José Carlos Sepúlveda da Fonseca “Nada terrible se hace de repente”, dice un viejo adagio portugués. Esto puede decirse de la reciente aprobación de la eutanasia en Portugal. Fue un proceso largo, y varios actores participaron en él. Por un lado, los mentores de los mal llamados “avances de la civilización” (avances de la barbarie, diríamos). Hubo partidos políticos, como el Partido Socialista, que en la reciente campaña electoral silenciaron de su programa el polémico tema de la eutanasia, para ocultarlo al electorado y poder ganar el voto de los incautos, entre ellos, el de muchos católicos. Hay otro partido también, que está tratando de aprobar medidas legales contra quienes abandonan animales o los sacrifican cuando están irremediablemente enfermos, pero que proponía la eutanasia con ufanía. También grupos de médicos que, violando los más elementales principios de ética profesional, dijeron estar a favor de este “derecho” a decidir matar. Voces conniventes, porque los proyectos de ley que se están analizando en el Parlamento portugués mencionan la necesidad de una evaluación final de los médicos para cumplir con la decisión del paciente de solicitar la “muerte asistida”. Por otra parte —y tal vez más terrible— muchos de los que deberían ser los paladines de la oposición a esta ignominiosa ley, se entregaron a la inercia, la contemporización, la omisión, el descuido, el pragmatismo, las promesas vanas, los golpes entre bastidores, el respeto humano para defender principios definidos. Durante la campaña electoral el tema no estuvo en debate, lo que significa que nadie interpeló al entonces Primer Ministro socialista sobre el tema de la eutanasia, como era el deber de quienes se autodenominan “oposición”.
Es triste decirlo, pero en esta oposición entreguista había muchas autoridades eclesiásticas de proyección. Renunciando a la misión específica confiada por Nuestro Señor de enseñar a todos los pueblos, prefirieron llevar el debate al campo de un humanismo vago y sin fe, de una defensa de la vida sin valores trascendentes, de una religión ecuménica y sin definiciones doctrinales. Hubo incluso quien sugirió que la “muerte asistida” (infame eufemismo para la solución final) era apenas una cuestión constitucional. Un cardenal recién nombrado desarrolló en un artículo “las diez razones civiles (!) contra la eutanasia”; y a última hora, sin ardor y sin verdadero empeño, como para lavarse el rostro, introdujo la mal explicada petición de un referéndum. Parecería que esta “oposición” tuvo apenas el propósito de diluir la fuerza de la reacción, anestesiando a los que debían reaccionar. * * * Para concluir, me remito a las graves advertencias hechas hace más de un siglo por la Santísima Virgen en Fátima, cuando habló a los tres pastorcitos sobre la inmensa y grave crisis que asolaba a la sociedad y a los Estados en todo el mundo. Muchos católicos, incluyendo eclesiásticos, particularmente en Portugal, silencian el Mensaje de Fátima en su núcleo, o casi se avergüenzan de él. Pero los radicales, que bajo el manto de la moderación gobiernan Portugal, eligieron el día del centenario de la muerte de santa Jacinta Marto (20 de febrero) para aprobar esta infame ley en el Parlamento. ¿Simple coincidencia? No se engañe, querido lector, porque no existen tales coincidencias. Y que esto nos sirva de lección.
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