Vidas de Santos Santa Clara de Asís

¡Una luz que iluminó el mundo!

Fray Tomás de Celano (1200-1265) comienza así su Vida de Santa Clara:
“Hubo en la ciudad de Asís una mujer maravillosa y llena de virtud, que se llamaba Clara. En esta ciudad había nacido también el señor san Francisco.
Y la señora santa Clara reinó con él en la tierra, y se fue a reinar con él
[en el cielo] perdurablemente”.

Plinio María Solimeo

Clara de Asís, Simone Martini, 1322–1326 – Pintura al fresco, Basílica inferior de San Francisco de Asís

Sobre una graciosa colina del hermoso valle del Espoleto se alza la ciudad de Asís, en Italia. Con sus edificios de granito rosa, encanta al visitante a primera vista. Sin embargo, quedan aún más encantados cuando descubren los innumerables vestigios de los dos grandes santos que son la gloria de la ciudad: san Francisco y santa Clara.

A diferencia del Poverello (Pobrecillo), que procedía de una familia de comerciantes, Clara era hija de Favarone Offreduccio de Scifi, conde de Sasso-Rosso, acaudalado representante de una antigua familia romana. Su madre, la beata Ortolana de Asís, pertenecía a la antigua y noble familia de los Fiumi.

Aprobación de la regla franciscana por el Papa Inocencio III, Antonio Carnicero Mancio, c. 1789 – Óleo sobre lienzo, Museo del Prado, Madrid

Mientras esperaba a Clara, Ortolana se hallaba en oración pidiendo a Dios un buen parto, y le pareció oír una voz que decía: “No temas, dichosa mujer, porque de ti nacerá una luz brillantísima que disipará muchas tinieblas”. Por este motivo llamó Clara a la niña, que dio a luz el 16 de julio de 1194.

Con una madre tan piadosa, Clara se sintió desde pequeña inclinada a la virtud. Era dulce, modesta, tranquila, muy afable, obediente y veraz en sus palabras. Recibió la educación de una niña rica de la época, es decir, las nociones elementales de lectura y escritura, de cómo desenvolverse en la vida doméstica y, sobre todo, de costura y manualidades, en las que sobresalía.

Cuando Clara tenía once años de edad, un suceso estaba en boca de todo Asís: el joven Francisco Bernardone había abandonado la casa y el oficio de su padre para entregarse por entero a Dios. Clara siguió con admiración todo el proceso de este drama familiar y luego, de vez en cuando, oía hablar de este amante de la pobreza que empezó a arrastrar tras de sí a pobres, ricos, ilustrados e ignorantes, todos deseosos de seguirle al servicio de la dama pobreza.

Al cumplir los dieciocho años, Clara era una joven dotada de todos los atractivos que una chica pudiera desear. Hermosa, rica y talentosa, sus padres buscaban para ella un pretendiente a la altura del nombre de la familia. Pero ella rechazó cualquier partido, diciendo que no tendría otro esposo que Nuestro Señor Jesucristo. Esto contrarió mucho a sus padres.

El obispo Guido de Asís puso a disposición de Francisco la ermita de San Damián, cuya iglesia había restaurado el propio Poverello, para que fuera la cuna de la Segunda Orden de San Francisco: las clarisas

En la cuaresma de 1212, Clara oyó a Francisco predicar en la iglesia de San Jorge. Aunque era laico, tenía autorización para hacerlo. Cautivada por sus palabras, la joven buscó a este “heraldo del gran Rey”, como se hacía llamar el Poverello, y le expuso su deseo de entregarse también a Dios. Francisco se interesó mucho por el caso de Clara, como dice el viejo cronista, “porque quería arrancar esta noble presa de las garras del mundo perverso y depositarla, como glorioso trofeo, ante el altar de Dios”. La confirmó en su vocación, y ambos se pusieron a esperar una ocasión propicia para dar ese paso.

La tarde del Domingo de Ramos, Clara salió en secreto de casa y se dirigió a la iglesia de la Porciúncula, donde Francisco y sus monjes la esperaban con velas encendidas. Entonces, el Poverello le cortó su hermosa cabellera dorada, le dio una tosca túnica y un velo negro para simbolizar su renuncia al mundo. Luego la llevó provisionalmente al monasterio benedictino de San Pablo, donde Clara permanecería hasta que se encontrara un lugar definitivo.

Santa Clara en el asedio de Asís, Giuseppe Cesari, s. XVII – Óleo sobre tabla, Museo del Hermitage, San Petersburgo

Después de una larga disputa, sus padres tuvieron que aceptar el hecho consumado de su hija. Sin embargo, volvieron a la carga cuando su otra hija, Inés, de quince años de edad, la siguió para compartir con ella la misma vocación. Habiendo perdido ya a una hija, el padre —Favarone Offreduccio— no quiso perder a la segunda. Envió a su hermano, acompañado de doce caballeros, en persecución de la fugitiva, para traerla de vuelta por la fuerza si fuera necesario. Pero cuando intentaron arrastrarla fuera del convento, Inés se volvió tan pesada que ni siquiera los doce hombres pudieron moverla. Así que el tío acabó abandonando a su presa. Poco después, san Francisco cortó el cabello a Inés, quien se convirtió así en la segunda piedra del edificio de las Damas Pobres.

