Lectura Espiritual Santa Rosa de Lima, los ángeles y el chocolate

P. Leonardo Hansen, O.P.

Una noche, cerradas las puertas del huerto, velaba como solía Rosa, en la angosta celdilla que había construido en él. Sintió que de improviso le faltaban las fuerzas tanto que temió un síncope peligroso. En vista de esto determinó recogerse al cuarto de su madre, comunicando primero esta resolución con el ángel. La madre que de ordinario tenía la llave del huerto, al abrirla, cuando advirtió en el rostro de su hija señales ciertas de algún desfallecimiento grave, sin dilación, sacando de la bolsa dos reales, mandó a la criada que fuese a la tienda más vecina y comprase azúcar y chocolate, que bebido es muy saludable para esforzar el estómago.

Pequeña ermita que Rosa construyó con sus propias manos, en un extremo de la huerta de la casa paterna, para llevar una vida de recogimiento y oración

Le rogaba la virgen con grande instancia que no hiciese por su causa este gasto. Replicó ella: ¿piensas que hay en esta casa siquiera una tableta de chocolate? Así es, respondió Rosa; pero yo sé que muy presto me la enviarán de casa del contador.2 Se enojó su madre, y dijo: o te burlas de mí o estás soñando. ¿A estas horas quieres que haya quien te envíe chocolate y dispuesto para beberse? ¿Y por dónde ha de haber noticia en casa del contador, que como sabes está tan lejos, que te ha sobrevenido este accidente y que necesitabas de este reparo? Tú, cerrada en tu huerto, no has tenido con quien dar el aviso, ni de esta casa ha salido ninguno que pueda hacer presente al contador tu necesidad y tu aprieto. Volvió otra vez Rosa a rogar a su madre no enviase a la criada, asegurándole con certeza que muy pronto llegaría un esclavo del contador con el chocolate.

Santa Rosa de Lima rezando en la ermita, Francisco Martínez, s. XVIII – Óleo sobre tela, Museo de la Universidad Autónoma de Puebla, México

Sucedió así, porque estando madre e hija en estos debates, llamaron a la puerta con grandes golpes, y era el esclavo del contador, que pidió abriesen la puerta; porque la mujer del contador enviaba a Rosa chocolate. Luego vieron que descubrió una chocolatera de plata, llena de chocolate. Quedó pasmada la madre; y Rosa despidiendo cortésmente al criado le mandó que dijese de su parte a su señora, que había llegado muy a tiempo el presente. Con esto, entre tanta multitud de prodigios, su madre confusa y atónita, comenzó a preguntarse cuál pudo ser la causa que movió a la mujer de don Gonzalo a enviar un esclavo desde su casa y a tales horas, siendo tan entrada la noche, y quién pudo dar noticia a aquella señora de la necesidad de su hija; y quién le dijo a Rosa que venía el esclavo con chocolate.

Finalmente le mandó con estrecha obediencia que dijese claramente por dónde supo que a tales horas le enviaban de casa del contador chocolate. Respondió sonriendo la obediente hija: “No te admires dulcísima madre, que mi ángel de la guarda muchas veces se digna hacerme agasajos de este tamaño. Al instante que sentí el desfallecimiento del estómago en la celdilla del huerto, envié a mi ángel que diese a entender de mi parte a doña María de Usategui que necesitaba de este socorro. Él cumplió al pie de la letra lo que le dije; y yo estaba muy cierta que no había de faltar al empeño. Con esta confianza y seguridad dejé la celdilla, vine a tu cuarto y me senté para esperar al esclavo del contador y para compartir contigo el regalo del chocolate”.

Se admiró su madre de que tan brevemente y tan a punto hubiese venido el obsequio del ángel, y mucho más, advirtiendo que esto mismo no causaba admiración a su hija; argumento claro de que estaba muy acostumbrada a recibir semejantes favores de la mano del ángel.

