu inobediencia”. Dicho esto, se irguió un gran torbellino con alaridos, gemidos y voces, y un estruendo espantoso, como de multitud que huía en tropel. Diego estaba “despavorido y temblando”, pues parecía que el cerro le aplastaría. San Miguel le explicó que era la furia de “los demonios, enemigos vuestros, porque conocen los grandes beneficios que por mi intercesión han de recibir los fieles en este sitio de Nuestro Señor: porque muchos, viendo las maravillas que en él se han de obrar, se convertirán y harán penitencia de sus pecados, y todos darán gracias a Dios por sus misericordias. Y los que llegaren aquí con fe viva y dolor de sus culpas, con el agua y tierra de aquella fuente alcanzarán remedio de sus trabajos y necesidades”, y confortarán a los agonizantes. Luego el lugar de la fuente fue inundado por una luz que bajó del cielo, más intensa que la del arcángel. San Miguel le informó que era “la virtud que Dios con su Divina Providencia me comunica en esta fuente, para salud y remedio de los enfermos y necesitados. Dilo así a los que te he ordenado; y para que te den crédito, tú solo podrás quitar y levantar la peña que está sobre la fuente”. Con esto, el enviado celestial desapareció y Diego se halló en medio de su familia, sin saber cómo. Estaba completamente sano. Haciendo conocer el milagro La familia de Diego no salía de su asombro mientras él contaba su historia. Su repentina transformación los emocionó profundamente. Recordando el mandato de San Miguel de propagar la devoción, Diego acudió inmediatamente al superior de los franciscanos. El sacerdote escuchó con interés la historia de Diego, sin saber qué pensar. Decidió enviar a Diego al gobernador de Tlaxcala, don Gregorio Nazianzeno, conocido por su erudición y discernimiento. Diego fue recibido por el gobernador y le contó toda la historia de la aparición de San Miguel. El gobernador escuchó, cada vez más escéptico a medida que Diego continuaba. ¿Cómo había podido el Príncipe de los Ejércitos Celestiales aparecerse a un indio inculto como Diego? Había eruditos, doctores en teología, hábiles oradores y otros dignatarios viviendo en los alrededores. ¿Por qué no elegiría San Miguel a alguien de entre ellos?
Después de hacer algunas preguntas, don Gregorio llegó a la conclusión de que el cuento era falso. Ordenó a Diego que volviera a casa inmediatamente, advirtiéndole que no quería oír hablar más de apariciones. Diego hizo lo que se le dijo, decepcionado pero convencido y decidido en su empeño de promover la devoción a su príncipe celestial. Diego convocó entonces a su familia y la condujo al lugar donde San Miguel había hecho brotar el manantial. Al acercarse, vieron la gran roca que bloqueaba el lugar. Los hombres se afanaron en vano por retirar la gran piedra, pero la gran masa de media tonelada no cedía. Fue entonces cuando Diego recordó las palabras de San Miguel: “tú solo podrás quitar y levantar la peña que está sobre la fuente”. Pidió a todos que se apartaran y rezó pidiendo la ayuda de San Miguel. Luego se acercó y levantó la enorme roca como si fuera de papel. El manantial prometido brotó con agua cristalina. Nadie dudó de la veracidad de las palabras de Diego y se corrió la voz del agua milagrosa. Una joven enferma, víctima del temido cocolixtli vio en sueños a San Miguel que le pedía que se sirviera del agua. Un pariente le llevó el agua solicitada y la joven recobró la salud. Al oír esto, Diego le rogó que diera testimonio al gobernador. Ella se negó por temor a ser tratada con dureza. Poco después, en una aldea vecina, se produjo otro milagro: el agua milagrosa curó a una joven de la misma terrible enfermedad. De nuevo, Diego no encontró ayuda en ella ni en nadie de la familia. Ayuda del Cielo Desanimado, Diego consideraba imposible la tarea que tenía que cumplir. Había pasado un año y seguía teniendo poco apoyo. Su intercesor celestial, viendo su difícil situación, se le apareció una vez más y le dijo: “¿Por qué eres cobarde y negligente en lo que ya dos veces te he encomendado? ¿Quieres ser castigado de otra manera por tu desobediencia? Levántate y esfuérzate en dar a conocer lo que te he mandado”. Diego fue inmediatamente a la fuente y llenó un cántaro de agua. Pasando por alto al hostil gobernador, se dirigió apresuradamente al obispo de Puebla, Gutierre Bernardo de Quirós. El mismo arcángel le facilitó la entrada ante el prelado. Diego le contó todo lo concerniente a la manifestación de San Miguel. Venía a solicitar la ayuda del obispo para cumplir el mandato de San Miguel de difundir la devoción. Don Quirós escuchó con gran interés. Ordenó que llevaran el agua al hospital. Todos los que bebieron de ella se curaron de sus enfermedades. Pronto vinieron otros a testificar ante el obispo en la investigación oficial. Dos españoles recién llegados fueron al manantial y quedaron sobrecogidos por una fragancia celestial que impregnaba el lugar. Se llevaron agua a Puebla y dieron testimonio de los muchos enfermos que bebieron y se curaron. Los funcionarios enviados al manantial dieron testimonio del gran número de curaciones, así como de las devociones a San Miguel que estaban floreciendo. Basándose en los numerosos testimonios y milagros verificados, don Quirós dio su aprobación eclesiástica y ordenó erigir la primera capilla, tal y como San Miguel había pedido. Un flujo constante de bendiciones Desde 1631, el número de peregrinos que acuden a San Miguel del Milagro no ha dejado de aumentar. La primera capilla fue quedando pequeña, y desde entonces se han construido iglesias más grandes en el lugar. Diego de San Lázaro, fiel a los mandatos de San Miguel, pasó el resto de su vida difundiendo la devoción y hoy está enterrado detrás del altar mayor de la iglesia. Las procesiones continúan hasta nuestros días. Los fieles acuden al santuario el 25 de abril, día de la primera aparición de San Miguel en la procesión, y el 29 de setiembre, día de su fiesta gloriosa. Tal y como prometió San Miguel, se han producido conversiones gracias a las maravillas realizadas aquí a lo largo de los siglos. Peregrinos de Tlaxcala, de otras partes de México y de más allá de las fronteras vienen a servirse del agua y a honrar al príncipe celestial. Aunque las curaciones físicas son raras hoy en día, un gran número sale fortalecido, seguro de la ayuda de San Miguel para las múltiples batallas de la vida. El Príncipe de los Ejércitos Celestiales se manifestó en 1631 en esta remota parte de México para mostrar su gran poder. Se puso fin a una epidemia y ahora fluye continuamente una fuente de agua milagrosa. Es importante que tengamos confianza en el arcángel celestial, así como san Gregorio Magno y Diego de San Lázaro lo hicieron antes que nosotros. Confiando en su poderosa ayuda, está asegurada una gran victoria para nuestros días.
Fuente principal: Francisco de Florencia SJ, Narración de la maravillosa aparición que hizo el Arcángel San Miguel a Diego Lázaro de San Francisco, Colegio Pío de Artes y Oficios, Puebla, 1898.
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La aparición del arcángel en México |
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