|
PREGUNTA Me estoy rompiendo la cabeza con un problema que no veo cómo resolver: mis hijos son aún pequeños y mi marido y yo no les hemos comprado ni smartphones ni videojuegos. Pero están llegando a la adolescencia y empiezan a presionar para tener, como sus compañeros, estos dispositivos. Por un lado, quiero evitar por completo cualquier riesgo de que se expongan a cosas con las que aún no saben lidiar emocional o psicológicamente. Por otro lado, no quiero ser demasiado estricta ni aislarlos del mundo que les rodea, formándolos para que puedan vivir más adelante en sociedad sin ser del mundo. ¿Tiene usted alguna sugerencia que nos ayude a encontrar un equilibrio en nuestra actitud? RESPUESTA
Por primera vez me siento algo incómodo ante una pregunta en esta columna. Como no se trata de una cuestión de fe o moral, que puede resolverse de forma abstracta, sino de una cuestión práctica, pueden entrar en juego muchas circunstancias específicas, dependiendo de cada caso, que dificultan ofrecer una regla general. La única regla universal que se aplica en este caso es que nada puede sustituir la relación cercana entre padres e hijos, incluyendo instrucciones adecuadas sobre los peligros de la vida y el establecimiento de reglas claras de conducta. ¡Pero esa confianza solo se obtiene a partir de una vida religiosa familiar fuerte y de la oración constante por los hijos! Empiezo por la cuestión de los videojuegos, porque es menos difícil de resolver, al menos en lo que respecta a la moral. Como explica el Catecismo, “el acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias” (CIC 1755). Desde el punto de vista del objeto, los videojuegos en sí mismos son lícitos, porque su finalidad es el esparcimiento. Ahora bien, santo Tomás de Aquino enseña que, así como el cuerpo necesita descanso y revitalizarse debido a su limitada resistencia física, el alma y la mente también necesitan descanso debido a nuestra limitada resistencia intelectual. De hecho, santo Tomás observa que, como un arco, “se rompería también el alma humana si se mantuviera siempre en la misma tensión” (Summa, II-II, q. 168, a. 2). El reposo del alma, dice él, es el deleite y las palabras o acciones en las que solo buscamos el placer del espíritu. Esto se llama diversión o recreación. Esta necesidad humana de descanso y deleite se corrobora en las Sagradas Escrituras, especialmente en las disposiciones sobre el sábado, un “día de descanso, consagrado al Señor” (Ex 31, 15), que recuerda el descanso de Dios después de la obra de la creación (Gén 2, 3). Lo que se debe evitar, en materia de pasatiempos, son las palabras o actividades vergonzosas o nocivas, la excesiva disipación, y que sea apropiado a las circunstancias y “digno del tiempo y del hombre”, como dice Cicerón (Summa, ibidem). Juegos que deben evitarse por completo debido a su contenido
Alguien podría objetar que hay mejores empleos del tiempo que jugar. Santo Tomás responde que en todo lo que debe hacerse según la regla de la razón, se puede cometer una falta por exceso o por deficiencia. En materia de diversiones, se puede, por lo tanto, pecar por exceso cuando faltan las circunstancias requeridas y se descuidan las obligaciones. A la inversa, se puede pecar por deficiencia cuando impedimos que los demás se diviertan, al no participar en la recreación. Pero el juego debe usarse como los condimentos: basta una pequeña cantidad para darle sabor a la vida (cf. II-II q. 168 q. 3 y 4). Aplicando estos principios a los videojuegos, se puede concluir, en principio, que se puede: a) hacer juegos adecuados y buenos, b) por un motivo saludable, c) de manera correcta y d) evitando el riesgo potencial de escándalo —“la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal” (CIC 2284)— durante el juego. Esto es lícito, porque tales juegos pueden contribuir de hecho a que los jugadores experimenten nuevos mundos inspiradores o fortalezcan el trabajo cooperativo en equipo entre amigos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que existe una gran variedad de juegos, algunos de los cuales deben evitarse por completo debido a su contenido gráficamente violento, excesivamente sangriento o inmoral. No menos importante es el hecho de que los videojuegos nunca deben tener prioridad sobre las actividades de la vida real, como el tiempo presencial con la familia o los amigos y, por supuesto, el tiempo con Dios mediante una vida de oración activa. Dicho