Ésta es la sétima y última petición que Santa Teresa de Jesús recomienda para meditar los días domingos: Líbranos de mal. Amén.* En la sétima petición, no le pedimos que nos libre de este o de aquel mal, sino de todo lo que es propia y verdaderamente mal, puesto para privarnos de los bienes de la gracia o de la gloria. Hay males considerados males de pena, como son las tentaciones, enfermedades, trabajos, deshonras, etc. Pero éstos no se pueden llamar propiamente males, salvo que hagan caer a las personas en culpa. Y, de igual modo, las riquezas, las honras y todos los bienes temporales podrán justamente ser considerados males, ya que se puede ofender a Dios con ellos. Pues de todos estos males y bienes, que nos pueden ser causa de condenación eterna, pedimos ser librados.
La materia de esta petición es copiosísima, porque a ella se reducen las cuatro postrimerías del hombre: la muerte, el juicio final, las penas del infierno y los gozos de la gloria. Aquí se puede volver a repetir las consideraciones pasadas. ¿Podrá haber confusión mayor, que teniendo tal y tan amorosísimo Padre, tan potentísimo Rey, tan suavísimo Esposo, tan buen Pastor, tan rico y misericordioso Redentor, tan eficaz y piadoso Médico, le seamos tan ingratos y tan desaprovechados en todo? ¿Y cuánto temor causa tal cúmulo de beneficios de su parte, y la ingratitud y desamor de la nuestra? Pero con todo eso, grande e incomparable es la confianza que se cobra para presentarse a juicio, y considerando lo que se ha de hacer delante de un Juez, que es nuestro Padre, Rey, etc. Se puede concluir este día, y cerrar esta oración con una acción de gracias, que el profeta David compuso en aquellos cinco versos de un Salmo, los cuales emplea la Iglesia en el Oficio ferial de Prima (Sal. 102), que rezan: I. Bendice, oh alma mía, al Señor, y todas mis entrañas su santo nombre. II. Bendice, oh alma mía, al Señor, y no te olvides de todas sus pagas y beneficios. III. El cual perdona todos tus pecados, y sana todas tus enfermedades. IV. El cual redime, y libra tu alma de la muerte, y te corona de misericordia y compasión. V. El cual cumple en todos los bienes tus deseos, y por el cual será tu alma renovada, como la juventud del águila. De manera que este piadosísimo Señor, usando de su misericordia, por pecados devuelve perdón; por enfermedad, salud; por muerte, vida; por miseria, perpetua protección; por defectos, cumplimiento de todo bien, hasta llevarnos a una nueva vida incomparable. * Biblioteca de Autores Españoles - Escritos de Santa Teresa, M. Rivadeneyra, Madrid, 1861, t. I, pp. 543-545, con ligeras adaptaciones.
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