Dos apariciones de la Santísima Virgen a una humilde mujer están en el origen de uno de los santuarios marianos más visitados del noreste de Italia. Los hechos ocurridos entre 1426 y 1430, fueron cuidadosamente registrados por notarios de la época en un documento original identificado como “Códice 1430”, conservado como un tesoro en la Biblioteca Bertoliana de Vicenza. Pablo Luis Fandiño Vicenza es una de las más antiguas ciudades del noreste de la península itálica, ubicada a orillas del río Bacchiglione. Se encuentra entre Verona y Padua, en la región de Véneto, a escasos 60 kilómetros de Venecia. Conquistada por los romanos, devastada por los bárbaros, resurgió siempre más espléndida. Hoy destaca por la belleza de sus monumentos y el haber sido testigo, a comienzos del siglo XV, de una misericordiosa manifestación de la Santísima Virgen. A fin de transmitir lo acontecido con la mayor fidelidad, me basaré en un documento de 1430, al que designo con el nombre de Códice. Circunstancias que rodean los acontecimientos “Desde el año 1404 hasta el año 1428 nuestra ciudad se vio inmersa en el luto y el dolor. Durante veinticuatro años, muy graves pestes y otras plagas, casi sin descanso, turbaron lugares otrora risueños y felices. “Los recuerdos que quedan de esa época evocan imágenes de horror y lástima. Tras la extinción de toda compasión evangélica, cada uno no pensó más que en sí mismo y en huir lejos, tanto que las casas, sobre todo las del campo, se quedaron vacías y silenciosas, y ya no alojaban a la antigua familia, feliz y numerosa, sino a unos pocos hombres encerrados en sí mismos, enfurecidos por el miedo y el instinto de conservación. “Los tiempos eran, por tanto, muy tristes y la misericordia divina tenía que manifestarse. La Virgen era el instrumento celestial de compasión y consuelo”. Es de notar que las calamidades, descritas por el Códice en el párrafo anterior, tuvieron su origen en pleno Gran Cisma de Occidente (1378-1417), cuando dos prelados, y a partir de 1410 incluso tres, se disputaban la autoridad pontificia. Las apariciones de monte Berico tienen lugar bajo el pontificado de Martín V, cuya elección puso fin al cisma, que tanto daño produjo a la Iglesia y a la civilización cristiana durante casi cuatro décadas. Primera aparición El día 7 de marzo de 1426, una mujer septuagenaria, llamada Vicenta Parisi, se disponía como todos los días a llevar el alimento a su marido Francesco, que cultivaba una viña en las faldas del monte Bérico, que colinda con Vicenza. A la hora tercia, es decir, a las 9 de la mañana, mientras subía con esfuerzo los cien metros de la citada elevación, se llevó la sorpresa de su vida al tropezarse de un momento a otro con la Virgen Santísima: “Entre una nube de luz y un concierto divino; apareció en forma de regia señora, adornada con brillantes trajes dorados, perfumando el aire con el aroma del Paraíso. “Ante este prodigioso espectáculo la mujer cayó al suelo aturdida; pero la Virgen, tomándola con la mano por el hombro derecho y reanimándola con una sonrisa celestial, le dijo: “–No temas, Vicenta, soy María, la Madre de Dios que murió en la cruz por la salud del género humano. Ve y di a los vicentinos [habitantes de Vicenza] que levanten en este lugar una iglesia consagrada a mi nombre si quieren ser liberados del flagelo que los azota”. “–¿Y me creerán?”, argumentó Vicenta, envuelta en lágrimas. A lo cual la Virgen Santísima le respondió: “Les dirás que si no obedecen, mi Hijo no dejará de ser estricto con ellos y que en vano esperarán la liberación de la plaga. “Como prueba de lo que viste, que se excave la tierra en este lugar, y de los áridos y duros pedernales brotará un manantial”. Formulado el pedido, hecha la promesa, la Virgen ofrece una prueba. Continúa el texto: “Entonces tomó una pequeña cruz hecha de ramas de olivo, en presencia de la piadosa mujer, trazó la forma del templo que se iba a construir, y dejó claro que aquellos que han de subir a visitarla en el nuevo altar el primer domingo de cada mes, o el día consagrado a Ella, recibirían entonces copiosas gracias y bendiciones de Dios”. Luego de formular tan grandes promesas, la Virgen desapareció.
