San Juan Bosco Por temor de que lo condenaran a la misma pena que a su Maestro, lo negó Pedro tres veces en casa de Caifás, asegurando que ni siquiera le conocía. Pero, al oír cantar al gallo dos veces, recordó lo que le había dicho el Redentor, que en ese mismo momento le dirigió una mirada cariñosa: se arrepintió de corazón, salió de aquel lugar peligroso y lloró amargamente su pecado. No hizo lo mismo Judas. La mañana siguiente, habiendo oído que su divino Maestro había sido declarado reo de muerte, fue a donde estaban los príncipes de la sinagoga y entregándoles el dinero que le habían dado les dijo: —“He pecado entregando la sangre de un justo”. A lo que le contestaron: —“¿A nosotros qué? ¡Allá tú!”. Él entonces, en lugar de arrepentirse, tiró los dineros en el templo y, huyendo desesperado, fue a ahorcarse en un árbol con un cabestro y, como se le abriera el vientre, sus entrañas se desparramaron en el suelo.
Jesús es llevado ante Poncio Pilatos Aunque Caifás pronunciara la sentencia de muerte contra Jesús, sin embargo, como ya no tenían el poder supremo los judíos, no podía ejecutarse si no recibía confirmación de Poncio Pilatos, enviado por los romanos a gobernar la Judea. Conducido por este motivo Jesús ante Pilatos, fue acusado por los judíos como alborotador de la plebe, y también de que impedía pagar el tributo al César y pretendía hacerse rey de los judíos. Pilatos lo llamó aparte y le dijo: —“¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús le contestó que sí, y añadió luego: —“Mi reino no es de este mundo”, es decir, que su autoridad no proviene de los hombres, ni su reino está constituido como los reinos de la tierra. Pilatos replicó: —“Entonces, ¿tú eres rey?”. Y Jesús contestó: —“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad”. Pilatos le preguntó: —“¿Qué es la verdad?”, y sin aguardar contestación dijo a los que le acusaban que él no veía en Jesús causa alguna para condenarlo a muerte y lo envió al rey Herodes Antipas. Este deseaba ardientemente verlo, confiando que obraría algún milagro en su presencia; pero Jesús no contestó a ninguna de sus preguntas. Por esto, Herodes lo despreció poniéndole una vestidura blanca de loco y lo envió a Pilatos. Entre tanto, las turbas instaban para que se le condenase a muerte, pero conociendo Pilatos que era inocente le quiso salvar. Como era costumbre poner por Pascua en libertad a un reo condenado a muerte, propuso al pueblo que escogiera entre Cristo y un asesino, llamado Barrabás. Creía Pilatos que salvarían a Jesús, pero el pueblo, instigado por los sacerdotes y los fariseos, pidió a gritos que se pusiera en libertad a Barrabás. Entonces, dijo Pilatos: —“¿Qué haré con Jesús Nazareno?”, y todos gritaron: —“¡Crucifícalo, crucifícalo!”. —“¿Qué mal ha hecho?”, preguntó Pilatos. El pueblo frenético repitió: —“¡Crucifícalo!”.
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