Continuando con las reflexiones de Santa Teresa de Jesús sobre el Padrenuestro, veremos a continuación la segunda petición—Rey nuestro, venga a nosotros tu reino— que la santa de Ávila recomienda meditar para los días martes. *
La segunda petición se puede entender de dos maneras: pidiendo al Señor, que nos dé la posesión del reino de los cielos, cuya propiedad nos pertenece como a hijos suyos, o pidiéndole que Él reine en nosotros, y que nosotros seamos reino suyo. Ambos sentidos son conformes a la Sagrada Escritura, como señalan los teólogos, porque del primer sentido expresado arriba dijo el Señor: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 34). Y del segundo sentido dice San Juan, que los santos dirán en la gloria: “Nos redimiste, Señor, con tu sangre… y nos hiciste un reino para nuestro Dios” (Ap 5, 9-10). En estos dos sentidos hay un admirable primor: cuando Dios habla con nosotros, dice que es nuestro reino, y cuando nosotros hablamos con Él, lo bendecimos, porque somos reino suyo. No sé cuál es la mayor dignidad del hombre: que se precie Dios de tenernos por reino, y satisfacerse su Majestad con esta posesión, siendo Él quien es, o querer Él ser reino nuestro, y dársenos en posesión; aunque por ahora más me satisface el ser nosotros reino suyo, pues de aquí nace el ser Rey nuestro. Dijo a Santa Catalina de Siena: “Piensa tú en Mí, que Yo pensaré en ti”. Y a cierta religiosa le recomendó: “Cuida tu de mis cosas, que Yo cuidaré de las tuyas”. Pues tomemos a nuestro cargo el hacernos tales, que se precie su Majestad de reinar en nosotros, que Él concederá que nosotros reinemos en Él. Y este es el reino de quien el mismo Señor dijo en su Evangelio: “Buscad primero, y ante todas las cosas el reino de Dios, y descuidad de lo demás, pues lo tiene a su cargo vuestro Padre”. De este reino asimismo dijo san Pablo, que era gozo y paz en el Espíritu Santo. Consideremos, pues, que tales personas son la razón por las que Dios se precia de ser su Rey, y ellos de ser su reino: cuán adornados de virtudes, cuán compuestos en sus palabras, cuán magnánimos, qué humildes, qué mansedumbre de su semblante, cuán sufridos en sus trabajos, qué limpieza de almas, qué pureza de pensamientos, qué amor unos con otros, qué paz y tranquilidad en todos sus movimientos, qué sin envidia unos de otros, y cuán deseosos del bien de todos. Todo lo que en este día hiciere u oyere, se ha de referir a esta consideración de Dios Rey nuestro, como se refirió en la anterior a Dios como Padre. Aquí viene muy bien aquel pasaje en que Pilatos, después de acusado nuestro Redentor, le sacó delante del pueblo coronado de espinas, con una caña en la mano por cetro, y una ropa vieja de púrpura diciendo —Veis aquí el Rey de los judíos. Para que después de haberle adorado con suma reverencia (en lugar de las blasfemias y escarnios, que le hicieron los soldados y judíos, cuando le vieron en aquella disposición) hagamos actos de humildad, con deseos de que las honras, y alabanzas del mundo nos sean a nosotros corona de espinas. * Biblioteca de Autores Españoles - Escritos de Santa Teresa, M. Rivadeneyra, Madrid, 1861, t. I, p. 539, con ligeras adaptaciones.
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