esto, me apresuro a añadir que la existencia de videojuegos moralmente aceptables no significa que el acto de jugar con videojuegos sea, en la mayoría de los casos, benigno. Hay que preguntarse: ¿Es razonable y beneficioso que las personas, incluidos los adultos, pasen horas delante del televisor, de la computadora o conectados a unas gafas de realidad virtual entreteniéndose con videojuegos? Todo el mundo sabe que el verdadero objetivo de los videojuegos es entretener a los jugadores haciéndoles escapar de la realidad, creando realidades alternativas en las que pueden fingir que no tienen madre, padre, hermano, hermana, hijo, hija, esposa o marido, Dios o vecino. Solo ellos mismos. Ahora bien, a Dios solo se le encuentra en la realidad y, por lo tanto, aquellos que están esclavizados por las realidades electrónicas no pueden encontrarlo, a menos que regresen al mundo real, donde también se encontrarán a sí mismos y a los demás. Por el contrario, los videojuegos pueden convertirse en una droga y llevar a la persona a una vida infernal y más tarde al mismísimo infierno… “Dios no se encuentra en la agitación”
El concepto mismo de realidad virtual está causando una desconexión significativa entre nuestros adolescentes y la realidad tal como la conocemos hoy. El Papa Benedicto XVI alertó sobre el riesgo de que los niños y adolescentes se refugien en una especie de mundo paralelo o se expongan excesivamente al mundo virtual (Mensaje para la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero de 2011). De hecho, cuando se obsesionan con los videojuegos, fantasean con cosas fútiles, ridículas y violentas. Al constatar la frecuencia semanal de tiroteos en escuelas y universidades de todo el mundo, podemos formular la hipótesis de que muchos de estos actos de violencia están relacionados con el hecho de que nuestros jóvenes viven en un mundo de fantasía. Otro daño inherente al abuso de los videojuegos es que gran parte de los trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) que hoy son diagnosticados, probablemente se deba a una baja capacidad de atención como resultado de la hiperestimulación inherente a muchos de estos juegos, que a menudo son ruidosos y contienen imágenes violentas. Dudo que predispongan a alguien a rezar y escuchar la voz calmada y silenciosa de Dios: Non in commotione Dominus (1 Re 19, 11). Además, en el caso de los niños, no es saludable que pasen todo el día sentados frente a una pantalla, interpretando el papel de un héroe cibernético en el mundo de fantasía de otra persona. Deben estar al aire libre jugando, practicando actividades físicas y aprendiendo a relacionarse con los demás. Y, en el caso de los adultos, ¡sus momentos de esparcimiento deben ser más dignos y adecuados a su edad! Los aparatos electrónicos no deben empobrecer la vida familiar Pasaré ahora a tratar la cuestión de los celulares para los niños. El problema moral es similar al de los videojuegos, con la única diferencia de que el celular, si bien puede servir como medio de entretenimiento, es principalmente un instrumento de comunicación (y casi diría que es un dispositivo de supervivencia, porque cada vez es más difícil hacer las cosas más necesarias y rutinarias de la vida sin recurrir a alguna aplicación). Hace algún tiempo, un joven periodista le preguntó a Mons. Athanasius Schneider si era conveniente usar el celular. A lo que el prelado respondió sabiamente que los católicos no pueden empezar a vivir como las comunidades amish, que aún están en el siglo XVI y no utilizan electricidad ni automóviles. Agregaba el obispo que, salvo vocaciones especiales, hay más virtud en usar con templanza los bienes de este mundo que en privarse de ellos. Estoy de acuerdo con Mons. Schneider, pero aquí está la cuestión: ¿en qué consiste la templanza en el uso del celular? Parto de la premisa de que no creo que la forma en que la sociedad actual utiliza la tecnología sea un patrón permanente. Muchos “avances” tecnológicos, que al principio se consideraban actividades normales y saludables, se han ido abandonando paulatinamente a medida que han ido apareciendo sus consecuencias a largo plazo. Cuando veo fotografías de grupos de personas en las que todos están con sus celulares, recuerdo las imágenes de las reuniones sociales antiguas, en las que todos o casi todos los adultos fumaban. Después quedó claro que fumar no era necesariamente una buena elección como estilo de vida.
