PREGUNTA En una rueda social, la conversación recayó sobre horóscopos, cartas del tarot y cosas por el estilo. Una de mis amigas reconoció que le gusta consultar el horóscopo a diario, y un amigo dijo que suele recurrir a adivinos para que le orienten en sus decisiones más importantes y hasta para satisfacer ciertas curiosidades. Recuerdo haber oído, cuando era joven, que la Iglesia condena esas cosas. ¿Todavía lo desaprueba? ¿O hubo alguna atenuación en su enseñanza? RESPUESTA
La pregunta de mi interlocutor es muy pertinente, porque cuando la fe entre los fieles declina, las supersticiones en la sociedad aumentan automáticamente. El santo Cura de Ars solía decir: “¡Dejen una iglesia sin sacerdote durante veinte años y los feligreses adorarán a las vacas!”. Esto se debe a varios factores. Por un lado, todos tenemos dudas, interrogantes, inseguridades; y por otro lado, somos curiosos y nos gustaría saber de antemano qué pasará con nosotros y en nuestro entorno. Resultado: cuando la gente pierde la fe, va a buscar las certezas en la superstición. Algunas personas imaginan que, leyendo el horóscopo, acertarán el número de la lotería o de las apuestas. Esto es grave, no solo del punto de vista religioso, sino también del de la salud comportamental. Los estudios han demostrado que las personas cuyo “horóscopo del día” es negativo tienden a comportarse de modo compulsivo e irresponsable. Supersticiones que afrentan a la sabiduría La respuesta a la pregunta del consultante es muy simple, y se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2116): “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf. Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios”.
Este rechazo absoluto de la adivinación proviene del Antiguo Testamento, ya que el mundo pagano estaba dominado por las creencias en la astrología. Los romanos, por ejemplo, creían que las estrellas eran divinidades, o al menos eran controladas por divinidades. Apolo era el dios del Sol, su hermana Diana era la diosa de la Luna y los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno también eran divinidades. Lo mismo sucedía con los semitas que rodeaban a Israel, por lo que la Biblia contenía repetidos mandatos contra la adoración de las estrellas (Dt 4, 19; 17, 3; 2 Re 17, 17; Jr 8, 2; Sof 1, 5). En los primeros días de la Iglesia, los astrólogos continuaron enseñando que todas las cosas estaban sujetas al “destino”, que gobernaba a los hombres, y que la buena o mala suerte podía conocerse de antemano leyendo las estrellas. Los Padres de la Iglesia y los primeros cristianos se opusieron a la astrología desde el principio y le atribuyeron con vehemencia un origen demoníaco. Ya en el año 120 de nuestra era, el matemático Aquila Ponticus habría sido excomulgado por negarse a abandonar la práctica de la astrología. La astrología y la posición de san Agustín La refutación más simple y convincente de la supuesta influencia de las constelaciones en la vida de las personas, la ofrece san Agustín en sus famosas Confesiones. Cuenta que cuando aún creía en la influencia de las estrellas, un amigo suyo llamado Fermín fue a consultarle sobre un negocio. En medio de la conversación, le dijo que su padre y un amigo eran muy versados en astrología, y que anotaban hasta la hora del nacimiento de los animales domésticos, para perfeccionar su ciencia. Cuando la madre de Fermín quedó embarazada de él, el amigo del padre notó que una esclava suya también esperaba un hijo. Entonces acordaron que, en el momento del parto, cada uno debía estar al lado de una de las parturientas y avisaría al otro del respectivo nacimiento por medio de un mensajero. Sucedió que los mensajeros se encontraron a mitad de camino, de donde dedujeron que Fermín y el hijo de la esclava habían nacido exactamente a la misma hora, por lo que sus destinos debían estar influenciados por el mismo signo zodiacal. Narra san Agustín: “El resultado fue que Fermín, al nacer dentro de una familia de la nobleza local, comenzó a transitar por caminos de rosas, crecía en riquezas y escalaba honores, mientras que aquel esclavo, que no consiguió sacudir el yugo de su condición, continuaba sujeto al servicio de sus amos. Así lo contaba Fermín, que conocía a fondo el caso. Después de escuchar este relato y de darle crédito, por la persona que me lo contaba, se desmoronó toda mi intransigencia [en abandonar la astrología] y mi obstinada actitud”.
