¿Cuando uno de nosotros muere, adónde va nuestra alma? Puesto que resucitaremos en el último día, si sólo resucita el cuerpo, ¿dónde queda el alma en este lapso de tiempo?
Después de la muerte, comienza inmediatamente el juicio particular, en el cual se determina de manera irrevocable nuestra suerte por toda la eternidad. El juicio particular será confirmado públicamente por ocasión del juicio final, en el fin del mundo. El alma del hombre que muere en estado de gracia, sin pecados veniales y sin pena que expiar por los pecados cometidos en vida, pero ya perdonados en la confesión, va directamente al Cielo. No obstante, si el alma tiene pecados veniales (pecados leves, que no impiden la amistad con Dios) o necesita aún expiar las penas debidas a los pecados ya perdonados, antes de ir al Cielo a gozar de la felicidad eterna, deberá pasar por el Purgatorio. En ese lugar de purificación, el alma no ve a Dios y sufre graves penas, de acuerdo con la mayor o menor expiación que debe hacer por sus pecados. El tiempo de permanencia en el Purgatorio y las penas que se sufren en él pueden ser mitigadas por las oraciones y sacrificios que nosotros, aquí en la tierra, ofrecemos por las almas del Purgatorio; más aún, por las Misas mandadas a celebrar en beneficio o sufragio de esas almas. Aquel que muere en estado de pecado mortal va directamente al infierno acto seguido de su juicio particular.
Por lo tanto, el alma obtiene su destino eterno inmediatamente después de la muerte, quedando separada del cuerpo hasta el juicio final, en el fin del mundo. Después de la resurrección general, el alma y el cuerpo se unen nuevamente, lo que aumenta la felicidad y el gozo de los justos en el Cielo, así como el tormento de los condenados en el infierno. Pues el cuerpo pasará a ser un elemento más de gozo o de sufrimiento para el hombre. Contrariamente a lo que afirman espiritistas y ciertas personas supersticiosas, las almas, una vez separadas de los cuerpos por la muerte, no quedan “vagando” por los espacios o “aprisionadas” en algún lugar de la tierra. Tampoco se pueden “reencarnar”. El alma no es un espíritu “encarnado” en un cuerpo, sino un espíritu unido a él, y esta unión sólo es posible con aquel cuerpo para el cual Dios creó aquella alma. El alma es creada por Dios en el mismo momento que es infundida en el cuerpo del niño, lo que se da acto seguido a la concepción, según la doctrina generalmente aceptada en nuestros días.
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