PREGUNTA Quisiera que comentara este pasaje de la Sagrada Escritura, tal vez uno de los más impresionantes: «Entonces habló Josué al Señor en aquel día en que entregó al Amorreo a merced de los hijos de Israel, y dijo en presencia de ellos: Sol, no te muevas de encima de Gabaón; ni tú, Luna, de encima del valle de Ayalón. Y el Sol y la Luna se pararon, hasta que el pueblo del Señor se vengó de sus enemigos. ¿No está esto escrito en el libro de los justos? Se paró, pues, el Sol en medio del cielo, y detuvo su carrera sin ponerse por espacio de un día. No hubo antes ni después día tan largo, obedeciendo el Señor a la voz de un hombre, y peleando por Israel» (Jos. 10, 12-14). ¿Es posible que Dios haya detenido alguno de los astros, el Sol o la Tierra? Cualquiera de los dos eventos ocasionaría la destrucción de nuestro planeta, o alguna otra catástrofe del sistema solar. ¿Sería posible entonces que Dios, creador de todo, incluso del tiempo, hubiese generado una “burbuja temporal” en una determinada región geográfica, donde el tiempo se hubiera detenido? RESPUESTA Éste es realmente un pasaje célebre de la Sagrada Escritura, que estuvo en el epicentro del proceso de Galileo, que defendía el heliocentrismo, contra la opinión entonces corriente, incluso en los medios científicos, de que el Sol giraba alrededor de la Tierra.
Muy sabiamente, San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia —e hijo del grande y prudentísimo San Ignacio de Loyola—, ponderaba a sus colegas teólogos que no debían inmiscuirse en cuestiones científicas; pues si la ciencia llegara a la conclusión de que el heliocentrismo era verdadero, lo cual no contrariaba ningún dogma de la Iglesia, los exegetas deberían estudiar nuevamente su interpretación de aquel pasaje de la Sagrada Escritura, una vez que no puede haber contradicción entre fe y ciencia, siendo Dios al mismo tiempo autor de la Escritura y creador de las leyes que rigen al universo. Galileo, además, que alternaba con diversos cardenales romanos, incluso con el cardenal Barberini (futuro Papa Urbano VIII), con quien sostenía largas tertulias a respecto del tema, llegó a sostener por escrito la tesis de San Roberto Belarmino, en una famosa carta a la gran duquesa de Toscana, Cristina de Lorena. Además, el heliocentrismo ya había sido defendido anteriormente por el científico polaco Nicolás Copérnico, sin recibir por ello condenación alguna. La condenación de Galileo Galilei Lamentablemente el caso tomó el peor camino posible, como es bastante conocido. Por un lado, Galileo no consiguió convencer ni siquiera a sus colegas científicos, incluso al famoso Kepler, pues las pruebas que alegaba no eran concluyentes; además, muchas se revelaron después falsas (una de ellas, el fenómeno de las mareas, que él atribuía a la rotación de la Tierra, mientras hoy está comprobado que se debe principalmente a la atracción de la Luna; a un objetante que le aventó esta hipótesis, Galileo le replicó, muy burlescamente, que eso era una “imbecillità”). Por otro lado, el parecer de los consultores teológicos de aquel tiempo, contrariamente al consejo de San Roberto Belarmino, se aferró a las ideas vigentes del geocentrismo, y declaró que el sistema de Galileo era filosóficamente falso y absurdo, y formalmente herético por contradecir los textos bíblicos, según su sentido propio y la interpretación unánime de los Padres y Doctores de la Iglesia. Hoy en día la cuestión está perfectamente dilucidada. Por su parte, la Iglesia, ya en el pontificado de Benedicto XIV (1740-1758), levantó la interdicción al heliocentrismo y rehabilitó indirectamente la figura de Galileo (200 años antes de haberlo hecho formalmente Juan Pablo II), en que pese al carácter burlesco del personaje, que envanecido por su intuición científica (para la cual no presentaba argumentos convincentes, como fue dicho), se burlaba de sus adversarios, incluso ridiculizando al Papa Urbano VIII, antes amigo suyo. Pues bien, todo esto es para decir cómo se debe ser cauto en estas materias que envuelven aparentes contradicciones entre fe y ciencia. Nuevo aspecto de la cuestión: perturbación cósmica El lector señala, con razón, que una parada brusca, tanto de la Tierra cuanto del Sol —de ser interpretado literalmente el episodio de Josué—, no es concebible según los actuales conocimientos de mecánica celeste: la Tierra gira alrededor del Sol, éste gira alrededor del centro de la galaxia, ésta se mueve en relación al conjunto de las galaxias, de manera que una frenada brusca ni siquiera es imaginable. Basta imaginar que a un vehículo que se desplaza a 120 km por hora, le tomaría decenas de metros hasta parar, después que el conductor haya pisado fuertemente el freno (sin hablar de la posibilidad de una volcadura). En vista de eso, los exegetas se pusieron a la búsqueda de explicaciones de orden físico para el fenómeno de la “detención del Sol” descrita en el libro de Josué. Según estas explicaciones, los ángeles, que tienen el poder de actuar sobre la materia (no pueden crearla), podrían haber dirigido los rayos solares hacia la región de la batalla de Josué, de forma que el día permanezca aún claro, para que él pudiera concluir su victoria sobre los cinco reyes amorreos coaligados contra el pueblo de Israel. En este caso, ni el Sol ni la Tierra se habrían detenido. A partir de la premisa filosófico-teológica de que los ángeles pueden actuar sobre la materia, la explicación es coherente y aceptable. Basta pensar en los demonios de los aires, a los cuales Dios permite que atormenten a los hombres con el lanzamiento de ollas, vajillas y otros objetos —los llamados en alemán poltergeist, cuya actuación está bien documentada. Si Dios permite que los demonios —que son ángeles (malos)— hagan eso, con mucha mayor razón mueve a los ángeles buenos para que hagan el bien a los hombres. En el caso concreto, la defensa del pueblo elegido contra el ataque de sus enemigos. Incluso ahí, es justo hablar de milagro, porque las leyes de la naturaleza son manipuladas por los ángeles de una manera que no es dada a los hombres. El milagro en este caso, en los términos descritos, es perfectamente posible sin ninguna perturbación cósmica.
Asimismo, hay un hecho moderno de notoriedad mundial, que también desafía las leyes de la ciencia, y para cuya explicación aún no se llegó a un consenso. Es el llamado Milagro del Sol, ocurrido el día 13 de octubre de 1917 en Fátima, y atestiguado por una multitud calculada en 50 mil personas. Ya tratamos de ese asunto en nuestra columna de febrero de este año, en la cual mostramos que han sido tanteadas algunas explicaciones, pues en ese caso también es inimaginable, según las leyes de la física, que el Sol se haya precipitado sobre la Tierra. Puede haber ocurrido entonces un fenómeno visual semejante al de la explicación dada para el episodio de Josué: los ángeles, por mandato divino, habrían dirigido los rayos solares de manera que pareciera que el Sol caía sobre la Tierra. O también, según otros, que hubiese ocurrido un fenómeno atmosférico natural, como el de los “lentes de aire”, que produjera el mismo fenómeno visual (cf. Tesoros de la Fe, nº 86, febrero de 2009). De cualquier modo, no puede dejar de ser calificado como milagroso que ese fenómeno natural, por lo demás rarísimo, hubiese ocurrido precisamente el día, a la hora y en el lugar anunciados por los videntes con tres meses de antecedencia. En este caso los ángeles también habrían actuado, no para dirigir los rayos solares, sino para crear condiciones atmosféricas tales que los rayos solares, al incidir sobre esos “lentes de aire”, produjeran el fenómeno descrito por decenas de miles de testigos. Explicación según la exégesis más reciente Todo eso llevó a los exegetas a buscar otro camino. Analizando literariamente la narración del episodio, se verifica que el hecho profético de Josué —desplazándose hacia Gabaón en una marcha nocturna de 30 km, sorprendiendo a los cinco reyes coaligados y derrotándolos— constituyó una proeza que a sus contemporáneos les pareció tan grande, que no cabía a lo largo de un día. Además, Josué contaba con la promesa divina: “No los temas, porque yo los entregaré en tus manos y ninguno de ellos podrá resistirte” (Jos. 10, 8). De ese modo, el hecho asumió contornos épicos y fue cantado en prosa y verso. La licencia poética habría entonces puesto en los labios de Josué la interpelación al Sol y a la Luna, para que parasen, a fin de aumentar la extensión del día, permitiendo que en él cupiese toda la proeza realizada. En esta hipótesis, no habría habido un milagro físico, y sí una ayuda divina especialísima, dando a Josué y sus guerreros la fuerza y la destreza para realizar con éxito toda la operación bélica. Ésta es la interpretación de la Biblia Comentada de los profesores de Salamanca (B.A.C., Madrid, 1961, t. 2, p. 45). Como la exégesis moderna tiende —de modo cuestionable y peligroso— a encontrar una explicación natural para todos los hechos narrados en la Biblia, comprendemos que alguien reciba esta interpretación con reservas. De cualquier modo la registramos, para que el lector tome conocimiento de todos los enfoques de la cuestión, y así comprenda la cautela que es necesario tener en estas materias. Siempre teniendo presente la afirmación de Nuestro Señor: “Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt. 19, 26; Mc. 10, 27).
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