La tres veces coronada Ciudad de los Reyes de Lima, fundada el 18 de enero de 1535 por D. Francisco Pizarro, pronto se convirtió en el centro de la irradiación cultural de todo el continente, con el que comparte grandes afinidades de espíritu. El arte barroco, a su vez, con todos sus contornos de alma y formas de vida, fue el crisol del que surgió lo más significativo de la arquitectura iberoamericana.1 José Antonio Pancorvo Lima, la metrópoli donde residió la Corte de los Virreyes durante casi tres siglos, desarrolló un estilo propio. Otras ciudades peruanas ostentan grandes monumentos religiosos, pero la capital peruana alberga las principales obras de arquitectura civil. Ciudad en la que surgieron incontables místicos, también ha sido marcada por los terremotos, a veces devastadores. En 1684 y 1746 la mejor parte de Lima fue destruida. A pesar de ello, han sobrevivido algunos magníficos ejemplos del arte hispánico virreinal. Observemos estos ángulos, bañados por la luz del sol, suavizada en cierta medida por la neblina que, con mayor o menor intensidad, cubre el cielo limeño la mayor parte del año, contribuyendo a formar la atmósfera mística e imaginativa de la legendaria capital del Virreinato.
El pórtico de la iglesia de San Agustín es frondoso y cargado, pero también vertical y altivo. Es una inmóvil cascada de arabescos de piedra, pero sus columnas sugieren un movimiento espiral ascendente. Toda la eminencia barroca entra en juego, sin embargo, en una sincera e ingenua búsqueda de la pompa sagrada. La minuciosidad suntuosa, que recuerda a la plata labrada, se conjuga perfectamente con una grandeza alucinante y vivaz. El palacio de los marqueses de Torre Tagle también es una fantasía. En su sorprendente pórtico, las grandes cornisas descansan sobre masas de aspecto más pesado que las frágiles columnas principales, lo que da al estilo una impresión de ensueño. En su parte superior se aprecian dos columnas “aéreas” y termina en arabescos y cornisas inusuales. Los balcones miradores son lugares de observación y comentario sosegado, como parecen sugerir las columnatas que los coronan. El primoroso esfuerzo de la imaginación ordenada hacia la conquista de nuevas formas “inútiles” y encantadoras: esto es lo que representa el conjunto. En su encanto, carece de cierta lógica, pero su vistosa libertad resulta noblemente original y cortésmente superior.
* * * Mayores ocasiones para lo inesperado nos ofrecen sus interiores, ya que aprovechan al máximo los espacios por los que se transita. La nave lateral derecha de la iglesia de San Pedro sorprende con un altar dorado detrás de cada uno de sus arcos, a modo de sucesivas cortinas de arabescos de oro sobre fondo púrpura. En uno de ellos, una placa de mármol indica que allí reposa el corazón del Conde de Lemos, Grande de España.2 En los salones de la mansión de los condes de Fuente González,3 los motivos dorados se multiplican indefinidamente por un juego de espejos y puertas de cristal. La puerta en primer plano conduce a otra y detrás de ella hay un espejo. Asimismo, el espejo contiguo refleja una puerta que conduce a otros ambientes.
Se forma un verdadero arabesco de perspectivas y expectativas que sugieren una intensa vida social, abundante en planos de observación. En estos salones, hay que evocar las numerosas pelucas que ondean, las sedas que crujen y los abanicos que se agitan. * * * Una estrecha armonía enlaza estas cuatro ilustraciones. Son dos fachadas y dos interiores. Las primeras, de piedra, ostentan un valor perpetuo y fijo, de devoción o de honor. Los otros dos, dorados, juegan suntuosamente con el alma de los que transitan por el ambiente. Dos ejemplos de la vida religiosa y dos de la vida civil. Los primeros se sirven del lujo para elevar el espíritu a consideraciones más elevadas. Los civiles utilizan el esplendor para realzar la vida social. Ambos sorprenden y atraen. Les une una continuidad artística y ceremoniosa.
En los cuatro ejemplos hay un esfuerzo de magnificencia y un anhelo de trascendencia imaginativa. Junto a sus exuberantes ondulaciones barrocas, el combate está presente. San Agustín aplasta a los herejes y en el pórtico del Palacio de Torre Tagle hay un lema heráldico que recuerda la leyenda medieval de la familia: “Tagle se llamó el que la sierpe mató y con la infanta casó”. En medio de la dispersión visual de los salones de la mansión de los condes de Fuente González, muy a la manera española, hay muebles de madera negra. Al final de la nave lateral de la iglesia de San Pedro brilla la estrella que guiaba a los conquistadores: la Cruz. Innumerables solemnidades y celebraciones eclesiásticas, oficiales y privadas, tuvieron lugar en estos hermosos monumentos del arte sacro y temporal. Se lanzaban flores desde los balcones sobre las procesiones y los salones se llenaban después de los bautizos. Son cuatro imágenes de una época dorada en la que la disciplina de los valores del espíritu y el sentido de las formalidades mantenían en alto los esplendores de la pompa.
Notas.- 1. El presente artículo fue publicado originalmente en la revista Catolicismo nº 366, junio de 1981, p. 7. 2. En ella se lee textualmente: “Aquí reposa el corazón del Excmo. Sr. D. Pedro Antonio Fernández de Castro, X Conde de Lemos y XIX Virrey del Perú, traído de la derruida iglesia de los Desamparados y colocado junto a la imagen de la Virgen de dicha advocación en obedecimiento a sus disposiciones testamentarias y al lado del altar de San Francisco de Borja su antepasado”. 3. La antigua casona de los condes de Fuente González y de Villar de Fuentes es también conocida como Casa Barbieri, en atención a quien la adquirió y refaccionó a comienzos del siglo XX.
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