Goza dichosamente Rosa del trato familiar con su ángel custodio

Santa Rosa orando en la ermita, s. XVIII – Piedra de Huamanga, Convento de Ocopa, Junín

Otra vez en la misma celdilla, pasada la media noche esperaba la virgen que la llamasen a recogerse en casa, como era costumbre, para tomar reposo. Solía su madre a las once de la noche bajar al huerto, abrir la puerta, y al salir su hija del jardín, volverse a su aposento. Mas aquella vez, ya porque creyese que se había recogido, o ya porque ocupada en otras cosas, se le había escapado de la memoria, se olvidó de bajar al huerto y abrir la puerta, para que entrase la virgen. Ella, viendo que esperaba en vano a su madre, entre tanto que dudaba lo que debía hacer, mirando por una pequeña ventana vio cerca de sí una sombra blanca que se movía con agilidad. Esta le hacía señas para que la siguiese hacia la puerta de la casa. Por los indicios y señales exteriores fácilmente conoció, aprendiéndolo de santa Catalina de Siena, que era su ángel de la guarda disfrazado en aquella sombra; y así con toda confianza le fue siguiendo. Llegaron ambos a la puerta del huerto, que se abrió luego con solo tocarla la sombra, sin valerse de llave. Hecho esto, el guía, tomando la delantera, paró delante del aposento de la madre de Rosa y desapareció.

Ya que se trata de la familiaridad con que hablaba Rosa con su ángel tutelar, razón es que se refiera aquí la historia siguiente, testimonio indiscutible de que esta virgen disponía al parecer a su albedrío, no solo de su ángel, sino también del de otras personas. Cierto religioso que había de acompañar a un prelado eclesiástico por muy ásperos y muy largos caminos, expuso su necesidad a la virgen, le pidió sus oraciones para que Dios le librase de peligros en viaje tan prolijo y tan dificultoso. Y como era tan pronta y tan generosa para socorrer y ayudar a sus prójimos, prometió encomendarle a Dios, como lo hizo con mucho fervor; pidiendo también a su ángel que guardase al caminante de todo mal.

Partió el religioso muy consolado y muy seguro con la promesa; porque sabía lo mucho que valían las oraciones de Rosa con Dios y con los ángeles. No quedó defraudado en sus esperanzas, porque corrió desde Lima hasta Potosí, seguro entre varios peligros y múltiples riesgos. De allí en adelante sintió que faltando las oraciones de la virgen, también le faltaba la tutela y asistencia cuidadosa del ángel. En efecto, caminando desde Potosí a Trujillo, padeció mucho en sus profundísimos valles, y apenas pudo escapar con vida.

Vuelto a Lima se quejó amargamente de la virgen en su ausencia y después en su presencia, porque en medio del viaje le había privado del auxilio de sus oraciones. No negó la verdad Rosa: solo le preguntó cómo había llegado a conocimiento de esto. A lo cual respondió él: que desde Lima a Potosí había escapado felizmente de todos los peligros, lo que era efecto claro de la asistencia del ángel; pero que desde Potosí a Trujillo todo había sucedido al contrario; por lo que no pudo dejar de persuadirse que Rosa no continuaba la oración prometida; y que por esto su ángel había levantado la mano de la asistencia con que le libraba de los peligros y desviaba los riesgos.

Dijo entonces Rosa: No fue sin fundamento la conjetura; pero has de saber que te sobrevinieron estas desgracias, porque no eras el mismo que solías. Después, concretando más el asunto y especificando cosas muy singulares, dio aviso al religioso de algunos secretos que él solo podía saberlos, y que habiendo sucedido en tan lejanas tierras, no pudo saberlo Rosa, sino por revelaciones de los ángeles.

Lucha varias veces con el demonio: queda siempre vencedora

Santa Rosa en el jardín con el ángel guardián, s. XVIII – Piedra de Huamanga, Convento de Ocopa, Junín

Cuanto más amaban los santos ángeles a esta doncella angélica, y más la agasajaban y asistían, tanto más la aborrecían las furias infernales y procuraban hacerle daño en público y en secreto con fraudes y a la fuerza y por cuantos medios se hallaban al alcance de su malicia infernal. Era gran tormento para el demonio la celdilla estrecha del huerto, teatro de incomparables favores que recibía del cielo. Le causaba indecible dolor al soberbio espíritu ver que solo allí no era temido, siendo quien se encastillaba en aquel aposento una doncella sin fuerzas, sin armas y sin años; y mucho más, que haciendo palestra y liza de aquella soledad, se atreviese a desafiarle.

El príncipe de las tinieblas no atreviéndose a cara descubierta, ni entre la claridad del día, como traidor y cobarde, a presentar batalla a la virgen, la acometió, valiéndose de las sombras tenebrosas de la noche. Era su forma de un perro alano disforme, feo y negro como la misma pez, cercado de llamas rojas que daban luz confusa, con la que podía distinguirse la fiera corpulencia del enemigo. Despedía fuego hediondo por los ojos, narices y orejas. Con esta forma horrible y fantástica daba vueltas junto a la virgen, cuando se encontraba esta en oración. Hacía ademanes con que infundirle miedo; le mostraba los dientes, que eran crecidos y formidables. Tenía la lengua sacada y el olor que despedía era de azufre quemado y casi intolerable; levantaba en alto la cola y las orejas, haciendo como que quería arremeter a Rosa, despedazarla y tragársela.

