En el artículo del mes pasado vimos la introducción que Santa Teresa de Jesús hace a sus consideraciones sobre la oración por excelencia. A continuación reproducimos el comentario a la primera petición : "Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre" que la santa carmelita recomienda meditar los días lunes.*
Considere que su Padre es Dios, Trino en personas y Uno en esencia, un ser sin principio, pero principio, autor y causa de todos los seres, por quien nos movemos, en quien vivimos y por quien somos y que todo lo sustenta y todo lo mantiene. Considérese hijo de este Padre tan Poderoso, que puede hacer infinitos mundos y es tan sabio que sabe regir a todos sin hacer faltar su Providencia a ninguna criatura, desde el más alto Serafín hasta el más bajo gusanillo de la tierra. Es tan bueno que gratuitamente siempre se está comunicando con todos según la capacidad de cada uno. Y el hombre considere en especial esta bondad y diga: “¡Qué bueno es este Padre para mí! que quiso crearme y gozase de la dignidad de ser hijo suyo, dejando de crear a otros hombres que fueran mejores que yo”, considerando así cuánto merece ser amado y servido este Padre, que solo por su bondad creó para mí todas las cosas y a mí para que lo sirviese y gozase de Él. Pida, además, para todos los hombres luz para que lo conozcan, amor para que lo amen y le agradezcan tantos beneficios, para que todos sean virtuosos y santos, que en ellos resplandezca la Imagen de Dios, su Padre, y que sea por todos glorificado y santificado su nombre paternal, el cual, como Padre, creó hijos parecidos a Él. Procúrese luego —trayendo a la memoria los muchos pecados de los hombres— un grave dolor de ver a este buen Padre ofendido por sus hijos ingratos; pero también alegrarse de ver que hayan siervos de Dios, en quienes resplandece la santidad de su Padre. Entristecerse por cada pecado y mal ejemplo que ve y alegrarse por cada virtud que ve y oye, y dando gracias a Dios porque creó a los santos mártires, confesores y vírgenes, que manifiestamente demostraron ser hijos de tal Padre. Tras esto se sigue la confusión por haberle uno mismo ofendido, de no haberle agradecido sus beneficios y de tener tan indignamente el nombre de hijo de Dios, que debe engendrar corazones reales y generosos, considerando aquí las situaciones de los padres que aman a sus hijos aunque sean feos, que los mantienen aunque sean ingratos, que los sufren aunque sean viciosos, que los perdonan cuando vuelven a su casa, bajo su obediencia, que estando ellos descuidados de todo, los padres les acrecientan sus mayorazgos y haciendas. Considerando que todos estos aspectos están en Dios con infinitas ventajas, lo cual es causa de enternecerse el alma y cobrar confianza de nuevo, de perdón para sí y para todos, y no menospreciar a nadie, viendo que tiene tal Padre, que es común a hombres y ángeles. * Biblioteca de Autores Españoles - Escritos de Santa Teresa, M. Rivadeneyra, Madrid, 1861, t. I, p. 539, con ligeras adaptaciones.
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Santa María de la Antigua. Patrona de Panamá |
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