Fue entonces cuando el obispo de la ciudad puso a disposición de Francisco la ermita de San Damián, cuya iglesia había restaurado el propio Poverello, para que fuera la cuna de la Segunda Orden de San Francisco, es decir, de las clarisas.

Como abadesa, cargo que ocupó durante cuarenta años, santa Clara perfumó aquel lugar con sus oraciones, penitencias y milagros. Poco a poco, otras jóvenes y damas se unieron a las dos hermanas para llevar una vida de renuncia y pobreza. Al principio no tenían regla escrita, sino apenas una formula vitae [forma de vida]que Francisco les había dado.

Santa Clara era para todas sus hermanas la regla viva. Las clarisas aceptaron más tarde una regla presentada por el Papa Gregorio IX, adaptada de las benedictinas, pero más estricta en cuanto a la pobreza, que la santa quería que fuera total.

San Francisco cortándole el cabello a Clara de Asís, Antonio Carnicero Mancio, 1787-1789 – Óleo sobre lienzo, Museo del Prado, Madrid: La pintura “representada en el interior de una capilla con el altar alfombrado, recoge la escena de la profesión de santa Clara, o sea, la de la institución de la rama femenina de la orden de san Francisco o clarisas. Varios hermanos y mujeres son testigos del suceso, acompañándolo con cirios encendidos que resaltan el carácter nocturno del pasaje y la iluminación concentrada sobre los rostros blancos de las figuras”.

El Domingo de Ramos, 18 de marzo de 1212, una joven de dieciocho años huyó de la casa de sus padres y se dirigió a la pequeña iglesia de la Porciúncula (hoy Basílica de Santa María de los Ángeles), donde san Francisco de Asís y sus frailes esperaban en oración su llegada.

Cuando, en 1234, las tropas sarracenas al servicio del impío emperador Federico II asolaron los Estados Pontificios, rodearon Asís, llegando a las puertas del convento de las clarisas. Todo era de temer para aquellas mujeres indefensas frente a semejantes bárbaros sin pudor ni religión. Fue entonces que Clara tomó en sus manos la custodia con el Santísimo Sacramento y enfrentó así a la soldadesca, que estaba a punto de ingresar al claustro. En ese mismo instante, los soldados entraron en pánico y huyeron precipitadamente. Poco después, levantaron también el sitio de Asís.

Finalmente, asistida por el Papa Inocencio IV, que le administró los últimos sacramentos y le concedió la indulgencia plenaria, santa Clara murió santamente el 11 de agosto de 1253. Tal era su fama de santidad que fue canonizada tan solo dos años después de su muerte. El Martirologio Romano Monástico dice de ella en este día: “Memoria de santa Clara, virgen y abadesa, que se durmió en el Señor en 1253. Contagiada por el ideal de san Francisco, abandonó la comodidad familiar para seguir a la «Dama Pobreza». Consiguió también para la Orden que acababa de fundar en el convento de San Damián de Asís el privilegio de no poseer nada, para contentarse con el Único [bien] necesario”.

La muerte de santa Clara (detalle), Bartolomé Esteban Murillo, 1645-1646 – Óleo sobre lienzo, Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos, Dresde (Sajonia, Alemania)

Santa Rosa de Lima, los ángeles y el chocolate ¿La juventud fue hecha para el heroísmo o para el placer?
¿La juventud fue hecha para el heroísmo o para el placer?
Santa Rosa de Lima, los ángeles y el chocolate



Tesoros de la Fe N°284 agosto 2025


Al santuario de Mater Boni Consilii
Palabras del Director Nº 284 – Agosto de 2025 El amor a la Cruz y la necesidad de la inmolación Una visita a Genazzano El rosario en la cárcel Santa Rosa de Lima, los ángeles y el chocolate Santa Clara de Asís ¿La juventud fue hecha para el heroísmo o para el placer?



 Artículos relacionados
La visita a los Monumentos Al término de la Misa de Jueves Santo In Coena Domini, que conmemora la institución de la Sagrada Eucaristía y del sacerdocio de la Iglesia...

Leer artículo

Como es el pueblo, es el sacerdote Sicut populus sic sacerdos, ha dicho con profundo pensamiento el profeta Joel: como es el pueblo es el sacerdote. O dicho de otra manera: el sacerdote es el exponente de la piedad y de la cultura de un pueblo...

Leer artículo

La Torre de Belén LA TORRE DE BELÉN, en Lisboa, de tal manera causa la impresión de ser un castillo, y no una simple torre, que hasta se podría preguntar ¡cómo una torre puede ser tan bella! Ella ostenta la pompa y la imponencia de un castillo de cuento de hadas, con su piedra blanca que brilla al sol...

Leer artículo

Yo, obispo exorcista En un reciente libro, el obispo de Isernia-Venafro, en Italia, describe sus experiencias de exorcista y las sorprendentes conclusiones a que fue llevado durante una década de práctica del Exorcistado...

Leer artículo

Pena de muerte: Una ejecución en Roma La Santa Iglesia, como buena madre, aunque acepte la aplicación de alguna sanción o pena, dispensa al alma de quien es castigado mil cuidados y cariños...

Leer artículo





Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino

×