Hoy en día está demostrado que la proliferación de pantallas (televisión, tabletas, computadoras, celulares) causa un daño enorme a los niños. Por las mismas razones que he señalado más arriba en relación con los videojuegos. A estos problemas se suma además el inconveniente de que los niños y adolescentes participen en las redes sociales. Esto no apenas por el riesgo de que sus compañeros compartan contenidos inmorales o inapropiados, o por el riesgo de que ellos mismos sean víctimas de bullying en los colegios (como en la miniserie Adolescencia de Netflix). Al privilegiar las relaciones virtuales, las redes sociales terminan dificultando la aparición de amistades reales, además de que no ayudan a los adolescentes a acostumbrarse a preservar sus espacios de intimidad y los exponen a dramas emocionales colectivos, debido a la inquietante circulación de novedades o comentarios acerca de personas conocidas. Como principales educadores de sus hijos, los padres tienen una gran responsabilidad. Conozco parejas que, pensando en la santificación y salvación de sus hijos, han tomado decisiones contraculturales desde una perspectiva eterna. En los hogares de estas parejas verdaderamente católicas, ninguno de los niños menores de doce años tiene acceso a estos aparatos. Pueden ver vídeos y disfrutar de videojuegos solo en familia, pero no tienen acceso a pantallas personales. Al comienzo de la adolescencia, reciben una tableta tipo Kindle, que pueden usar para leer libros electrónicos, escuchar audiolibros, oír música y enviar correos electrónicos. Pero los padres usan controles parentales para desactivar el navegador de Internet y la tienda de aplicaciones, y establecen horarios de uso y un “toque de queda” para que la tableta no esté accesible cuando deberían estar estudiando o durmiendo. Ante el riesgo de que los niños y adolescentes acaben encontrando material inapropiado, incluso teniendo acceso solo a las plataformas mencionadas, los padres hablan con ellos sobre los males de la pornografía y la razón por la que es tan devastadora. Para mayor seguridad, el matrimonio impone a sus hijos la norma de que no existe privacidad en los dispositivos: estos pertenecen a la madre y al padre, quienes tienen acceso total a su contenido. Cuando los hijos cumplieron diecisiete años, les regalaron un celular flip antiguo comprado en Mercado Libre, con el navegador desactivado. Podrán utilizarlo para llamadas y mensajes de texto cuando necesiten estar localizables fuera de casa, y deberán responder a los mensajes de texto de su madre y su padre en un plazo razonable. Cuando son algo mayores, tienen acceso a algunos chats con sus compañeros de clase en la computadora familiar, también con el entendimiento de que no son privados y que sus padres tienen acceso a ellos.
Solo a partir de los dieciocho años, los hijos reciben un smartphone y pueden elegir si quieren participar o no en las redes sociales. Una de estas valientes parejas decidió aplicar estas medidas cuando sus hijos ya eran mayores de edad y se produjo un primer movimiento de protesta. “¿Pero por qué?”, les preguntaban repetidamente. La mejor manera de iniciar la conversación fue compartir sus propias dificultades: “¿Creen que pasamos demasiado tiempo con nuestros celulares y no les prestamos suficiente atención?”, preguntaron a sus hijos. Ellos lo aceptaron de inmediato. “Nosotros pensamos lo mismo. Somos adultos, con cerebros completamente desarrollados, conciencias bien formadas y años de práctica controlando nuestros impulsos… pero aún así luchamos para no dejar que estos dispositivos consuman nuestras vidas. ¿No les parece razonable pedirles a ustedes, que aún se están formando, que regulen el uso de estas tecnologías según las reglas que les hemos dado, cuando ni siquiera nosotros mismos podemos hacerlo correctamente?”. Sin embargo, eso exigió que los esposos dieran el ejemplo, adoptando algunas reglas que pasaron a ser válidas también para ellos: “Domingo sin pantallas”, a menos que se vieran obligados a quedarse en casa y ver juntos una película; establecer el comedor como “Zona sin pantallas”; no permitir tabletas, celulares y laptops en las habitaciones y que sea obligatorio dejarlos en la cocina a partir de las equis horas todas las noches. Al principio fue difícil para ellos, por la incomprensión de los hijos o por la oposición de su entorno social (sobre todo de los abuelos, que decían que los niños se quedarían aislados y carecerían de preparación para la vida actual), pero hoy están muy satisfechos con los resultados, que no solo han sido académicos: la propia vida familiar se ha enriquecido mucho gracias a las medidas que adoptaron. Es lo que aconsejo a mi consultante y a todas las parejas que lean esta columna, con la sugerencia de ofrecer a la Sagrada Familia, modelo de pedagogía familiar, los sacrificios que conllevará esta actitud a contracorriente. San José, la Santísima Virgen y el Niño Jesús los recompensarán con abundantes gracias para ustedes y para sus hijos.
|
El maravilloso esplendor de las ceremonias navideñas |
|
El hurto por hambre no es lícito El sétimo mandamiento («no robarás») siempre fue motivo de peligrosas diluciones que se apartaban de la recta interpretación, motivo por el cual los Papas tuvieron que intervenir censurándolas, como lo hizo el Beato Inocencio XI con los tres errores que a continuación enuncia y condena... |
|
La virtud y el vicio se destacan en la persona noble El último fruto de la nobleza es que, así como una misma piedra preciosa refulge más engastada en oro que en hierro, así las mismas virtudes resplandecen más en el varón noble que en el plebeyo... |
|
No tratemos a los lobos como si fueran ovejas perdidas* Una visión unilateral de la parábola del Buen Pastor lleva a algunos a abandonar a las ovejas fieles para ir en busca del lobo, ponerlo cariñosamente sobre los hombros, e introducirlo en el redil... |
|
El horror al pecado es un gran estímulo para el bien Lejos estuvo de María todo pecado, y ni una sola mancha la afeó, porque Dios la libró aún de la original... |
|
Paz de alma en el Tabor Un amanecer en el patio interno del convento de Saint-Gildard, Casa Madre de las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana, en Nevers, Francia... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino