PREGUNTA ¿Cuál es la posición en que debemos recibir el Cuerpo de Cristo? ¿Arrodillados o de pie? Y, después de la comunión, ¿debemos arrodillarnos o sentarnos para hacer la acción de gracias? RESPUESTA Por ocasión del Concilio Vaticano II (1962-1965) y después de él, los espíritus se agitaron a tal punto que las concepciones más insólitas fueron colocadas en circulación. Una de ellas decía que los cristianos de nuestros días superaron las fases de la infancia y de la adolescencia y que hoy son cristianos adultos. Y que era llegado el momento de dar un paso adelante. La Iglesia constantiniana —así llamada porque nació con el cese de las persecuciones de los emperadores romanos y la conquista de la libertad decretada por Constantino en el Edicto de Milán, el año de 313— correspondía a las fases de infancia y adolescencia del cristianismo. Se comentaba que el Concilio Vaticano II debería, pues, crear las instituciones, doctrinas y ritos propios para la fase adulta de la Iglesia a que se había llegado. En lo que concierne a la liturgia de la misa, se decía que los laicos deberían tener una participación activa y ejercer funciones antes realizadas exclusivamente por el sacerdote oficiante. Así, algunas lecturas y oraciones deberían ser confiadas a los asistentes, tanto hombres como mujeres, en particular la lectura de la Epístola. Que nada impedía que hasta el sermón fuera pronunciado por laicos o incluso laicas (propuesta que abriría el camino para la posterior reivindicación del sacerdocio de las mujeres). En lo que se refiere a la recepción de la comunión, se preconizaba que debería ser recibida en la palma de la mano, y no en la boca. La Sagrada Eucaristía constituye nuestro alimento espiritual, y un adulto se alimenta por sí mismo, no precisa que se le ponga en la boca, como se hace con los niñitos. Y para indicar que se alcanzó la madurez, es mejor estar de pie que arrodillado, al recibir la comunión. Estar arrodillado significaría una manifestación de inferioridad con relación a otro, lo que no conviene a fieles adultos, co-participantes con el sacerdote en el misterio eucarístico que está siendo celebrado. Con estas medidas, se rescataría la madurez de los fieles y, además, se rompería aquella (presumida) pasividad de los asistentes durante las misas del período constantiniano. En el mismo orden de ideas, el altar debería estar vuelto hacia el pueblo fiel, para que quedase más evidente su co-participación en el acto “presidido” por el sacerdote. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II Conforme lo han destacado importantes revistas católicas (cf. Catolicismo, nº 723, marzo de 2011), se entabla actualmente en la Iglesia una viva discusión acerca del grado de asentimiento debido a los documentos del Concilio Vaticano II. Uno de los puntos de esta discusión envuelve la reforma litúrgica que sobrevino al Concilio, promulgada bajo la égida de Paulo VI. Nos referimos a ella apenas para encuadrar mejor la pregunta de la consultante.
Tal como fue aplicada, la reforma litúrgica condujo a muchos abusos que obligaron a los sucesivos Papas a intervenir varias veces para cohibirlos. Así, la Instrucción Redemptionis Sacramentum, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicada por indicación de Juan Pablo II el 25 de marzo de 2004 y rubricada por el Cardenal Francis Arinze, prefecto de dicha Congregación, después de tratar de la reforma litúrgica, añade: “Sin embargo «no faltan sombras» (cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, de 17-4-2003, nº 10)”. Y prosigue: “Así, no se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia, que en nuestros tiempos, no raramente, dañan las celebraciones litúrgicas en diversos ámbitos eclesiales. En algunos lugares, los abusos litúrgicos se han convertido en una costumbre, lo cual no se puede admitir y debe terminarse” (doc. cit., nº 4). En el prefacio del libro de Mons. Klaus Gamber sobre la reforma litúrgica, el entonces Cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI), usa palabras aún más incisivas: “En su realización concreta, [la reforma litúrgica] no fue una reanimación, sino una devastación” (cf. Klaus Gamber, La réforme liturgique en question, Éditions Sainte Madeleine, Le Barroux, 1992, p. 6). Confirmados por estas afirmaciones, es comprensible que muchos fieles manifiesten su extrañeza delante de ciertas novedades introducidas en los ritos católicos, como, por ejemplo, sobre el modo de comulgar. Tradición: comunión en la boca y de rodillas Una de las novedades fue la que motivó las preguntas de la consulta: ¿se debe comulgar de pie o de rodillas? ¿La acción de gracias se debe hacer de rodillas o sentado? Era un problema que no se concebía antes de la reforma litúrgica conciliar. Resolvamos antes una cuestión que la lectora no destacó, pero que aflige a muchas personas: ¿comunión en la mano o en la boca? — El modo tradicional es recibirla en la boca, porque a nadie se le ocurría pensar que estaba siendo tratado como niño haciéndolo así. Aún hoy, aunque permitiendo que se reciba en la mano, la Congregación para el Culto Divino no deja de advertir los diversos peligros que de ahí resultan. La forma tradicional es en la boca, y no en la mano, según ya registraba Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica: “Por respeto a este sacramento ninguna cosa lo toca que no sea consagrada, por lo tanto los corporales como el cáliz se consagran, lo mismo que las manos del sacerdote, para poder tocar este sacramento” (parte III, cuestión 82, artículo 3, tercera respuesta). En cuanto a arrodillarse, éste es un acto por excelencia de adoración, indispensable en el momento de la comunión. Así escribe Benedicto XVI en la exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, del 22 de febrero de 2007 (nº 66): “Uno de los momentos más intensos del Sínodo fue cuando, junto con muchos fieles, nos desplazamos a la Basílica de San Pedro para la adoración eucarística. Con este gesto de oración, la asamblea de los Obispos quiso llamar la atención, no sólo con palabras, sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración. En este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II. Mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento. Una objeción difundida entonces se basaba, por ejemplo, en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento. Ya decía San Agustín: «nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; […] peccemus non adorando – Nadie come de esta carne sin antes adorarla […], pecaríamos si no la adoráramos» (Enarrationes in Psalmos 98, 9)”. Es digno de nota que, según consta, el actual Pontífice Benedicto XVI, a partir de la solemnidad del Cuerpo de Cristo de 2008, solamente distribuye la comunión directamente en la lengua y estando los fieles arrodillados. Así, es notoria la tendencia de la autoridad suprema de retornar a la forma tradicional. Y por la misma razón de reverencia y adoración al Santísimo Sacramento se debe hacer la acción de gracias también de rodillas, a menos que indisposiciones que provengan de enfermedad u otra debilidad física momentánea no lo permita. Es lo que vivamente recomendamos a la distinguida consultante.
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