Contradicciones y dificultades Vicenta se levantó radiante de entusiasmo y partió hacia la ciudad para atender la orden de María. Habló en primer lugar con el obispo, Mons. Pietro Emiliani (1362-1433), “pero no le creyó; se presentó a los magistrados, pero, como una loca, fue expulsada de la Cámara del Consejo. Desolada por su desdicha, comenzó a narrar la milagrosa aparición a cuantos encontró en su camino, pero fue ridiculizada como a una soñadora, o escarnecida como una fanática o mojigata”. Al comentar lo sucedido, el Códice sostiene: “Es la marca ordinaria de las obras que son verdaderamente de Dios, para ser puestas a prueba de las contradicciones y dificultades”. Mientras, la peste lejos de disminuir arreció con mayor rigor. No obstante lo ocurrido, Vicenta perseveró en la costumbre de rezar diariamente en el lugar de la aparición: “Allí, muchas veces, tuvo el consuelo de oír las voces de los ángeles cantando las glorias del Señor”. Segunda aparición
Dos años después, el 2 de agosto de 1428, la Virgen —movida una vez más por la compasión a sus hijos— se presentó nuevamente a Vicenta, renovando en esta ocasión su pedido y sus promesas. “Vicenta le obedeció de inmediato: bajó rápidamente de la montaña hacia la plaza, anunciando en voz alta al pueblo la visión y la orden recibida de la Reina del Cielo. Esta vez pudo ser creída por la multitud y fue llevada ante los rectores y diputados de la ciudad y el propio obispo, quienes, asombrados por la renovación de tal prodigio, decidieron que el pueblo y el clero fueran convocados para ir en procesión al monte Bérico”. Llegados a la cima de la colina, Vicenta señaló el lugar exacto de las apariciones y el trazo de la iglesia que María hizo con su propia mano. “Llenos de fe y esperanza en las promesas de la Virgen, los vicentinos decidieron erigir el templo de acuerdo con los mandatos recibidos. El 25 de agosto de ese mismo año se colocó solemnemente la primera piedra, y a partir de ese día la plaga se redujo considerablemente, para cesar en poco tiempo”. Así concluye el Códice la narración de las dos apariciones y el final sobrenatural de la peste. Afluyen las limosnas, surge el templo y la fuente milagrosa “Las limosnas que se recogían en aquellos días eran tan generosas, y tantos trabajadores se ofrecían a laborar sin retribución, que en solo tres meses un augusto templo sobresalió al lado del sublime precipicio”. “Es sabido —continúa el Códice— que las colinas de Berico carecen de agua de manantial. Varias veces, y en diferentes momentos, se practicaron excavaciones en las laderas, en las prominencias, e incluso recientemente, en los alrededores del Santuario, pero siempre en vano. “Solo en el momento de la construcción del templo, cuando el trabajo de los obreros era más fervoroso, se vio primero la piedra rezumando, luego goteando, y brotar del suelo para, finalmente, abrirse camino entre esas rocas áridas un chorro, una fuente que emitió tal profusión de agua para atender exhuberantemente a todas las necesidades de la obra”. La imagen titular Por fortuna la sagrada imagen de la Virgen, que hoy descansa en el altar mayor de la Basílica, es la misma que estaba expuesta en la iglesia de 1428. El Códice la describe como: “Imperiosa imagen de mármol… pintada con arte con varios y preciosos colores”. “La hermosísima estatua —escribe Pina Baglioni— de piedra tierna de los montes Béricos, que la tradición atribuye a Nicolò de Venecia, mide un metro con setenta y sigue el esquema clásico de la Mater misericordiae. Está de pie, en posición frontal, y su rostro, abierto a la sonrisa, está coronado por cabellos rizados puestos de relieve por el velo con vuelos. Su vestido es de arabescos dorados y por los hombros le baja el hermoso manto azul forrado de rojo, con los bordes de oro”. El 25 de agosto de 1900, el patriarca de Venecia, cardenal Giuseppe Sarto, futuro Papa san Pío X, subió al monte Bérico para oficiar la solemne ceremonia de coronación canónica de la imagen, distinguiendo así el valioso patrocinio de la Madre de Dios, bajo esta advocación. Venerable Vicenta Pasini
Entre la segunda aparición de la Virgen y el inicio del Processus sobre los acontecimientos del monte Bérico, entregaba su alma a Dios la única vidente de las apariciones, Vicenta Pasini. Convertida en objeto de veneración popular, la dichosa mujer fue enterrada en la iglesia de Todos los Santos, al pie del monte; sus restos fueron trasladados al santuario en 1810, tras la demolición de la iglesia. Hoy se descansan en la cripta de la Basílica. Desde entonces, el pueblo de Vicenza se ha cobijado una y otra vez bajo el manto de la Virgen, en búsqueda de auxilio y protección, sobre todo, en los momentos más difíciles de su historia: epidemias, hambrunas, terremotos, guerras. * * * El 24 de marzo pasado, el obispo de Vicenza, Mons. Beniamino Pizziol, por ocasión de la pandemia del Covid-19, renovó la consagración de la ciudad y de la diócesis a la Virgen de Monte Bérico. Italia, sin embargo, no es el único país asolado por este flagelo, es el mundo entero. ¿Qué nos pide ahora la Virgen? Lo mismo que en Fátima: oración, penitencia y enmienda de vida. ¿Estamos dispuestos a atender el pedido de la Madre de Dios? Mientras no lo estemos, mientras no queramos ponerlo en práctica… no nos quejemos de las presentes aflicciones.
Obras consultadas.- * Sebastiano Rumor, Storia Documentata del Santuario di Monte Berico, Officina Graf. Pont. S. Giuseppe, Vicenza, 1911. * Pina Baglioni, Un faro de salud y amparo en las tempestades de la vida, in 30 Días, Roma, noviembre de 2005.
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Una promesa, una esperanza Basílica de la Madonna de Monte Bérico |
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