En cuanto al negocio que le había traído a Fermín hasta él, san Agustín le dijo entonces que, si el esclavo viniera a consultarle sobre la influencia de las constelaciones en un negocio suyo, resultaría que, si les dijera las mismas cosas a los dos, que tuvieron destinos tan diferentes, diría mentiras. Por lo cual dedujo que la astrología, cuando acierta y dice cosas verdaderas, “no son verdaderas o acertadas en base a una técnica, sino por azar. Y las predicciones falsas no se deben a una incompetencia personal o a fallos técnicos, sino a una mala jugada de la casualidad”. Prosigue el santo obispo de Hipona en sus memorias: “Para profundizar en el tema, me puse a estudiar el caso de los mellizos”. Así llegó a la conclusión de que un astrólogo, “partiendo del estudio de idénticos gráficos [astrales], debería decir lo mismo de Esaú y de Jacob, pero vemos que la suerte de estos dos personajes fue muy distinta. Luego los pronósticos serían falsos”. Fue así como san Agustín dejó de creer en la astrología y comenzó a creer en la Providencia divina y a adorar sus designios: “Eres Tú, Señor, regulador justísimo del universo, el que actúas, sin que tengan conciencia de ello ni consultores ni consultados, con una inspiración misteriosa” (Confesiones, VII, VI, 8-10). De donde es contrario a la sabiduría consultar horóscopos y pensar que la alineación de los astros pueda tener alguna influencia en el curso de la vida personal. Las prácticas supersticiosas son condenables ¿Qué decir de los que consultan adivinos o practican el espiritismo para conocer el futuro? Siendo obispo de la diócesis de Stockton, al norte de California, Mons. Donald W. Montrose publicó en 1991 una sustanciosa carta pastoral titulada The occult has demonic influence (El ocultismo y su influencia demoníaca). Dice en su introducción: “por ocultismo entendemos una influencia suprahumana o sobrenatural que no proviene de Dios”. Y denomina “conocimiento prohibido” a aquel “que es obtenido fuera de la influencia divina o por el camino normal en que los humanos tenemos conocimientos”, con la ayuda de la adivinación o de los espíritus.
El prelado explica que “el espiritismo envuelve la comunicación con los muertos o con el mundo de los espíritus, por algún medio psíquico u oculto”, estando “envueltos algunas veces en curaciones, brujerías, adivinación y hasta en la bendición de los hogares”. Y agrega: “No importa que haya imágenes, agua bendita, crucifijos, oraciones a Jesús, a María y a los santos, si hay cualquier práctica supersticiosa, es malo. … Algunas veces el curandero receta alguna pócima especial y también prescribe oraciones ‘católicas’ que deben rezarse. Ninguna de estas ‘oraciones’ debe decirse en estas circunstancias, porque fueron preparadas bajo la influencia del mal”. Según Mons. Montrose, “Si han estado envueltos en brujería, deben renunciar al demonio, renunciar a la brujería que hayan practicado y a toda brujería, pedir perdón a Dios y confesar su pecado a un sacerdote”. Su recomendación va más allá: “Desháganse de todo cuanto hay en su hogar que haya tenido alguna relación con brujería, espiritismo o haya sido usado por algún curandero, un médium, en alguna religión oriental, alguna secta, o que haya sido usado para alguna superstición. Destrúyanlo o asegúrense de que sea destruido”. Concluyo estas consideraciones con otra recomendación pastoral del mismo obispo, empeñado en la salvación de las almas: “Aunque ustedes no sean sacerdotes, como católicos bautizados tienen un poder que no conocen … podemos pedir a Dios que proteja y bendiga nuestros hogares … La consagración del hogar y la familia al Sagrado Corazón de Jesús es otra bella costumbre católica. Necesitamos tener en nuestros hogares un Crucifijo y cuadros del Sagrado Corazón y de la Santísima Virgen … Jesús, mediante su pasión, muerte y resurrección, ha destruido el poder del Maligno”.
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