En la edición del mes de febrero, se explicó en qué consiste propiamente la religión, y cómo ella es buena y necesaria para todos. A continuación el P. Hillaire* demuestra que sólo puede haber una única religión verdadera.
Así como no hay más que un solo Dios, no hay más que una sola verdadera manera de honrarle; y esta religión obliga a todos los hombres que la conocen. No puede existir más que una sola religión verdadera, pues la religión es el conjunto de nuestros deberes para con Dios, y estos deberes son los mismos para todos los hombres. Y, a la verdad, estos deberes nacen de las relaciones existentes entre la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre. Pero como la naturaleza de Dios es una, y la naturaleza humana es la misma en todos los hombres, es evidente que los deberes tienen que ser los mismos para todos. Por consiguiente, la verdadera religión es una y no puede ser múltiple. Las formas sensibles del culto pueden variar; la esencia del culto, no. La religión natural El hombre, por medio de la inteligencia que ha recibido, llega a convencerse con certeza de que Dios es su Creador, su Bienhechor y su Señor. De este conocimiento, que se hace patente a la razón del hombre, resulta para él el deber de practicar una religión. La religión así establecida por el hecho de la creación del hombre se llama religión natural porque resulta de las relaciones necesarias del hombre con Dios. Puede decirse que Dios es el Autor de esta religión porque Él es el autor de la razón y de la voluntad en que tienen su fuente los principios y sentimientos religiosos. Así, la religión existe por derecho natural y, como hemos probado, la falta de religión es, a la vez, un crimen contra la naturaleza y una rebelión contra Dios. La religión revelada Dios ama tanto al hombre, su criatura privilegiada, que ha querido establecer con él relaciones más íntimas, relaciones sobrenaturales y divinas, llamarlo a un fin sobrenatural, que no es otra cosa que la visión intuitiva del mismo Dios en el cielo. Esta religión sobrenatural no es otra que la religión cristiana. Todos los hombres están obligados a aceptar la religión revelada, a creer en sus dogmas, a cumplir sus preceptos y al practicar su culto. Podemos conocer la religión revelada por señales ciertas e infalibles, y las principales de entre ellas son los milagros y las profecías. El milagro es un hecho sensible, que suspende las leyes ordinarias de la naturaleza, supera su fuerza y no puede ser producido sino por una intervención especial de Dios, como la resurrección de un muerto; la curación de un ciego de nacimiento. La profecía es la predicción cierta de un acontecimiento futuro, cuyo conocimiento no puede deducirse de las causas naturales. Tales son, por ejemplo, el nacimiento de un hombre determinado, los actos de este hombre anunciados muchos siglos antes. Lo que el racionalismo rechaza en la religión revelada son los misterios. Esta palabra le sirve, a la vez, de arma para combatir la revelación y de pretexto para no admitirla. Sólo admite las verdades de orden natural; quiere comprenderlo todo. Afirma que la fe en los misterios no es razonable. Los misterios de la religión son verdades ocultas en Dios que la razón no puede conocer si Dios no las revela, y que, aun reveladas, el hombre no puede comprenderlas: tales son los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Eucaristía. * La Religión Demostrada, del padre P. A. Hillaire (Editorial Difusión, Buenos Aires, 3ª edición, 1945, pp. 91-119).
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