Santa Rosa de Lima atacada por el diablo, Francisco Martínez, 1740 – Óleo sobre tela, Museo de la Universidad Autónoma de Puebla, México

Y no solo pretendía atemorizarla, sino ejecutar su rabia en ella, si pudiera; porque viendo que la virgen estaba sosegada y le despreciaba, la acometió de un salto, intentando destrozarla con manos y dientes. Finalmente, viendo que no podía ejecutar su furia, con atrevimiento furioso, la arrastró por tierra, tirándola a una y otra parte, como si fuera un trapo viejo y roto. Ofendida Rosa de su temeridad, aunque sin temor ni miedo del enemigo, llamó en su favor al Esposo con las palabras del salmo, que dicen: “No entregues, Señor, en manos de las cruentas bestias del infierno las almas de los que te alaban y confiesan”. No fue necesario valerse de otras armas para poner en fuga al cobarde enemigo. Apenas oyó aquellas palabras, desmayado y sin fuerzas, vencido, quebrantado, abandonó el campo y huyó ignominiosamente, soltando la presa. Rosa, hallándose sin daño, admirada de la bondad divina, sosegado el corazón, sin susto y sin miedo, volvió con toda quietud a proseguir su oración.

Saliendo otra vez del oratorio del contador para entrar en una pieza algo más retirada, de improviso la asaltó el maligno espíritu, que estaba esperándola y acechándola. Le dio una bofetada con cuanta fuerza pudo, si bien fue mayor el estruendo que el daño; pues ella, sin sobresalto ni turbación, se quedó riendo del enemigo, pronta y dispuesta a ofrecer la otra mejilla para recibir un segundo golpe, si el contrario se atreviera a manifestarse.

Estando otra vez en casa de doña Isabel Mejía, no teniendo ánimo el espíritu vil para acometerla cara a cara y frente a frente, por las espaldas y desde lejos le tiró una piedra pesada con tanto ímpetu y pujanza, que la derribó al suelo. Ella, sin turbarse y sin recibir daño, se levantó al punto con más alegría que había caído, echando en cara al demonio su flaqueza y cobardía.

Santa Rosa atacada por el demonio, s. XVIII – Piedra de Huamanga, Convento de Ocopa, Junín

El espíritu maligno, confuso y corrido, viendo el brío de la triunfante virgen, desahogó la rabia que contra ella tenía y se desquitó haciendo presa en los libros espirituales por donde leía; entre estos en el de mayor estimación para ella, que era un tomo de fray Luis de Granada, con cuya lección dividía los tiempos que meditaba. En este se desquitó de la cólera el enemigo, rasgando, haciendo añicos y arrojando a lugares sucios los libros de la santa, pensando haber hecho con esto una gran hazaña y que era empresa gloriosa haber podido robar algunas de sus armas a la invencible y valerosa amazona.

No logró, sin embargo, el demonio, lo que pretendía; porque la virgen recuperó después su libro y avergonzó al ladroncillo ratero que había hecho el hurto, y para mayor desprecio no le nombraba por otro nombre que con el de sarnoso y malagata, que son lindos nombres para la soberbia, de que se halla dominado. 

 

Notas.-

1. Fray Leonardo Hansen OP, Vida admirable de Santa Rosa de Lima – Patrona del Nuevo Mundo, Edit. El Santísimo Rosario, Vergara (Guipúzcoa), 1929, p. 192-198
2. Don Gonzalo de la Maza, primer contador de la Bula de Cruzada en el Perú, esposo de doña María de Uzátegui, quienes albergaron a santa Rosa de Lima en la última etapa de su vida.

El rosario en la cárcel Santa Clara de Asís
Santa Clara de Asís
El rosario en la cárcel



Tesoros de la Fe N°284 agosto 2025


Al santuario de Mater Boni Consilii
Palabras del Director Nº 284 – Agosto de 2025 El amor a la Cruz y la necesidad de la inmolación Una visita a Genazzano El rosario en la cárcel Santa Rosa de Lima, los ángeles y el chocolate Santa Clara de Asís ¿La juventud fue hecha para el heroísmo o para el placer?



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